En fechas recientes, mi cuenta de correo ha sido invadida por mensajes que rompen el alma: gatitas huérfanas y discapacitadas, conejos con leucemia, canarios ciegos, perros ancianos que sufren enfermedades neurodegenerativas. Al pie de fotografías realmente desgarradoras, los remitentes enfatizan el deber moral de abrir el hogar y el corazón a esos seres necesitados de cariño y de cuidados (a veces, intensivos) y de reivindicar ante la energía cósmica el buen nombre de la especie humana, tan enlodado por millones de canalladas de toda clase, chiquitas, medianas, grandes, extra large y jumbo. Me conmovió especialmente el caso de un pastor alemán que, tras sufrir la pérdida de movilidad de sus extremidades posteriores, fue echado a la calle por sus amos crudelísimos y anduvo arrastrándose por las aceras hasta que el remitente del mensaje se lo encontró, lo llevó a un albergue especializado en mascotas con capacidades especiales, lo bautizó Nerón, le tomó tres fotos dramáticas y tiernas y se puso a lanzar emails de auxilio a las direcciones de conocidos y desconocidos. Recordé entonces un caso similar que presencié años atrás en un pueblito oaxaqueño: el perro de una familia campesina fue atropellado en la carretera próxima, se quedó paralítico del abdomen para abajo y sus dueños tuvieron la buena idea de fabricarle una silla de ruedas ad hoc: era como una pequeña carreta de dos ruedas, sobre la que el infortunado animal asentaba sus cuartos traseros y que se le ataba a la cintura con un cinturón viejo. De esa forma, el can, convertido a la fuerza en una criatura bípeda, podía remolcar una parte de sí mismo moviendo las extremidades anteriores. Ahora que escribo esto, realizo una búsqueda rápida y descubro que ese artilugio rústico tiene equivalentes comerciales y hasta elegantes. De hecho, en Gringolandia hay un mercado de productos especiales para bichos a los que se les ha estropeado alguna parte del organismo.
El asunto me llevó también a evocar a Julia, una vegetariana de línea dura, tan colmada de buenas intenciones que parecía a punto de explotar, y que era capaz de compadecerse hasta de una ortiga necesitada de riego y abono. Era oriunda de Suecia o de Holanda, o algo así, y en cuanto llegó a México, siguiendo su primer impulso y su primer contacto, se fue a una comunidad michoacana a trabajar en proyectos de desarrollo sustentable. Llegada al lugar, Julia se enteró con gran desazón que allí la principal actividad económica era la porcicultura. Superado el trauma inicial, y ante la negativa de los habitantes a cambiar su actividad tradicional por la producción de propóleo, como les proponía la forastera, ésta discurrió una propuesta genial: matar a un ser vivo era desde todo punto de vista inaceptable, de modo que si no se podía evitar la explotación de su carne resultaba obligado preservarle la vida. Como primer paso, la mujer trató de convencer a los productores de que cambiaran de giro, dejaran de hacer carnitas y que, en vez de eso, se dedicaran a la fabricación de jamón serrano, lo que podía reportarles un notable incremento en sus ingresos. Cuando logró venderles esa idea, pasó al punto dos: a cada cerdo se le amputaría, por medio de una intervención quirúrgica cuidadosa, con el concurso de un anestesista calificado y subsiguientes apapachos postoperatorios, uno de los cuartos traseros, el cual sería destinado a la producción; a cambio del daño, se compensaría al animal con una prótesis adecuada, alimentación a base de nueces y almendras, vivienda limpia y afecto humano hasta que sobreviniera su muerte natural. Hasta donde sé, los que habrían de salir beneficiados con la propuesta —ingrata que es la gente— la mandaron al cuerno.
Faith, la perra bípeda de Oklahoma
Conocí a Julia cuando elaboraba el proyecto. Había venido al Distrito Federal para solicitar la asesoría de un veterinario con especialidad en homeopatía y acupuntura. Me llamó por teléfono para pedirme mi opinión, nos citamos en un café, acudimos, nos presentamos, ella desplegó en la mesa unos papeles con textos y dibujos, se lanzó sin más preámbulos a exponerme su plan y yo la escuché con atención hasta que terminó. Luego le formulé algunas preguntas básicas: el precio promedio de un cerdo, los honorarios del cirujano, el costo al mayoreo de las prótesis (ella dudaba si era aceptable mandarlas a hacer en serie o si, por el contrario, la ética exigía que fuesen a la medida de individual de cada animal amputado) y el presupuesto para la jubilación digna de los porcinos. Saqué del bolsillo una hermosa y entrañable pluma fuente, garabateé sobre una servilleta unas sumas rápidas y unas divisiones de bulto y obtuve que, para sacar gastos, los porcicultores tendrían que vender su jamón en algo así como 700 dólares el kilo. Recordé entonces al perro oaxaqueño y le sugerí que se cortara ambas patas traseras a los puercos y se les proveyera no de prótesis, sino de sillas de ruedas; de esa manera, le dije, los costos del producto a granel podrían bajar a unos 450 dólares, y aun así sería difícil colocar en el mercado aquel jamón humanitario. Ella me lanzó una mirada ofendida ante lo que consideró una inmoralidad y, sin decir palabra, recogió sus papeles de la mesa, se levantó y salió del café. Su partida súbita me dejó tan sorprendido que en el momento no me di cuenta de que se había llevado mi pluma fuente.
Años después me llegó una solicitud para que agregara mi nombre a una lista de firmantes de un proyecto formidable que aspiraba al patrocinio de la Organización Mundial de la Salud, de la Comisión Económica y Social de la ONU y de la UNESCO, y en el que la tal Julia fungía como directora estratégica. Se trataba de un plan ejecutivo muy bien diseñado, tanto en lo conceptual como en lo gráfico, que clamaba por un enfoque holístico en la relación entre los humanos y otras especies animales. Proponía, entre otras acciones, prohibir los atroces métodos de electrocución empleados para obtener esperma de sementales perezosos y sustituirlos por adaptaciones del yoga kundalini orientadas a equinos, porcinos y osos pandas del zoológico; incluir en los planes de estudio de las carreras de veterinaria una materia sobre invertebrados, para que los egresados pudiesen dar asistencia clínica y sanitaria a pulpos en desgracia, arañas con una pata rota y hasta a humanos que hubiesen atentado contra una mosca, le hubiesen producido traumatismos severos y luego, arrepentidos de su acción, pretendieran salvar la vida de su maltrecha víctima; ah, el plan de acción también estipulaba que, si no era posible persuadir a ciertas industrias químicas de que dejaran de producir insecticidas, cuando menos se les debía exigir que agregaran a sus productos un anestésico poderoso para evitar el sufrimiento final de los seres inocentes asesinados. Cuando estaba a punto de agregar mi rúbrica en el documento, me pregunté si no sería conveniente pensar menos en los zancudos con hipertensión y más en los millones de humanos que la están pasando de la chingada en este mundo, y como además la directora ejecutiva de la propuesta me había dejado sin pluma, no la firmé.
12 comentarios:
Hola, Pedro Miguel, fíjate que me gustó muchísimo tu artículo. En la novela "Pastoral americana" de Joseph Roth hay un personaje como tu Julia -que parece de novela, verdaderamente: ¿es verdad lo de las patas de las arañas?-, aunque sin las enloquecidas iniciativas de que hace gala esta señorita que te robó la pluma (Montblanc, I presume). Por no matar un solo ser vivo,la muchacha de la novela se queda encerrada en una covacha, sin comer y tratando de no pisar a ningún bicho, frente a la consternación y deasliento de su padre, un fabricante de artículos de piel.
También me gustó mucho tu artículo anterior; me diste una razón para votar, lo cual, en estas épocas, es un gran logro.
Te mando saludos y aplausos,
Ana García Bergua
Como siempre un excelente artículo, que nos hace reflexionar sobre el respeto a la vida. Finalmente en la medida que cuidemos nuestro entorno, y respetemos al resto de las especies, mejorará nuestro modus vivendi. Pero lo más importante respetarnos a nosotros mismos y a nuestros congéneres, todavía se mueren muchos humanos por la falta de recursos y guerras, mata más la pobreza y la escopeta. Saludos.
Pedro Miguel, hazme la buena: mándame el vínculo al manifiesto de tu Julia, porque quiero reírme como nunca. ¿Patas de araña fracturadas? Debo leer eso, me cae. Saludos.
Excelente artículo ¡Lástima que ya no tienes pluma!, pues con ella deberías escribirle a Julia para que ya no coma lechugas, pues las lechugas son seres vivos e imagino que al comerlas se mueren -las lechugas, no quien las come-.
Habría además que inventar una prótesis para zanahoria, de modo que nos comamos la mitad -¡qué horror mutilar a la zanahoria viva! pero de algo hay que vivir- y junto con su prótesis volver a enterrar la zanahoria en tierra especial -o sustrato clínico- para que pueda seguir viviendo. Y darle alimento hidropónico en invernadero.
Después de releer lo que escribo me surge una duda existencial: ¿deberemos comer la mitad de arriba o la de abajo de la zanahoria?
Perdón que escriba como anónimo, pero no me he inscrito a ningún blog. ¿Realmente existe Julia o es una invención del escritor?
Saludos.
¿como debemos castigar a mi gato que mastica arañas por puro placer? (el flojo ni se las come, luego luego las escupe)
Una cosa mas que agregar: las carnitas de quiroga michoacan son lo maximo.
besos proteinicos
A.
Ana: Gracias por visitar este bló, por el dato de la novela de Roth y por haberte dejado persuadir de la pertinencia de votar.
¿Montblanc de narcopolítico y/o pirruro? No: Pelikan, indeed.
Abrazo.
IMH: El respeto a la vida, llevado a sus últimas consecuencias, desemboca en absurdos como el que nos cuenta Ana García Bergua que cuenta Roth, o bien en prohibir el aborto. Desde luego, no preconizo el asesinato.
Anónimo: No necesitas inscribirte a un blog para obtener una identidad de Blogger o de otro servicio semejante.
La buena noticia es que Julia no existe. La mala es que hay en el planeta demasiadas mentes como la suya.
La mejor solución, Bogante es que dejes en paz a la zanahoria vivir su vida: mejor come carnitas (de Quiroga, como dice A, chicharrón, suadero y longaniza.
Tengo la impresión, Cex, de que los vegetarianos son intrínsecamente fundamentalistas; si Dios o quien corresponda hubiera querido hacernos herbívoros, tendríamos los ojos a los lados de la cabeza, como los conejos y las vacas, y no viendo hacia el frente, como los felinos y los cánidos, que son carnívoros.
A: Mételo a clases de meditación y cómprale arañas de soya, para que se le quite. No faltará en Tepoz o en Coyoacán algún establecimiento especializado en gatos de la Era de Acuario.
Besos ommmmmmm.
Conozco a varias Julias lánguidas, pálidas y anémicas.
Pues yo creo que los seres humanos no somos los más importantes del planeta; eso es lo que creen muchos porque así lo dicen... ¡los seres humanos!
El asunto no es si matamos o no animales para saciar nuestra hambre, sino las salvajadas que acostumbramos cometer en contra de ellos sólo porque nos pensamos superiores.
Jajajajajaja Ha sido una delicia leer lo anterior. Sí, todas las varias veces que se los he leído en voz alta a algunos amigos.
Y bueno, así como estoy de acuerdo en que cosas como las corridas de toros, los perros maltratados por la vida urbana o los animales usados en laboratorios son una muestra de lo poco humano de nuestra humanidad (¿o será que lo humano no tiene de humano lo que nos ha sido dicho? mmmm) En fin, así como no estoy de acuerdo con esas monstruosidades...Así mismo, si voy a acabar siendo el plato fuerte de algunos gusanos...¡no será sin dejar bien clara mi condición carnívora!
Saludos y Gracias por las buenas lecturas. :)
P.D. Recordé la historia aquella del artista oriundo de Costa Rica que tuvo la idea de amarrar a un perro callejero en una galería queriendo hacer una declaración sobre la situación que viven estos cánidos, la escandalizada reacción que dicha acción provocó...y también, el modo en que algunas ciudades del país (y del mundo) suelen hacer sacrificios masivos de los mismos cánidos...
¡Qué bueno que el en mundo existe gente como la Julia! Sin ellos, el mundo sería tan aburrido. Ya bastante gente se ocupa de salvar a la humanidad (sin mucho éxito) me parece bien que alguien se preocupe por las arañas y los mosquitos. Pedro: Yo sí la hubiera firmado nada más por el placer de que el surrealismo se mantenga latente en el mundo, eso y la locura...
Pues sí, Lourdes: lánguidas o robustas, pálidas o no, anémicas o con sobrepeso, hay demasiadas.
Me parece, Cynthia, que el tener conciencia nos hace ser superiores al resto de los bichos, aunque eso no evite -o que, por el contrario, propicie- que seamos, también, superiormente crueles.
Plenamente de acuerdo, AnaCess, sobre todo en lo que respecta a espectáculos como el taurino, que no sólo es una salvajada sino también una expresión de infinita vulgaridad.
Pues qué paradoja, Ernesto, pero tienes razón: sin Julias como la del cuento, tendríamos un tema menos de regocijo.
Abrazos pa'tod@s.
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