6.11.15

De Malaquías a Francisco



Allá por 1595, en Venecia, el benedictino Arnoldo de Wyon publicó el mamotreto Lignum vitæ, ornamentum, & decus Ecclesiæ (El árbol de la vida, el ornamento y la gloria de la Iglesia), que recogía, a decir del autor, un texto atribuido al arzobispo Malaquías (Maelmhaedhoc) de Armagh, Irlanda –el cual había muerto cuatro siglos antes– que era un listado de los 112 pontífices más los antipapas, desde Celestino II (1143-1144) hasta el último, llamado Pedro Romano, el cual habría de reinar “durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana y apacentará a su rebaño entre muchas tribulaciones; tras lo cual, la ciudad de las siete colinas (referencia a Roma) será destruida y el tremendo Juez juzgará a su pueblo”. El fin del mundo, pues.

Antes de seguir, recordemos que el santo irlandés no tiene nada que ver con su homónimo bíblico, el profeta Malaquías, supuesto autor del Libro de Malaquías, un compendio de asuntos de los antiguos hebreos que forma parte del Antiguo testamento y en el que se habla también del fin de los tiempos.

Y ahora volvamos al punto: como lo asentaron estudios posteriores, el listado de lemas contenido en el capítulo Prophetia S. Malachiæ, Archiepiscopi de Summis Pontificibus, y conocido popularmente como “Profecía de los Papas”, corresponde fielmente a la realidad sólo por lo que hace a los pontífices que reinaron entre la muerte de Malaquías de Armagh (1148) y la publicación del Lignum vitæ, en tiempos de Clemente VIII. Después las sentencias se vuelven incomprensibles y no guardan relación entre el sujeto al que describen y el individuo real, lo que bastaría para demostrar que en realidad la lista no fue escrita por el irlandés, sino por el propio De Wyon, o bien por alguien más. El ensayista benedictino español Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) daba por hecho que la profecía era falsa y Claude-François Menestrier (1631-1705), historiador jesuita francés, publicó en 1689 una Réfutation des prétendues prophéties de St Malachie en la que demostraba de manera fehaciente que el listado de De Wyon era más fraudulento que los negocios de Grupo Higa.

A pesar de las evidencias, algunos mercachifles resucitan periódicamente el supuesto listado de San Malaquías para escribir éxitos de librería tan abracadabrantes como fugaces o, en fechas más recientes, para incrementar el tráfico en sus canales de Youtube. La elección de Juan Pablo II dio pie para recordar que su papado coincidía con el antepenúltimo de la lista (De Labore Solis, o del Trabajo del Sol) y no pocos se esforzaron por recurrir a la lista de De Wyon para inyectar significado sea lo que sea la tal De Gloria olivæ, (Gloria del olivo) a una gestión papal tan insignificante como la de Benedicto XVI. Y la gracia es que después, con el tal Petrus Romanus, se acaba la lista de Papas y llega el fin del mundo.

Agárrense. Conforme se vaya acercando el fin del pontificado de Francisco caerá sobre nuestras cabezas una lluvia de memes alarmistas, videos apocalípticos, manuales para promover recursos de amparo ante el Tribunal Divino y cursos de supervivencia a la catástrofe del cometa. A ver si alguien no discurre proponer al irlandés como santo patrono del cambio climático. En todo caso, pocos pensarán que el listado atribuido al pobre Malaquías de Armagh se terminó por la simple razón de que al falsificador que lo redactó le dio hueva seguir enumerando papas futuros y recurrió al Juicio Final para zafarse del boleto. Qué iba a saber aquel charlatán del siglo XVI que su obra sería un filón de oro para sus remotos sucesores en el arte de causar alharacas.

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Profecías mentirosas aparte, es claro que el pontificado de Francisco es todo un fin de ciclo y bastante tormentoso. Hasta el 13 de marzo de 2013 el arzobispo primado de Buenos Aires era un tipo bastante desconocido fuera de Argentina y más allá de los círculos de vaticanólogos, pero la polémica sobre su pasado y sobre sus presuntas intenciones al frente de la Iglesia reventó desde el momento mismo en que fue colocado en el trono de Pedro y Jorge Mario Bergoglio fue analizado con lupa por los medios, los opinadores y las redes sociales.

Lo primero que saltó a la luz fue su presunta implicación con la dictadura militar argentina, una sospecha fundada en una fotografía falsa en la que aparece dándole la comunión al mismo Jorge Rafael Videla (un documento de los años 70 del siglo pasado en el que Bergoglio parece tener la misma edad que tenía 40 años después, cuando fue elegido Papa) y en la versión –difundida por organizaciones de defensa de derechos humanos y por el periodista argentino Horacio Verbitsky– de que cuando era provincial de la Compañía de Jesús denunció ante el régimen a dos correligionarios suyos simpatizantes de la Teología de la Liberación, los sacerdotes Orlando Yorio, ya fallecido, y Francisco Jalics, quienes fueron detenidos y torturados por los esbirros de la dictadura. Jalics, sin embargo, desmintió la versión y declaró: “Orlando Yorio y yo no fuimos denunciados por Bergoglio; supongo que estos rumores fueron motivados por el hecho de que no fuimos liberados inmediatamente” pese a que su superior (es decir, Bergoglio) se entrevistó con Videla y con el entonces jefe de la Armada, Emilio Massera, para gestionar la puesta en libertad de los religiosos.

Otros lo adoraron por la sencillez de sus maneras y la austeridad de sus costumbres, consistentes con el nombre que escogió como pontífice: vaya, un Papa que anda con zapatos viejos y gastados, que se prepara la comida y que se rehúsa a ocupar el lujoso aposento pontificio en el Vaticano. Después, con sus sucesivos posicionamientos en contra de la sociedad de consumo y a favor de la equidad social, la comprensión hacia las mujeres y los gays y el compromiso con la causa ambiental, ha generado una amplia base de admiradores dentro y fuera del catolicismo que lo considera un auténtico reformador y renovador de la institución.

Con acciones de Francisco como la canonización del sórdido Juan Pablo II y con la epístola de absolución a la Legión de Cristo sus detractores han visto, en cambio, confirmadas sus sospechas de que Bergoglio es un reaccionario más en la línea sucesoria de Wojtyla y de Ratzinger y que sus gestos de apertura son gatopardismo puro y operaciones de marketing orientadas a recapturar a los tránsfugas del catolicismo. Algunos me han dicho incluso que el Papa actual no es un verdadero revolucionario, como si entre las tareas del pontificado estuviera la de parecerse a Emiliano Zapata o al Che Guevara.

Aparte de las filias y las fobias públicas hay que considerar el odio que han de tenerle a Francisco los sectores conservadores del clero y, especialmente, de la curia romana. En más de una ocasión el propio Francisco ha hecho referencia al serpentario del Vaticano y aunque no ha trascendido mucho más, la fuerte resistencia a la renovación se manifiesta en actos como el cierre de filas eclesial en torno a posturas reaccionarias que significó, según los expertos, una derrota para Francisco en el reciente Sínodo sobre la Familia.

Creo que una de las funciones reales del Papa es fungir de árbitro entre las múltiples corrientes (y mafias) que componen el catolicismo mundial, que hasta ahora no lo ha hecho mal y que no es un árbitro imparcial: por el contrario, ha impulsado cambios reales, ha ganado algunas batallas y ha perdido otras. Pero así es la guerra y en el Vaticano hay una en curso.






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