El 31 de marzo cuatro mercenarios estadunidenses --ahora
llaman “contratistas” a los mercenarios-- fueron emboscados y asesinados en
Fallujah. Una turba de iraquíes sedientos de venganza mutiló, quemó y arrastró
los cadáveres y luego colgó los restos humeantes en un viejo puente ferrocarrilero.
Esos homicidios atroces, cuyas imágenes no pudieron ser contenidas por el operativo de
censura que el Pentágono ha instrumentado sobre los despachos procedentes de
Irak, marcaron un punto de viraje en la guerra y en la información periodística
correspondiente. Desde la semana pasada, por ejemplo, han empezado a aparecer
en noticieros y periódicos fotos de marines con
las tripas de fuera. Las opiniones públicas de Estados Unidos e Inglaterra no
tienen más remedio que voltear hacia esos indicios de que, a un año de la
invasión, Irak está fuera de control.
Es una mala noticia para los inversionistas y para los chicos
del consejo de administración de Halliburton: conforme la resistencia iraquí
multiplica sus acciones, los proyectos de reconstrucción requieren más y más
medidas de protección, valga decir, más y más mercenarios que ya conocen el
riesgo de terminar convertidos en carne achicharrada y que, por ello, exigen
salarios cada vez mayores. George W. Bush se comporta “como un adolescente con
una tarjeta de crédito”, según describe William Nordhaus, de la Universidad de
Yale, quien calcula que para fines de este año el costo de la destrucción y la
ocupación de Irak (pagadero por los causantes estadunidenses) llegará a 150 mil
millones de dólares.
Al margen de esos cálculos, el gobierno de Estados Unidos
reaccionó a los cuatro asesinatos de Fallujah poniendo buena parte de su
poderío militar al servicio de la venganza, que empezó el lunes, con el cerco a
la ciudad por 20 mil marines,
y siguió el martes con el bombardeo de una mezquita repleta de fieles. Durante
seis días los habitantes de Garma, pequeño pueblo situado a mitad de camino
entre Bagdad y Fallujah, vieron en el cielo un desfile interminable de aviones
de ataque y bombardeo que pasaban hacia el oeste cargados de material bélico y
volvían vacíos a la base aérea de Balad, que, por cierto, el sábado sufrió un
ataque de artillería que dejó dos invasores muertos.
A lo largo de la semana pasada, los ocupantes impidieron el
paso a los convoyes de ayuda humanitaria que fluyeron, desde los cuatro puntos
cardinales de un país destruido, hacia la pequeña ciudad de 300 mil habitantes
que se convirtió de pronto en símbolo de la resistencia nacional. Los marines dispararon
contra las ambulancias y la fuerza aérea hizo blanco en el único centro hospitalario
en funciones. Los comunicadores de Al Jazeera en la localidad denunciaron que
los invasores los han colocado bajo fuego y que no pierden oportunidad de
dirigirles sus apuntadores láser.
Sin embargo, los combatientes de Fallujah resistieron el
asedio, causaron un importante número de bajas al enemigo y concitaron
innumerables reacciones de solidaridad dentro y fuera de Irak. La más
significativa fue la de los integrantes de un batallón del ejército nativo --formado
por los invasores-- que se negaron a ir a Fallujah a matar iraquíes. El fin de
semana el consejo de gobierno creado por Estados Unidos estuvo a punto de
desmoronarse luego que sus miembros más pro estadunidenses declararon que la
masacre en curso era inaceptable.
Entonces ocurrió algo que hace unas semanas habría resultado
inconcebible: el mando de los ocupantes pidió negociar con la resistencia --los
“terroristas”, los “delincuentes”, los “malvados”-- para acordar una tregua que
permitiera el retiro ordenado de los agresores. Los iraquíes pusieron como
condición que los marines se
replegaran al desierto, a cinco kilómetros del perímetro de la ciudad, y los
ocupantes pidieron la entrega de los homicidas de los cuatro “contratistas” --hasta
ahora Fallujah ha pagado 150 vidas por cada uno de los mercenarios asesinados--
y la salida de la ciudad del equipo de Al Jazeera. No era para menos: ante las
acusaciones de que las tropas estadunidenses han disparado indiscriminadamente
contra blancos civiles en Fallujah, los voceros militares de Washington dicen
que sus tropas están entrenadas para realizar acciones extremadamente precisas
y para matar sólo a los combatientes; sin embargo, la televisora qatarí
exhibió, en su sitio web, las fotos de más de 12 niños muertos en Fallujah por
los marines.
Tengo la impresión de que el cerco de esa pequeña ciudad
sunita, aunado a la rebelión chiíta de los días recientes, marcará un punto de
viraje en la guerra de Estados Unidos e Inglaterra contra Irak. Se ha puesto en
evidencia que los soldados anglosajones no son héroes, sino asesinos, y que
distan mucho de ser invulnerables.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario