18.4.11

Versos de la censura


Hace algunos ayeres, las imprentas
la mafia clerical las controlaba;
del libre pensamiento se cuidaba
y se consideraba como afrentas
la crítica al poder, la astronomía,
la ciencia, la verdad y la herejía.

Ante tal opresión, no había pierde
ni salvación posible, pues llegaba
presto el inquisidor, y te quemaba
en un alto fogón de leña verde
y si ésta se agotaba, luego luego
tu biblioteca alimentaba el fuego.

Con el paso del tiempo, la censura
fue cambiando de manos lentamente
del cardenal al juez y al presidente,
mas no por tal razón fue menos dura:
esos ya no te enviaban a la hoguera
sino al rigor de un paredón cualquiera.

Los tormentos, los golpes, el acoso
que sufre quien se expresa libremente,
son la señal precisa y evidente
del miedo que recorre al poderoso
y que interrumpe el sueño del tirano
ante el lenguaje libre y soberano.

Aun en medio de la guerra cruenta,
el propio cura Hidalgo sostenía,
con una proverbial sabiduría,
“más poder que un cañón tiene una imprenta”.
Lo podrá perforar de lado a lado
pero el fusil se asusta ante el teclado.

Hoy se recurre a cosas más sutiles;
para desinformar, todo se vale;
noticia que es molesta, pues no sale,
y medios sin moral, los hay por miles;
entre el poder y los informadores
hay un vasto intercambio de favores.

En medio de vendidos y agachones,
de adeptos al poder, de cortesanos,
se cuentan con los dedos de las manos.
unas pocas notables excepciones.
En noticias, diatribas y opiniones,
la libertad es de quien la trabaja
y dice lo que piensa, no se raja,
y se niega a bajarse los calzones.

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