Se va a cumplir un
año. 52 semanas. 365 días. 8 mil 760 horas de dolor y de rabia por
lo que ustedes hicieron en Iguala. ¿Qué hicieron? Asesinaron a seis
personas, hirieron a decenas y secuestraron a 43 que hasta el momento
no aparecen.
Sabemos que ustedes
lo cometieron porque había coordinación de control, comando y
comunicaciones entre las fuerzas militares y policiales de los tres
niveles destacadas en esa ciudad. Sabemos que ustedes sabían los
movimientos precisos de los chavos de Ayotzinapa desde que éstos
salieron de Tixtla. Que ustedes estuvieron al tanto, a cada instante,
de las ráfagas disparadas a autobuses repletos de muchachos
normalistas y hasta de futbolistas; de los insultos y las burlas, de
los golpes, de los gritos, de los charcos de sangre, de la tortura,
del desollamiento y de las capturas. Nos dejaron tres cadáveres en
las calles y decenas de heridos abandonados a su suerte y se llevaron
vivos a 43. Lo que no sabemos, hasta ahora, es qué les hicieron ni
dónde los tienen.
Tampoco sabemos bien
a bien por qué ni para qué cometieron ustedes semejantes crímenes.
¿Para escarmentar a jóvenes dignos situados en esa encrucijada de
educación pública y campo, cosas ambas que ustedes detestan? ¿Para
poner un hasta aquí a la irreverencia popular que se contrapone a la
insolencia oligárquica de ustedes? ¿Para cumplir un pacto secreto
de mutua protección con sus socios, los exportadores de goma de
opio?
Lo que nos queda
claro es que en las horas posteriores a la atrocidad ustedes pensaron
como piensan siempre: que los muertos y los desaparecidos eran unos
pelados, unos muertos de hambre, unos indios de la prole que no iban
a importarle a nadie y que el país –ya no digamos el mundo– se
iba a quedar contento con la explicación de que aquello era un
incidente menor y un asunto local. “Que el gobierno de Guerrero
asuma sus responsabilidades”, dijeron. Como si ustedes no supieran
que las responsabilidades de combatir a la delincuencia y preservar
el orden público corresponden a los tres niveles de gobierno. Como
si no tuvieran la menor idea de que en esa región la droga fluye a
raudales en las narices de su C4, de sus cámaras de vigilancia, de
su Cisen, de su PGR, de sus cuarteles militares y de sus
destacamentos de Policía Federal.
Pero se equivocaron.
El agravio sí importó y fue sentido en carne propia por millones de
otros proles, de otros indios pelados, y recorrió el país y llenó
las calles y las plazas, y junto con él cundió la convicción de
que la barbarie no obedecía a la mera acción de un alcalde
enloquecido y cooptado por la delincuencia sino que involucraba,
necesariamente, a las esferas superiores del poder público. Entonces
ustedes, muy diligentes, aparecieron en escena y formularon
propósitos de justicia y esclarecimiento. Un figurín desmejorado
apareció secretando lágrimas de cocodrilo por lo que hubiera podido
ocurrir a los jóvenes y por el dolor y la zozobra que afectaba –que
afecta– a los familiares. Y con sus conocidas muecas de Supermán
institucional tomaron la investigación en sus manos.
No los movía el
propósito de esclarecer los hechos sino el de ocultar su propia
participación en ellos. A continuación nos ofrecieron unos chivos
expiatorios: la renuncia del gobernador, la captura del alcalde y su
mujer y la presentación de un puñado de infelices seguramente
torturados que se prestaron a recitar lo que ustedes les pusieron en
el teleprompter: que de parte del narco habían capturado a los
normalistas faltantes, que los habían llevado a un basurero, que
allí los habían asesinado y quemado hasta reducirlos a unos pedazos
de huesos renegridos –“así, chiquitos”, decía Murillo Karam mientras acercaba los dedos índice y pulgar de la mano derecha– y que posteriormente
habían recogido los restos de la parrillada, los habían metido en
unas bolsas de plástico y las habían arrojado al río cercano.
Verdad histórica,
asunto resuelto. Ya podían ustedes, muy quitados de la pena, seguir
disfrutando las mansiones que se han comprado con dinero del pueblo;
ya podían largarse a sus giras dispendiosas a no sé qué confines
del planeta para arreglar sus negocios particulares; ya podían
retomar su empeño en construir un México más poderoso, grandioso y
glorioso, para que el país les guardara agradecimiento eterno.
Oigan, ¿pero qué les pasa? ¿Dónde quedó su vieja capacidad para
aparentar decencia?
Pero esa movida
tampoco les salió bien. Gracias a ella nos quedó claro que si
ustedes recurrían a tales fabricaciones truculentas era porque
tenían la conciencia más sucia que el basurero de Cocula. Las
inconsistencias internas de su relato terrorífico, y la falta de
correspondencia entre éste y la realidad, eran tan vastas y
evidentes que a leguas podía detectarse la fabricación de una
mentira histórica.
Además, los
pelados, los proles, los muertos de hambre de Ayotzinapa habían
tenido la sagacidad de pedir la colaboración de expertos
internacionales –los forenses argentinos y los expertos
independientes– que han cuestionado en forma sistemática y
contundente las coartadas de un gobierno que ya no sabe cómo eludir
sus propias culpas y han dejado al descubierto que ustedes, además
de perpetrar un ataque homicida contra civiles desarmados, han estado
ocultando y destruyendo pruebas, desviando la investigación,
obstruyendo la justicia, encubriéndose a sí mismos.
Su apuesta principal
ha sido ganar tiempo. Ustedes han estado apostando a lo largo de todo
este año a enterrar a sus víctimas –los asesinados y los
desaparecidos– en la tumba del olvido colectivo, la frivolidad y la
insensibilidad. “El león cree que todos son de su condición”,
dice el refrán que les viene como cosido por un sastre. Resulta que
la sociedad mexicana tiene reflejos de empatía y humanidad que para
ustedes son tan desconocidos como las tripas de un extraterrestre, y
que en vez de olvidar ha estado ejercitando todo este tiempo el
músculo de la memoria.
Ultimadamente se
trata también de un ejercicio de supervivencia. Tras cientos de
masacres sedimentadas –Aguas Blancas, Acteal, Atenco, Villas de
Salvárcar, San Fernando, Tlatlaya y tantas otras–, con la
atrocidad de Iguala ya no pudimos dar la espalda al hecho de que
ustedes están más que dispuestos a tomar nuestras vidas y a causar
nuestras muertes para aceitar sus negocios turbios de tierras,
aeropuertos, carreteras, petróleo o drogas.
Por eso, a
contrapelo de lo que a ustedes les gustaría, los 43, en vez de
difuminarse en el transcurso de las semanas y de los meses, han
encarnado y se han hecho más presentes en la vida del país. Están
sembrados en nuestra memoria y allí germinan, como en una matriz, y
nacerán de nuevo cuando la verdad vea la luz.
En cuanto a ustedes,
vendepatrias, fabuladores, narcos, encubridores y asesinos,
beneficiarios de la impunidad, chambones de la simulación y la
hipocresía, señoritos de las concesiones y los contratos,
terminarán en el bote. Más tarde que temprano.
1 comentario:
Excelente escrito. Coraje, indignación, que como bien dice, no se ha perdido y que seguirá motivando a otros a alzar la voz!
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