Sicilia y Calderón se han reunido
y causa expectación de gran tamaño
este cónclave inédito y extraño
por Internet y tele difundido.
No es fácil de entender, y no es sencillo,
eso que está pasando en el Castillo.
Llegan desde Chihuahua y de Morelos,
de Michoacán, Durango y otros lados
los que han perdido seres muy amados
—padres, hijos, hermanas y hasta abuelos—
a reclamar la afrenta y el abuso
al que la guerra ideó, y al que la impuso.
—Si crees, Calderón, que delincuentes,
son todos los difuntos de tu guerra,
entérate que yacen bajo tierra
nuestros seres queridos y parientes,
víctimas inocentes de tu gesta,
y que se está muriendo gente honesta.
Siendo interlocutor y contraparte,
le demanda el poeta al asesino:
“De llevar al país por el camino
de la muerte, debieras disculparte”
y el otro le responde entre desplantes:
“Debí haberlo llevado desde antes”.
Sigue, a continuación, cada agraviado
dando palabras al dolor inmenso
pero, ante ellos, Felipe se hace el menso,
se entretiene en el mouse y en el teclado
y en vez de ponderar tantos horrores,
en el Twitter apunta seguidores.
Insisten los presentes agraviados.
Cuenta su historia María Elena Herrera.
LeBaron lo interpela, y no hay manera.
Se menciona a los niños chamuscados.
Falsa la voz del gobernante suena
cuando dice “Ay, qué trágico, qué pena”.
“Si no paras ahora esta matanza,
Felipe, pues la historia va a ponerte,
como el Ejecutivo de la muerte
cuando se te examine en la balanza”,
dijo Javier Sicilia, exasperado
de hallarse frente a un tipo tan cerrado.
Respondió Calderón, intransigente:
—Pues sé que mi estrategia es atinada
y no voy a cambiar nada de nada.
Allí se vio de forma transparente
que aquella pavorosa profecía
reverendo camote le valía.
Feliz va el infeliz a su transporte
al concluir el encuentro, porque sabe
que como tolerante, en lo que cabe,
exaltado es ahora por su corte:
“sensible”, “dialogante” y “muy humano”
se lleva como elogios en la mano.
El bando de la paz, nada contento
se llena de sospechas y temores.
Incluso se desgranan los rumores
que Javier ha vendido al movimiento.
No ocurre tal: es que, si se dialoga,
la mala fe a la buena siempre ahoga.
“No hay esfuerzo de más ni gesto vano
—se decía Javier para sí mismo—
si logro, con paciencia y humanismo,
tocar el corazón de este fulano”.
Pues bien, Javier Sicilia, ya lo viste:
en Calderón tal víscera no existe.
6.7.11
Encuentro en el Alcázar
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