2.7.06

Sueño de un comicio de verano

Queridos connavegantes: Navegaciones no aparece hoy en La Jornada porque me autocensuré. Había escrito lo que sigue sin más propósito que la diversión propia y ajena, pero en la tarde del sábado consideré que un relato sobre conflictos electorales, publicado en la página 4 del diario, podía ser tomado como un augurio indeseable para este día, y acordé con la Redacción del periódico que no apareciera la columna. El blog es otra cosa. Aquí el texto es lo que es –una fábula—, carece de cualquier otra implicación ante la opinión pública y nadie tomará el texto como un mensaje de desaliento al voto ciudadano. Sigo aprendiendo cómo interactúan una columna periodística y un blog. Lamento, por último, haber arrastrado a la subsección de Plaqueta en mi error de apreciación. Y aquí va:

  • Lectura para entretenerse en la fila de la casilla
  • Sostiene Plaqueta: crema hidratante para presidente


Quienes acuñaron la expresión “urna embarazada” y quien tuvo la ocurrencia original de llamar “alquimistas” a los manipuladores de votos nunca se imaginaron la terrible realidad que podía encerrarse en esas palabras aparentemente metafóricas. Pudieron comprobarlo, si es que aún estaban vivos, el 2 de julio de 2006, una jornada electoral que se auguraba inédita y ejemplar. La concurrencia a los centros de votación arrancó copiosa y fuerte desde antes de que abrieran, las colas se alargaron por dos y tres cuadras, los sufragios fueron emitidos en orden y sin novedad, y a las once de la mañana pudo constatarse un primer milagro: un tercio del padrón electoral ya había cumplido con su responsabilidad ciudadana.

Poco después del mediodía se registraron los primeros indicios alarmantes. Las paredes transparentes de las urnas se empañaron y por sus esquinas empezaron a salir gotas de un líquido tibio. El primero en darse cuenta, un presidente de casilla del rumbo de Nochistlán, pensó que algún estúpido había introducido en la caja algo diferente a una boleta electoral y se enfrascó en una discusión estéril con los representantes de los partidos allí presentes. Les dijo que era necesario abrir la urna para extraer de ella el cuerpo extraño que causaba la turbiedad y la humedad antes de que las papeletas ya depositadas se arruinaran en forma irremediable. Pero los representantes de los institutos políticos se vieron con sospecha unos a otros y rechazaron la idea, en tanto se les ocurría una mejor.

A la una de la tarde el país entero estaba en pánico. El interior de las urnas estaba opacado por un vaho espeso, en sus costados sólo podía verse un borde acuoso e irregular, en tanto que de las junturas destilaban hilos de algo como saliva. Una señora de Iztapalapa, cuando se disponía a introducir su boleta por la ranura, vio aquello y vomitó. En todos los centros de votación ocurrieron conatos de violencia porque los sufragantes se negaban a depositar sus papeletas en esas cajas tan extrañas y las filas se hicieron interminables. Los que estaban formados al final recibían toda clase de rumores alarmantes que pasaban de boca en boca de adelante para atrás. Los funcionarios del IFE se tronaban los dedos en la sesión permanente y en las casas de campaña de los aspirantes presidenciales el estupor era total porque se había previsto todas las situaciones críticas, menos la que se estaba viviendo.

Poco antes de las dos las urnas instaladas en todo el país empezaron a moverse. Casi imperceptiblemente, primero, y luego en una suerte de latidos que se volvían contorsiones. Al ver el prodigio, un votante de Ixmiquilpan dejó de lado toda corrección cívica y se fue derechito al recipiente:

--A mí se me hace que nos están viendo la cara –dijo, y ante el azoro del comité de casilla, con un movimiento enérgico y rápido de las manos, desbarató la urna.

Lo que vieron los ahí presentes era para quitar el habla. De inmediato se desparramaron sobre la mesa tres centenares de seres diminutos y vociferantes. Algunos de los ciudadanos, la mayoría, salieron corriendo del recinto, pero unos cuantos audaces se acercaron para contemplar de cerca a los aparecidos y comprobaron que se trataba de seres humanos en miniatura, de un centímetro de alto a lo sumo, que pataleaban, agitaban los puños al aire, gritaban cosas ininteligibles por lo agudo de sus voces y pugnaban por salirse del montón en que se encontraban.

--¡Mira! –dijo de pronto un observador avezado, dirigiéndose a todos y a nadie, y señalando a uno de los hombrecillos--. Ese es igualito a López Obrador.

Una muchacha que se había quedado descubrió que otro de los seres exhibía un sorprendente parecido físico con Roberto Madrazo. Y alguien más descubrió que uno de los enanitos usaba lentes y parecía una réplica a escala de Felipe Calderón.

En pocos instantes la concurrencia identificó con claridad cinco tipos de criaturas: los pejecitos, los calderoncitos, los madracitos, las patricitas y los campitas.

Lo mismo estaba sucediendo en toda la República. Las urnas parían centenares de réplicas vivientes de los candidatos presidenciales, y hacia las cuatro de la tarde –varias horas antes de la difusión de las encuestas de salida— el territorio nacional estaba inundado por millones de candidatitos que se desgañitaban ofreciendo con voces chillonas bienestar para todos, seguridad pública, certidumbre económica, mano firme, respeto a la diversidad, más de lo mismo, algo de lo nuevo y muchas más cosas. Los biólogos de la UNAM estaban eufóricos, pero los funcionarios del IFE vivían momentos amargos.



Muy pronto se hizo evidente que de alguna manera misteriosa cada voto para presidente había generado en el vientre de las urnas a un pequeño clon del candidato favorecido; que el recuento habría de hacerse no con papeletas sino con criaturas ínfimas que no podían estarse quietas ni calladas, y que el país enfrentaba un problema mayúsculo: qué hacer con todos esos bichos una vez contados, y eso suponiendo que fuera posible agruparlos en cinco grandes montones y ponerlos en orden de algún modo.

Cuando empezó a caer la noche alguien esbozó una hipótesis: un alquimista desconocido había dado por fin con un método eficaz para crear homúnculos, empleando para ello urnas embarazadas. La conjetura pareció confirmarse cuando llegaron de los laboratorios los primeros resultados del análisis practicado a muestras de la baba que los recipientes habían secretado al mediodía: aquello era, ni más ni menos, líquido amniótico. La idea logró la simpatía inmediata de los madracitos y los calderoncitos, pero fue repudiada por las patricitas, las cuales rechazaron de inmediato el calificativo de homúnculas porque, argumentaban con vocecitas indignadas, ello era una grave ofensa a su identidad de género. Los pejecitos, por su parte, trataban de mediar en el conflicto y pedían amor y paz.


Así como las autoridades electorales no sabían qué hacer ante la situación, este escribidor no tiene la menor idea de cómo terminar este disparate. Ya les avisará si se le ocurre un final plausible, les desea un feliz y fructífero sufragio y los deja, por lo pronto, en manos de Tamara de Anda. Sostiene Plaqueta:

Nunca he sido muy telenovelera, pero sí recuerdo que en mi infancia me aventé un par de culebrones. En esas sesiones televisivas, con la asesoría de mi ilustrada madre, obtuve conocimientos cruciales para la vida: que toda la ropa que usan las actrices es de pésimo gusto y está pasada moda, que las pestañas postizas son una malísima idea, y que la cirugía plástica puede traer consecuencias desastrosas. También empecé a sopesar la posibilidad de convertirme en guionista de esas historias sin patas ni cabeza, pues parecía la actividad más fácil del universo, y además, cotorrísima.

Pero aún más significativo fue descubrir la descarada colocación de productos a medio capítulo, como si hablar de sus cualidades fuera la cosa más natural del mundo. Los personajes, de pronto, interrumpían su azotadísimo diálogo sobre la pasión y los celos para hacer afirmaciones como: “¡No te necesito, César Alberto! ¡La nueva Nivea hidratante con baba de perico me da todas las caricias que necesito!”. Decidí que en mi futuro como guionista intentaría disimular un poquito esa publicidad tan chafa.

Lo que nunca imaginé fue que la misma táctica la llegara a utilizar un candidato presidencial. Pero ocurrió. El miércoles, justo antes de que se terminara el chance de proselitear, uno de los personajes de La fea más bella recomendó votar por Calderón, “el candidato del empleo”. Luego, según pude leer (pues no tuve el gusto de verlo), echaba un choro de por qué ese güey es la pura onda y oh qué chido el PAN.

Y no es que los protagonistas del pinchurriento reciclaje de Yo soy Betty, la fea (infinitamente más decente) sean incuestionables líderes de opinión. Pero, eso sí, la mugre telenovela tuvo más rating que el segundo debate (27.4 contra 23.2 puntos, más o menos). Sopas.

Confiaré en el criterio del público televidente para no votar por alguien que utiliza los mismos métodos propagandísticos que la crema hidratante y el chocolate en polvo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena la fábula, contextualizada en Foxilandia.

Aunque....Pensándolo bien, más que fábula, me parece la descripción real de lo que hoy está ocurriendo, el proceso electoral ha sido algo así como una telenovela en la que todo es posible. Y ni modo, a votar, al fin y al cabo es la única forma que te da esta vergüenza de democracia para poder decidir, no hay que despreciarla.

Pedro Miguel dijo...

Pensándolo bien, la fábula es una fresez comparada con lo que está pasando. La publicaré en el diario, corregida, aumentada y abierta a la participación popular.

Anónimo dijo...

Chispas Pedro Miguel!!!! Se me hace que eres clarividente. Ahora la fábula ya no es fábula. Ay nanita!!!!!

Pedro Miguel dijo...

No nos asustemos. Mejor pensemos.

Anónimo dijo...

Sobre los homunculos (sin albur).

DEstacados cientificos de la UNAM, revisando la bibliografia disponible, encontraron que ya tres destacados pensadores habian intentado crear vida a partir de metodos alquimicos, a saber: Jose Luis Borgues, Rabi la Gran tagoda (otras fuentes le llaman "Rabina Gran Tagoda", el caso es que todas insisten en su grandeza), y un tipo sin nombre, conocido unicamente por su mal caracter, a quien llamaban "Volpe" (no confundir con Antonio La volpe, entrenador que jugaba como nunca y perdia como siempre)
El caso es que de alguna manera el conocimiento de esos sabios habia llegado mas o menos intacto al siglo 21 en Mexico, y se murmuraba por ahi que en algun oscuro laboratorio habian creado un muñeco de ventrilocuo sumamente defectuoso, alto, de bigotito, manejado por alguien de apellido Segun (tambien le decian "Sahagun", al parecer por provenir de una antigua estirpe originaria de la ciudad del mismo apellido).
El caso es que alguien andaba jugando el aprendiz de brujo, haciendo que las urnas no solo se embarazaran, sino que parieran homunculos (sin albur), homunculas, titeres desprovistos de hilos y toda clase de seres desconocidos por la ciencia...