La peor oleada de
ataques terroristas en nombre de Dios que ha tenido lugar en España
se originó en el norte de África, contó con ramificaciones en
Berlín, Roma y Lisboa, y no usó de pretexto al Islam sino al
catolicismo cristiano. Se prolongó durante tres años, dejó medio
millón de muertos y el gobierno de Estados
Unidos acabó negociando –como es su
costumbre– con los fundamentalistas. El impacto de esa
derrota de la civilización perdura hasta nuestros días. Así,
aunque el principal cabecilla de los terroristas murió hoy hace 40
años, un nieto ideológico suyo ejerce actualmente como presidente
del gobierno español.
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