La
ofensiva va. Con los restos de mando que le quedan, el peñato
amenazó a los gobernadores con demandarlos ante la Secretaría de la
Función Pública –que no servirá para esclarecer las turbiaspropiedades inmobiliarias de Peña y los suyos, pero sí para
disciplinar funcionarios remisos–
si no reportan, a su vez, a los maestros que participaron en el paro
gremial del 12 de octubre.
Por si hiciera falta remachar la advertencia, el propio titular del
Ejecutivo federal dijo a los de la Conago que ninguna resistencia
podrá frenar su llamada reforma educativa (que es, en realidad, una
reforma antilaboral), elevada por alguno de sus escribas a la
categoría de “imperativo moral”.
Vaya, pues: el tamal represivo envuelto unas hojas de supuesto aroma
kantiano.
Palos
y palabras: el domingo, en Chiapas, la Policía Federal y el Ejército
fueron lanzados contra mentores en resistencia a la evaluación
prescrita en las adulteraciones legales implantadas el 25 de febrero
de 2013.
De Oaxaca, Miguel Angel Osorio Chong dijo que “no estamos en unaacción represiva” sino “cumpliendo la
ley”.
Ojalá que algún asesor le explique el concepto weberiano del
monopolio de la violencia legítima para que entienda que represión
y legalidad no son necesariamente contrapuestas: hay muchas formas
de hacer leyes y de hacerlas cumplir, y las de ellos están siendo
aplicadas mediante la represión, que no sólo es el recurso favorito
de las dictaduras sino también de los gobiernos democráticos o
presuntamente democráticos desprovistos de oficio político,
sensibilidad e imaginación, y/o comprometidos con intereses
inconfesables.
Este
es justamente el caso. La ofensiva del régimen contra la enseñanza
pública viene de mucho antes de la reforma contra el magisterio y no
se limita a reprimir a la CNTE y a las secciones disidentes del SNTE.
Empieza por la depauperación y el abandono de las estructuras
educativas, sigue con campañas de opinión en contra de las
universidades públicas (esas les salen especialmente bien a los
panistas) y continúa con el acoso presupuestal; el proyecto del año
entrante, por ejemplo, padece de una insuficiencia manifiesta en
educación y salud,
recorta los gastos de la UNAM y de la SEP pero propone un incremento de 16 mil millones de pesos para el
gobierno peñista. Ya en pleno control de la Presidencia, Televisa,
el sector privado y sus organismos sí gubernamentales (OSG)
diseñaron y aplicaron el complemento a los sistemas de exclusión de
alumnos: la exclusión de maestros, mediante el Instituto Nacional
para la Evaluación de la Educación (INEE), ya convertido en
organismo público autónomo, y cuya presidenta, por si tenían la
duda, ganará el año entrante 191 mil 607 pesos mensuales.
El
odio del régimen a la enseñanza pública tiene un componente
pragmático y otro ideológico. El primero deriva del afán de
convertir la educación –de preescolar al posgrado– en un inmenso
mercado y en tantas oportunidades de negocio como mexicanos en
condiciones de pagar algo por la educación de sus hijos. El segundo
proviene del carácter oligárquico y clasista del régimen: es
imperativo impedir que los pobres dejen de serlo y para ello es
necesario destruir cualquier vestigio del sistema educativo como
mecanismo de movilidad social y reconvertir las escuelas y
universidades en un muro de contención que garantice la exclusividad
de la enseñanza para élites y clases medias.
La
ofensiva contra la educación pública conduce a una disputa que se
desarrolla necesariamente al interior del Estado y de sus
instituciones, desde las agrupaciones gremiales del magisterio hasta
las universidades, pasando, claro, por las normales rurales, las
cuales han padecido desde hace décadas un acoso implacable en todos
los terrenos.
Un
ejemplo de contraofensiva social es la creación de las Escuelas
Universitarias impulsadas por el Morena en ocho localidades del país.
En ese y en muchos otros frentes la participación de la ciudadanía
y de las colectividades en la defensa del sistema de educación
pública resulta crucial en este momento y empieza por desintoxicarse
de la propaganda oficial y privada que lo dibuja como un conjunto de
nidos de malvivientes, holgazanes y delincuentes o, en el peor de los
casos, de tontos útiles. La película La noche de Iguala es
la más reciente expresión de esa propaganda, enmarcada en un
episodio particular de la guerra: la embestida contra Ayotzinapa.
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