Ven, Himeneo, ven; honra este día,
no cual sueles, bañado en alegría,
pero de horror compuesto.
A éste, que funeral ha de ser presto,
con pie siniestro asiste,
unión de enigma y casamiento en chiste,
que desmintiendo siglos, se acomoda
a parecerte boda.
No tardes, [y] contigo
un ataúd traerás, mancebo amigo;
pues si tardas, sospecho
que en él para la esposa traerás lecho,
y al infausto velado,
piadoso, quitarás de ese cuidado.
De antorcha o de torcida,
luz traerás prevenida:
que no hallarás con poca
luz (si le buscas) lo que en ella es boca.
En la llegada te engañará el tiento;
a no saber que avisos de su aliento
te librarán bien antes
de dar en tus narices garamantes.
Buscaron cien ducados
bolsa, a quien ser de un gato trasladados
nunca dieron con ella;
mas dieron con buen cuero, de que hace ella
dos costales de huesos y dinero.
Su cepo y su carnero
muchos años buscaron,
y por cepo y carnero un loro hallaron.
Ésta, entre mil pellejos de alma en pena
(sólo en su boda para flauta buena),
pasar quiere sus cuartos o chanflones
entre algunos doblones,
y ver la luz a sus dineros deja,
y sus reales da a saco.
¡Ay de ti, protovieja!
Si Venus toda se revuelve en Baco,
daráos un San Martín mil Santïagos;
tu vida toda, ¡ay triste!, será tragos;
pero será ventura,
pues no te afrentarán la dentadura.
A la Invidia me dice que parece
tu figura, el que más me la encarece.
Mas si la Invidia fueras,
por lo menos mordieras.
Las niñas de los ojos te han faltado,
que dicen que hasta aquesas te has chupado,
y que de tus quijadas
escapan tus palabras lastimadas.
Cobrara yo sus tercios; tu obligado,
tus años a ducado;
mas que le quede aun ciento
ducados que cobrar, con llevar ciento.
Dicen todos que, vana en tus dineros,
tomas tu esposo en cueros;
mas ¿qué importa que él beba, vista y coma,
si en carne, aunque quisiera, no te toma?
Tu dote va en vellón, cosa admirable;
dicen que vendrá a ser oro potable
en poder de tu esposo,
soldado a muchas pruebas animoso,
pues así se averigua
con hacerse mitad de una estantigua;
y furioso arremete
a terraplenar tal, sin buen mosquete,
laberinto de rugas,
entre quien son centauros tus pechugas.
No quita angustia, pero angustias tienta,
guadaña de la muerte más hambrienta.
En lo antiguo y sutil no habrá persona
que, acomodada al lado
de aqueste gran soldado,
no te juzgue en sus lides por Tizona;
y yo digo que yerran, pues su espada
siempre ha de ser Colada.
No lleva el sobrehueso;
mas muchos que roer, yo lo confieso;
y aunque airada lo tomes,
no lo podrás mascar, si te lo comes;
que aunque irritarte intente,
no le podrás mostrar un solo diente.
Su sobrecarga eres,
no carga, como las demás mujeres:
que nuestro desposado
anduvo siempre, aun sin casar, cargado.
Que guardes tu marido te aconsejo
con la misma atención que tu pellejo.
Cien pascuas le darás, con que le agrades;
mas dicen que son todas navidades.
Dime: ¿a qué cimenterio
hizo este hombre, sacándote, adulterio?
Mas su calva y tu osario,
si el matrimonio es cruz serán calvario.
Si él huye de la carne, tierra harta
ha puesto en medio, pues tras ti se aparta;
pero, sin levantarte testimonio,
¿cómo huirá contigo [d]el demonio?
Que del mundo, está cierto
que podrá quien se casa para muerto.
Del requiebro de Adán sola una parte
ha de poder tocarte,
que es la de huesos de mis huesos; déos
el cielo carne, o máteos los deseos.
Él se casa (perdóname el decillo)
con un martes, que es miércoles Corvillo;
en él tu vista lo carnal destierra,
y entrará la memoria de ser tierra.
Mas quien de l'agua fue tan enemigo,
ame la tierra en quien dará consigo;
que ahora, si cayere (¡gran consuelo!),
en ti dará, como antes en el suelo.
Al menos, con tal dueño,
tierra serás de muy gentil vidueño;
y él contigo, o a tenor de melecinas,
tendrá tierra que echar en sus mohínas.
Tendrá aparejo harto,
en tu edad y en tu gesto,
no de huir el sexto,
mas de guardar el cuarto
casamiento, por cierto, de respeto:
que él es ya abuelo, y puede ser su nieto.
Su impulso de ser madre
buscarte hizo a tus antojos padre
(¡oh, tú, de este rocín esposa o taba!),
y a las segundas bodas te invitaba.
Del matrimonio en vano te aprovechas,
pues, si engendrara en ti, serán sospechas.
En vano lo cudicias,
pues si concibes de él, serán malicias.
Si él, que de las Dunas
sus armas sacó ayunas,
las ceba (¡ay de él!) sin cólera precisa,
no en Brabante o Ruán, sino en la Frisa,
ambos lleváis ganancias;
que tú hallaste tus Flandes, y él sus Francias.
¡Ay, seca, y larga, más que la de España,
novia espirituada, siringa en caña!
Eres, por excelencia,
fénix de la vejez, la quintaesencia;
vieja superlativa,
en quien la Muerte dicen que está viva
y anda la vida muerta;
vieja censumadísima y experta:
de vieja gradüada,
parienta muy cercana al primer nada.
Si es grado el ser casado,
él lleva gran vejamen en su grado.
Bien yo le aconsejara
que al Jordán, doña Estatua, te llevara;
mas será desvarío:
que te querrá más vieja que ir al río,
como en sus aguas, al entrar, no vea
lo que en las de Caná de Galilea.
Pero si no en Caria, toda mañana
habrá de amanecer pegado a Cana.
Habrá en tu lecho, amigo,
olio de eternidad, caduco abrigo;
donde, por más que hoy hablas,
tus huesos crujirán, que no sus tablas;
a cuyo infame yelo
martas aplicará de Coca en pelo.
Pero ¿qué preguntarte un poco queda,
si es de tu edad acaso tu moneda?;
que te tendrán con ella por durmiente,
si bien corres dinero.
Vimos sin ésta alguna vez de cuero:
aunque, por lo que tiene eso de fuente,
ni aun el dinero querrá ver corriente.
Mil años os gocéis libres de daños;
mas él será el que en ti goce mil años.
Quedaos a Dios, que veo
muerto de risa en ambos a Himeneo,
que asiste a la batalla
en medio de Alanís y de Cazalla.
(Francisco de Quevedo y Villegas: Epitalamio en las bodas de una viejísima viuda con cien ducados de dote, y un beodo soldadísimo de Flandes, con calva original)
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