Hace 40 años, como culminación de una farsa judicial, el franquismo asesinó a José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz, Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui, integrantes del FRAP y de ETA.
Desde antes de las
ejecuciones el mundo pidió que no se cometiera tal barbarie.
Gobiernos, organismos internacionales y hasta el Vaticano abogaron
por la vida de los sentenciados. Todo fue inútil. Txiki, de 21 años,
fue fusilado en Barcelona; Otaegui, de 33, en Burgos; Sánchez bravo
(22), García Sanz (27) y Baena Alonso (24) fueron llevados al
paredón en Hoyo de Manzanares, Madrid.
La ira y el asco
fueron planetarios. Euskadi fue paralizada por huelgas generales y
disturbios durante tres días y numerosos países retiraron de España
a sus embajadores. Ya podrido en vida, Franco convocó a sus huestes
a la Plaza de Oriente para denunciar una supuesta “conspiración
masónico-izquierdista, en contubernio con la subversión
comunista-terrorista”. A su lado, silencioso y taimado, el señor
Juan Carlos Borbón se limitaba a asentir con la cabeza. Fue esa la
última vez que se vio al viejo dictador ladrando en público.
En lo sucesivo, los asesinatos políticos en España habrían de correr por cuenta de Felipe González y sus GAL. Y de ETA, claro.
40 años después de
esos sucesos, Cataluña vota abrumadoramente por formaciones
independentistas y el posfranquismo tiembla.
Salud y República.
Salud y República.
1 comentario:
Creo recordar que marchamos en Roma y que nos tomamos la plaza de España. La bestia de Franco quería en un primer momento estrangularlos mediante un sistema que usaron los españoles contra Micaela Bastida, la esposa de Tupak Amaru y dirigenta de la retaguardia del ejército insurrecto en 1782.
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