El general Salvador Cienfuegos Zepeda, secretario de la Defensa, repudió y condenó el hecho sin cortapisas, en forma inequívoca y pública. Ofreció una disculpa a la sociedad y dijo que el episodio de tortura ocurrido en Ajuchitlán del Progreso, Guerrero, en febrero de 2015, forma parte de “sucesos repugnantes, aunque aislados, (que) dañan de manera muy importante nuestra imagen y el prestigio” de las fuerzas armadas. Unos días después el comisionado de Seguridad, Renato Sales Heredia, se le unió en las expresiones de consternación y no se quedó atrás Roberto Campa Cifrián, titular de la subsecretaría de Derechos Humanos de Gobernación.
En
la sesión de tortura participaron al menos dos elementos castrenses
y una agente de la Policía Federal. En el fragmento de video que se
hizo viral a mediados de la semana pasada puede verse cómo los
militares y la policía patean y encañonan con sus armas
reglamentarias a una mujer que está en el suelo, le meten la cabeza
en una bolsa de plástico y la conminan a que revele la información
que desean obtener.
Una
de las interrogantes es quién grabó el video y para qué. Todo
indica que tuvo que ser otro servidor público, civil o militar. ¿Qué
hay de él o de ella? ¿Lo hizo por perversión personal o tuvo un
propósito didáctico, es decir, mostrar a eventuales educandos lo
que se debe y lo que no se debe hacer en un interrogatorio de esa
clase? Lo cierto es que los torturadores no parecen estar fuera de
control ni improvisando; no le gritan a la víctima ni la lastiman
“innecesariamente” para sus propósitos; por el contrario,
parecen seguir un procedimiento rutinario.
De
cualquier forma lo exhibido en la grabación es consistente con los
testimonios de miles de personas que han sido víctimas de apremios
físicos por las corporaciones policiales y/o militares del país,
testimonios que dieron pie a la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH) para señalar, en su informe de octubre del año
pasado, que la tortura es una práctica generalizada en México. Y
sí: a pesar de los alegatos oficiales de inocencia, la tortura
aparece en buena parte de los expedientes judiciales del país como
herramienta en eso que el gobierno sigue llamando “lucha contra la
delincuencia organizada”, como insumo en el proceso de fabricación
de culpables y hasta como medio de venganza y encarnizamiento
personal.
La
contraparte rutinaria de la tortura consiste en negar (policías,
militares) o desestimar y minimizar (jueces) las pruebas de los
apremios físicos. Cuando presuntos delincuentes con evidentes
huellas de golpizas son presentados sin rubor alguno ante los medios,
las autoridades aducen que “se golpearon tratando de escapar”.
Pero ólo por excepción es posible contar con la grabación en video
de una sesión de tortura como la realizada en en Ajuchitlán del
Progreso el año pasado. Y es inevitable suponer que no fue un caso
aislado sino la punta de un iceberg.
Qué
decir del hecho de que el Ejército tuvo conocimiento de los hechos a
fines de 2015 (y detuvo por ellos a un capitán y una soldado) y que
no haya hecho públicas tales acciones sino hasta después de la
filtración del video. Y qué decir que la Policía Federal no haya
sido enterada del asunto sino cuando éste era ya tendencia en las
redes sociales.
¿Moralejas?
La primera, desde luego, es que la legislación debería ser
reformada para garantizar que un individuo sobre el que pesan
responsabilidades represivas que incluyen modalidades de tortura,
como Enrique Peña Nieto (Atenco), no llegue nunca a ocupar la
jefatura del Estado. La segunda es que las Fuerzas Armadas deben ser
retiradas de inmediato de tareas policiales por la simple razón de
que no están concebidas y entrenadas –ni tienen por qué estarlo–
para procurar justicia ni investigar delitos sino para la guerra y la
aniquilación del enemigo. La tercera es que tal vez no baste con las
disculpas genéricas dirigidas “a la sociedad” y que el general
Cienfuegos, Sales Heredia y Campa Cifrián deberían considerar la
posibilidad de acudir al penal federal de Nayarit en el que se
encuentra la mujer que fue sometida a tortura y se disculpen ante
ella, la primera agraviada. Finalmente, el documento videográfico
tendría que ser suficiente para considerar espuria toda la actuación
del Estado en este caso y para dejar libre a la víctima, aunque no
sea de nacionalidad francesa. Y si como consecuencia de ello algún
delito queda en la impunidad, que los corifeos del régimen no culpen
a los defensores de derechos humanos, sino a quien sea o haya sido el
responsable de la Base de Operaciones Mixtas (policías Estatal y Federal,
Ejército, Marina, PGR) en la que tuvo lugar la atrocidad.
2 comentarios:
Excelente publicación. Aplaudo las observaciones y sugerencias.
Nos quedaremos con muchas interrogantes.
Quien publicó el vídeo y como llego a sus manos?
Fue la única vez que la víctima sufrió tortura?
De Febrero 2015 a finales de ese año en cuantos casos más de tortura participaron esos elementos?
Otro posible motivo para grabar la tortura podría ser con la finalidad de mostrárselo a superiores que ordenan estas prácticas como parte de su trabajo? "gajes del oficio" y el vídeo como reporte del día?
Excelente artículo el de esta fecha (Agosto 04 2016) en La Jornada.
Totalmente de acuerdo en destacar las desproporcionadas diferencia entre los maestros y los políticos que no entienden nada.
Vale.
Luis Felipe Escarza.
Cuernavaca.
Publicar un comentario