Sicilia y Calderón se han reunido y causa expectación de gran tamaño este cónclave inédito y extraño por Internet y tele difundido. No es fácil de entender, y no es sencillo, eso que está pasando en el Castillo.
Llegan desde Chihuahua y de Morelos, de Michoacán, Durango y otros lados los que han perdido seres muy amados —padres, hijos, hermanas y hasta abuelos— a reclamar la afrenta y el abuso al que la guerra ideó, y al que la impuso.
—Si crees, Calderón, que delincuentes, son todos los difuntos de tu guerra, entérate que yacen bajo tierra nuestros seres queridos y parientes, víctimas inocentes de tu gesta, y que se está muriendo gente honesta.
Siendo interlocutor y contraparte, le demanda el poeta al asesino: “De llevar al país por el camino de la muerte, debieras disculparte” y el otro le responde entre desplantes: “Debí haberlo llevado desde antes”.
Sigue, a continuación, cada agraviado dando palabras al dolor inmenso pero, ante ellos, Felipe se hace el menso, se entretiene en el mouse y en el teclado y en vez de ponderar tantos horrores, en el Twitter apunta seguidores.
Insisten los presentes agraviados. Cuenta su historia María Elena Herrera. LeBaron lo interpela, y no hay manera. Se menciona a los niños chamuscados. Falsa la voz del gobernante suena cuando dice “Ay, qué trágico, qué pena”.
“Si no paras ahora esta matanza, Felipe, pues la historia va a ponerte, como el Ejecutivo de la muerte cuando se te examine en la balanza”, dijo Javier Sicilia, exasperado de hallarse frente a un tipo tan cerrado.
Respondió Calderón, intransigente: —Pues sé que mi estrategia es atinada y no voy a cambiar nada de nada. Allí se vio de forma transparente que aquella pavorosa profecía reverendo camote le valía.
Feliz va el infeliz a su transporte al concluir el encuentro, porque sabe que como tolerante, en lo que cabe, exaltado es ahora por su corte: “sensible”, “dialogante” y “muy humano” se lleva como elogios en la mano.
El bando de la paz, nada contento se llena de sospechas y temores. Incluso se desgranan los rumores que Javier ha vendido al movimiento. No ocurre tal: es que, si se dialoga, la mala fe a la buena siempre ahoga.
“No hay esfuerzo de más ni gesto vano —se decía Javier para sí mismo— si logro, con paciencia y humanismo, tocar el corazón de este fulano”. Pues bien, Javier Sicilia, ya lo viste: en Calderón tal víscera no existe.
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