Ayer hace un año el poder político-empresarial cerró filas en contra de Carmen Aristegui y operó la vergonzosa liquidación de un espacio informativo insustituible para la sociedad: el noticiero matutino de Carmen Aristegui en MVS. Meses antes, en noviembre de 2014, una investigación del equipo de Aristegui Noticias había revelado la existencia de una mansión valuada en siete millones de dólares, propiedad del contratista gubernamental Grupo HIGA, cuya posesión había sido reconocida por la esposa de Enrique Peña Nieto, Angélica Rivera, en un reportaje de la revista Hola!
Apenas
dos meses antes había ocurrido en Iguala la agresión criminal de
agentes del Estado en contra de estudiantes normalistas de Aytozinapa
y el peñato se encontraba acorralado por los indicios crecientes de
su corresponsabilidad –así fuera en grado de omisión– en ese
acto de barbarie. Iguala marcó el punto de inflexión en la imagen
de Peña, hasta entonces blindada por toneladas de maquillaje
mediático –incluida la célebre portada de la revista Time
que lo proclamaba salvador de México– e inmune a los efectos de
una extremada impopularidad. Pero todo el aparato mediático –el
nacional y el extranjero– no pudo, con su enorme poder, salvar al
régimen priísta de la evidencia de su propio rostro atroz,
sangriento y corrupto reflejado en el espejo de las torturas, los
asesinatos a mansalva, las desapariciones de 43 muchachos, la
connivencia con la delincuencia organizada, la fabricación de
culpables y de mentiras tan escandalosas como la “verdad histórica”
de Murillo Karam y, como remate, la insensibilidad, la torpeza y el
cinismo de Peña Nieto.
En
esa circunstancia, el hallazgo periodístico de la Casa Blanca de
Peña y de su mujer vino a derrumbar lo que hubiera podido quedar de
fachada a un gobierno que se presentaba como paladín de la eficacia,
la transparencia, la democracia y la modernidad. La mansión de Las
Lomas no sólo es impresentable porque constituye una transacción
triangulada entre un gobernante y uno de sus contratistas principales
sino también porque exhibía la carencia de escrúpulos de un
individuo, cabeza de régimen, incapaz de comprender el agravio que
representa la riqueza extrema en un país que tiene a la mitad de su
población –o más– sumida en la pobreza más injustificable y
cuyos gobernantes sin excepción, de Salinas en adelante, han
propiciado e intensificado la concentración de beneficios en unas
cuantas manos, en detrimento del resto de los habitantes.
La
ofensa de la verdad resultó intolerable para el peñato y lo que
siguió es bien conocido: se presionó a los dueños de MVS y a la
postre éstos esgrimieron un pretexto pueril para ordenar el cierre
definitivo del noticiero de Aristegui. El control de daños corrió a
cargo de un patiño presidencial (Virgilio Andrade) que operó, en el
asunto Casa Blanca, en forma semejante a como lo hizo Jesús Murillo
Karam con Iguala: elaborando un relato que eximía a Peña (y a su
secretario de Hacienda, Luis Videgaray, a quien también se le
descubrió una fastuosa propiedad facilitada por Higa) de cualquier
responsabilidad legal.
El
asunto lleva a preguntarse si es posible romper de alguna forma la
armadura mediática del régimen, una idea que alentó en 2012 al
movimiento #YoSoy132, el cual vio con claridad meridiana que la
democratización del país es imposible si no se lleva a cabo una
democratización de los medios. La tarea no parece fácil: las
frecuencias de radio y televisión y las redes de cable están
reservadas, de facto, para la élite económica, única representada
y mandante de este gobierno; los pocos y marginales espacios de
difusión que le quedan al Estado están sometidos a una férrea
censura y obligados a proyectar el discurso oficial como verdad
única; los medios impresos –cuya tecnología era hasta hace poco
la única relativamente asequible a proyectos sociales independientes
de los poderes fácticos y del Estado– viven un declive inocultable
y enfrentan el difícil desafío de su tránsito a lo digital.
El
desarrollo tecnológico ha creado, sin embargo, un terreno en el que
es posible romper el monopolio del discurso y ha empezado a erosionar
el poderío de los medios electrónicos tradicionales. El acceso a
ese terreno empieza a masificarse y ya es posible construir en él
espacios de difusión independientes y capaces, en principio, de
contrarrestar el enorme peso mediático de la oligarquía gobernante.
Ya están surgiendo.
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