Allá por 1595, en
Venecia, el benedictino Arnoldo de Wyon publicó el mamotreto Lignum
vitæ, ornamentum, & decus Ecclesiæ (El árbol de la vida,
el ornamento y la gloria de la Iglesia), que recogía, a decir del
autor, un texto atribuido al arzobispo Malaquías (Maelmhaedhoc) de
Armagh, Irlanda –el cual había muerto cuatro siglos antes– que
era un listado de los 112 pontífices más los antipapas, desde
Celestino II (1143-1144) hasta el último, llamado Pedro Romano, el
cual habría de reinar “durante la última persecución de la Santa
Iglesia Romana y apacentará a su rebaño entre muchas tribulaciones;
tras lo cual, la ciudad de las siete colinas (referencia a Roma) será
destruida y el tremendo Juez juzgará a su pueblo”. El fin del
mundo, pues.
Antes de seguir,
recordemos que el santo irlandés no tiene nada que ver con su
homónimo bíblico, el profeta Malaquías, supuesto autor del Libro
de Malaquías, un compendio de asuntos de los antiguos hebreos que
forma parte del Antiguo testamento y en el que se habla también del
fin de los tiempos.
Y ahora volvamos al
punto: como lo asentaron estudios posteriores, el listado de lemas
contenido en el capítulo Prophetia S. Malachiæ, Archiepiscopi de
Summis Pontificibus, y conocido popularmente como “Profecía de
los Papas”, corresponde fielmente a la realidad sólo por lo que
hace a los pontífices que reinaron entre la muerte de Malaquías de
Armagh (1148) y la publicación del Lignum vitæ, en tiempos
de Clemente VIII. Después las sentencias se vuelven incomprensibles
y no guardan relación entre el sujeto al que describen y el
individuo real, lo que bastaría para demostrar que en realidad la
lista no fue escrita por el irlandés, sino por el propio De Wyon, o
bien por alguien más. El ensayista benedictino español Benito
Jerónimo Feijoo (1676-1764) daba por hecho que la profecía era
falsa y Claude-François Menestrier (1631-1705), historiador jesuita
francés, publicó en 1689 una Réfutation des prétendues
prophéties de St Malachie en la que demostraba de manera
fehaciente que el listado de De Wyon era más fraudulento que los
negocios de Grupo Higa.
A pesar de las
evidencias, algunos mercachifles resucitan periódicamente el
supuesto listado de San Malaquías para escribir éxitos de librería
tan abracadabrantes como fugaces o, en fechas más recientes, para
incrementar el tráfico en sus canales de Youtube. La elección de
Juan Pablo II dio pie para recordar que su papado coincidía con el
antepenúltimo de la lista (De Labore Solis, o del Trabajo del
Sol) y no pocos se esforzaron por recurrir a la lista de De Wyon para
inyectar significado sea lo que sea la tal De Gloria olivæ,
(Gloria del olivo) a una gestión papal tan insignificante como la de
Benedicto XVI. Y la gracia es que después, con el tal Petrus
Romanus, se acaba la lista de Papas y llega el fin del mundo.
Agárrense. Conforme
se vaya acercando el fin del pontificado de Francisco caerá sobre
nuestras cabezas una lluvia de memes alarmistas, videos
apocalípticos, manuales para promover recursos de amparo ante el
Tribunal Divino y cursos de supervivencia a la catástrofe del
cometa. A ver si alguien no discurre proponer al irlandés como santo
patrono del cambio climático. En todo caso, pocos pensarán que el
listado atribuido al pobre Malaquías de Armagh se terminó por la
simple razón de que al falsificador que lo redactó le dio hueva
seguir enumerando papas futuros y recurrió al Juicio Final para
zafarse del boleto. Qué iba a saber aquel charlatán del siglo XVI
que su obra sería un filón de oro para sus remotos sucesores en el
arte de causar alharacas.
* * *
Profecías
mentirosas aparte, es claro que el pontificado de Francisco es todo
un fin de ciclo y bastante tormentoso. Hasta el 13 de marzo de 2013
el arzobispo primado de Buenos Aires era un tipo bastante desconocido
fuera de Argentina y más allá de los círculos de vaticanólogos,
pero la polémica sobre su pasado y sobre sus presuntas intenciones
al frente de la Iglesia reventó desde el momento mismo en que fue
colocado en el trono de Pedro y Jorge Mario Bergoglio fue analizado
con lupa por los medios, los opinadores y las redes sociales.
Lo primero que saltó
a la luz fue su presunta implicación con la dictadura militar
argentina, una sospecha fundada en una fotografía falsa en la que
aparece dándole la comunión al mismo Jorge Rafael Videla (un
documento de los años 70 del siglo pasado en el que Bergoglio parece
tener la misma edad que tenía 40 años después, cuando fue elegido
Papa) y en la versión –difundida por organizaciones de defensa de
derechos humanos y por el periodista argentino Horacio Verbitsky–
de que cuando era provincial de la Compañía de Jesús denunció
ante el régimen a dos correligionarios suyos simpatizantes de la
Teología de la Liberación, los sacerdotes Orlando Yorio, ya
fallecido, y Francisco Jalics, quienes fueron detenidos y torturados
por los esbirros de la dictadura. Jalics, sin embargo, desmintió la
versión y declaró: “Orlando Yorio y yo no
fuimos denunciados por Bergoglio; supongo que estos rumores
fueron motivados por el hecho de que no fuimos liberados
inmediatamente” pese a que su superior (es decir, Bergoglio) se
entrevistó con Videla y con el entonces jefe de la Armada,
Emilio Massera, para gestionar la puesta en libertad de los
religiosos.
Otros lo adoraron
por la sencillez de sus maneras y la austeridad de sus costumbres,
consistentes con el nombre que escogió como pontífice: vaya, un
Papa que anda con zapatos viejos y gastados, que se prepara la comida
y que se rehúsa a ocupar el lujoso aposento pontificio en el
Vaticano. Después, con sus sucesivos posicionamientos en contra de
la sociedad de consumo y a favor de la equidad social, la comprensión
hacia las mujeres y los gays y el compromiso con la causa ambiental,
ha generado una amplia base de admiradores dentro y fuera del
catolicismo que lo considera un auténtico reformador y renovador de
la institución.
Con acciones de
Francisco como la canonización del sórdido Juan Pablo II y con la
epístola de absolución a la Legión de Cristo sus detractores han
visto, en cambio, confirmadas sus sospechas de que Bergoglio es un
reaccionario más en la línea sucesoria de Wojtyla y de Ratzinger y
que sus gestos de apertura son gatopardismo puro y operaciones de
marketing orientadas a recapturar a los tránsfugas del
catolicismo. Algunos me han dicho incluso que el Papa actual no es un
verdadero revolucionario, como si entre las tareas del pontificado
estuviera la de parecerse a Emiliano Zapata o al Che Guevara.
Aparte de las filias
y las fobias públicas hay que considerar el odio que han de tenerle
a Francisco los sectores conservadores del clero y, especialmente, de
la curia romana. En más de una ocasión el propio Francisco ha hecho
referencia al serpentario del Vaticano y aunque no ha trascendido
mucho más, la fuerte resistencia a la renovación se manifiesta en
actos como el cierre de filas eclesial en torno a posturas
reaccionarias que significó, según los expertos, una derrota para
Francisco en el reciente Sínodo sobre la Familia.
Creo que una de las
funciones reales del Papa es fungir de árbitro entre las múltiples
corrientes (y mafias) que componen el catolicismo mundial, que hasta
ahora no lo ha hecho mal y que no es un árbitro imparcial: por el
contrario, ha impulsado cambios reales, ha ganado algunas batallas y
ha perdido otras. Pero así es la guerra y en el Vaticano hay una en
curso.
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