A
los judíos no se les permitía poseer tierras; a los indios les
estaba prohibido montar a caballo; los gitanos tenían que volverse
sedentarios a huevo; las mujeres no podían ejercer la medicina y, en
tiempos más recientes, votar; los negros tenían vetado el acceso a
los parques; si los moros querían permanecer en España tenían que
dejar de ser musulmanes y convertirse al cristianismo; a los
palestinos, los saharauis y los kurdos, entre otras nacionalidades,
se les sigue negando el derecho a tener país y pasaporte y en la
visión trumpiana los mexicanos, por el solo hecho de serlo, están
condenados a ser violadores y drogadictos, de modo que ante ellos no
hay más remedio que construir un muro. La infracción de esas normas
discriminatorias ha sido castigada en diversos momentos de la
historia con multas, cárcel, latigazos, mutilación, hoguera y
muerte.
Cómo
no van a resultar abominables las marchas del pasado fin de semana
“en defensa de la familia”, inscritas en esas tradiciones de
exclusión, fobia, conversión y exterminio. Los convocantes y sus
huestes no hicieron uso de su derecho de manifestación para demandar
una mejoría en su situación ni para reivindicar un derecho para sí
mismos sino para exigir que se niegue el derecho al matrimonio a las
parejas del mismo sexo y el derecho a la adopción a todas aquellas
familias que no tengan como núcleo una pareja heterosexual. La
ofensiva no va sólo en contra de las diversidades sexuales sino
también en contra de madres y padres solteros y formas de
convivencia de cualquier tipo que no pasen por un matrimonio entre un
hombre y una mujer.
Las
dirigencias religiosas –que son principalmente católicas, pero que
incluyen también a protestantes, maronitas, ortodoxos y otros– se
aliaron con sectores laicos de ultraderecha para manipular las fobias
sociales largamente arraigadas a fin de promover una discriminación
brutal en un remedo de libertad de manifestación que es en realidad
un intento de anulación totalitaria. ¿Quieres vivir en familia?
Cásate. ¿No puedes porque tu pareja y tú son del mismo sexo?
Cambia de identidad y de preferencia. ¿Eres madre soltera? Búscate
un marido. ¿No quieres o no puedes? Jódete y vive en la
marginalidad.
La
familia –sea del tipo que sea– es el sitio social en el que se
brinda afecto y cuidado y se inculca principios éticos a las
personas pero es también el lugar primigenio de la violencia y de la
violación –antes incluso que el templo y la escuela– y el foco
de infección primaria de la sumisión, la corrupción, la
manipulación y la mentira. La consigna “no te metas con mis
hijos”, lanzada como arma arrojadiza en contra de quienes aspiran a
construir una familia distinta a la que dictan las iglesias y la
moral burguesa, es profundamente mendaz porque no defiende a los hijos
propios sino que apunta a arrebatar a otros la capacidad de cuidar,
educar y formar hijos, acaso de manera tan incierta como los criados
en esas familias “normales”, salvo por el hecho de que
probablemente tendrían menores tendencias a la exclusión, la
misoginia y la homofobia.
En
su gran mayoría las familias de cualquier tipo están severamente
amenazadas no por el matrimonio igualitario sino por la pobreza, los
brutales recortes en educación, salud y cultura, la desbocada violencia delictiva, los abusos policiales, la descomposición
institucional, la degradación ambiental y la venta incontrolada de
alimentos chatarra.
Ahora
bien: la reacción totalitaria que salió a las calles el sábado
pasado –y que exige, para colmo, ser recibida con tolerancia,
pluralidad y espíritu de apertura– es consecuencia de la forma
electorera, hipócrita y oportunista con que el asunto del matrimonio
igualitario fue manoseado por el peñato en mayo pasado sin más
propósito que darle votos al PRI en los comicios del mes siguiente.
Hay que desconocer del todo la ideología conservadora y autoritaria
del grupo en el gobierno para suponer que la iniciativa responde a un
propósito de inclusión y de respeto a los derechos humanos. Todo
indica, por el contrario, que se trató de un gesto de bote pronto,
de una ocurrencia tan sacada de la manga como lo fue la invitación a
Trump.
En
esa maniobra, entre muchas otras, se evidencia la absoluta falta de
sentido del desgobierno en curso. La iniciativa se presentó sin
haber desarrollado una mínima campaña educativa orientada a la
población abierta y sin articulación política con la comunidad
LGBTTI. La reacción gobernante no puede amanecer de pronto una
mañana vestida de progresista sin abrir con ello una caja de
Pandora.
(Ilustración: George Grosz. “Los pilares de la sociedad” – 1926)
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