En su viaje a Cuba
Barack Obama ha recurrido a los instrumentos diplomáticos de la
simpatía, el desenfado y el buen humor. Atributos importantes, sin
duda, porque después de medio siglo de hostilidad anticubana el
aterrizaje del avión presidencial de Estados Unidos en el aeropuerto
José Martí resultaba una operación particularmente crítica y
riesgosa, y ojalá que los servicios de inteligencia no busquen más
allá de la metáfora, porque ésta se refiere a los riesgos
políticos, no a atentados terroristas.
La pista es
estrecha: Obama tiene en Estados Unidos la siempre viva animadversión
de republicanos y cubanoestadunidenses y en Cuba, el recuerdo y el
recuento de la agresión sistemática de Washington en contra de la
isla y sus efectos y consecuencias. Tal vez lo segundo no resulte muy
visible porque ahora las expresiones de hospitalidad y simpatía
resultan abrumadoras, tanto en la realidad como en la cancha
mediática, pero eso no quiere decir que la herida histórica de
cinco décadas de intentos de aniquilación pueda cicatrizar por
efecto de una visita presidencial.
Tal vez por eso el
habitante de la Casa Blanca ha procurado mantener en sus mensajes
públicos una cuidadosa fórmula de 33 por ciento de respeto, 33 por
ciento de injerencismo y 33 por ciento de buena onda.
En un punto el
mandatario estadunidense ha ido más allá de ese equilibrio: en
entrevista con ABC News transmitida ayer afirmó que Google expandirá
el acceso a Internet en Cuba y que ello forma parte de los anuncios
que realizará: que esa empresa “tiene un acuerdo para comenzar a
establecer más acceso a Wifi y banda ancha en la isla”. Google,
por su parte, anunció en su blog un acuerdo con el Museo Orgánico
de Romerillo para exhibir allí productos suyos como Cardboard y
Chromebooks y agregó que la exhibición es “sólo un comienzo”
para “traer una variedad de servicios a Cuba –incluyendo
potencialmente proveedores de Wi-Fi y banda ancha–“ y para
“aumentar y mejorar el acceso a Internet”.
El presidente Raúl
Castro, en la declaración conjunta, midió cuidadosamente sus
palabras: “A partir de las decisiones adoptadas por el presidente
Obama para modificar la aplicación de algunos aspectos del bloqueo,
empresas cubanas y sus contrapartes estadunidenses trabajan en la
identificación de posibles operaciones comerciales que se pudieran
concretar en el marco aún restrictivo de las regulaciones en vigor.
Algunas se han materializado, especialmente en el área de las
telecomunicaciones, ámbito en el que nuestro país cuenta con un
programa basado en sus prioridades de desarrollo y en la necesaria
soberanía tecnológica que garantice el uso apropiado de éstas al
servicio de los intereses nacionales.”
Las operaciones de
las que habló el mandatario cubano se refieren básicamente a
telefonía, a la licencia estadunidense para telecomunicaciones desde
terceros países hacia Cuba, la llegada a la isla de Netflix –que
es meramente simbólica, dadas las restricciones de ancho de banda y
las que afectan a los pagos internacionales–, y unos contratos de
servicio entre Etecsa, la empresa estatal cubana de
telecomunicaciones, con algunos proveedores de Estados Unidos.
Ya en enero del año
pasado Raúl Castro se quejaba de que Obama liberalizaba a
conveniencia el embargo económico aún vigente: “Podría utilizar
con determinación sus amplias facultades ejecutivas para modificar
sustancialmente la aplicación del bloqueo, lo que está en sus manos
hacer, aun sin la decisión del Congreso. Pudiera permitir en otros
sectores de la economía todo lo que ha autorizado en el ámbito de
las telecomunicaciones con evidentes objetivos de influencia política
en Cuba.”
Más de un año
después, Obama adelanta en forma unilateral un supuesto acuerdo –su
existencia no ha sido confirmada por el gobierno cubano– para que
Google (o Alphabet) ofrezca acceso a Internet en la isla cuando lo
único en firme, por ahora, es una exposición. Se trata claramente
de una forma de presión para lograr la apertura cubana en un terreno
particularmente sensible y estratégico.
En la precariedad de
su infraestructura internética Cuba ha encontrado una de las pocas
virtudes de la pobreza: ha conseguido escapar al aparato de
vigilancia gubernamental y corporativo que permite a funcionarios y
empresarios estadunidenses espiar a cientos de millones de personas y
entidades en buena parte del planeta. La exclusión es una fortaleza
de la soberanía y la seguridad nacional. ¿Significa eso que los
cubanos deban seguir siendo usuarios marginales de las redes? No, por
supuesto. Tal vez sean capaces de concebir y desarrollar redes que no
estén al servicio prioritario de inversionistas y de oficinas de
inteligencia extranjeras. No sería la primera vez que el país
caribeño mostrara al mundo un camino nuevo.
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