Morena
está en crisis. La culpa es de todos en general, de nadie en
particular y, sobre todo, de las circunstancias.
Me
permito exponer algunos hechos:
1.
En los años, meses y días previos a la elección de julio estuvimos
dedicados a las tareas de difusión, propaganda, organización
territorial y preparativos para la defensa del voto. A las bases y a
las dirigencias de nuestro partido les faltó tiempo y energía para
reflexionar sobre la manera en que Morena habría de desempeñarse
como partido en el gobierno. Y hasta ahora no lo tenemos claro.
2.
Más grave aun, carecemos de definiciones programáticas precisas y
no vinculadas a las del plan de gobierno de AMLO. Y si pretendemos
llegar con una mínima coherencia al 2024 y seguir más allá,
debemos construir una visión de largo plazo del país y del mundo
que queremos. En otros términos, es preciso dilucidar si la Cuarta
Transformación es un proyecto unisexenal y si en él Morena agotará
su historia o si, por el contrario, debemos abocarnos a la tarea de
construir una institución política con un perfil propio y
perdurable.
3.
Esto resulta por demás urgente si se considera que ya no tenemos a
Andrés Manuel. En agosto de 2018 él asistió por última vez a una
reunión de Morena, al Congreso Extraordinario. Sería iluso y hasta
perverso pensar que desde Palacio Nacional el Presidente sigue
ejerciendo la jefatura máxima en el partido. Asumo, pues, que
perdimos a nuestro principal fundador, referente y dirigente, y me
temo que no hemos procesado esa orfandad.
4.
Entre el 2 de julio y el 30 de noviembre del año pasado, Morena
perdió a la mayor parte de sus cuadros, los cuales se fueron a
cargos de elección popular o a puestos gubernamentales. El
vaciamiento del partido es inocultable.
5.
Como consecuencia del triunfo de julio, el partido está recibiendo
este año recursos desmesurados: proporcionales a la votación que
alcanzó el año pasado pero, lo sabemos, excesivos, al igual que el
financiamiento público que perciben todos los otros partidos. Por
eso hemos pugnado desde hace tiempo por reducir en 50% las
prerrogativas de los institutos políticos. Este
punto resulta particularmente preocupante porque, como a todos nos queda claro (espero), semejante inyección de recursos abre de manera inevitable
un margen propicio para las disputas internas, las ambiciones
personales y los procesos de descomposición.
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* *
En
estos primeros siete meses de la Cuarta Transformación Morena ha
sido testigo de lecciones nacionales y mundiales de buen gobierno
pero ha asistido también al envilecimiento de algunos de sus cuadros
en el poder; muchos de sus militantes han tenido sus primeros
contactos con el mundo de la administración pública y han podido
constatar algunas de las insuficiencias propias para hacer frente al
aparato gubernamental que heredamos: atrofiado, disfuncional y
corrompido; y lo han hecho, en la mayoría de los casos, desde una
situación de impotencia ante el tamaño de la transformación que se
requiere.
Se equivocan, por cierto, quienes creen que tomamos el poder; hemos logrado hasta ahora tomar la Presidencia, pero en el aparato gubernamental libramos contra el viejo régimen una lucha oficina por oficina, escritorio por escritorio, oficio por oficio.
Es
en estas circunstancias que el partido debe llevar a cabo su próximo
congreso nacional, a sus congresos estatales y los procesos de
renovación de sus dirigentes. El rumbo y el futuro de nuestra
organización está en juego. En esos procesos se definirá si somos
capaces de rescatar y consolidar nuestro perfil como una entidad
política única en el mundo o si sucumbimos a las dinámicas que
destruyeron al PRD o, peor aun, a las que confluyeron en la formación
del PRI. Si no logramos conducir nuestro reacomodo con base en
principios; si recurrimos al agrupamiento tribal y faccioso, al uso
indebido de posiciones, a las disputas por los cargos sin más
contenido que el deseo de poder, a las trampas electoreras y a duelos
entre personalidades, habremos encontrado en la victoria nuestra
derrota final.
Por
el contrario, si somos capaces de encauzar nuestra vida interna por
lineamientos éticos, si logramos anteponer el futuro del partido a
nuestras aspiraciones y ambiciones personales y si podemos poner en
el centro las propuestas y no el interés de grupos, consolidaremos
la organización ejemplar y de nuevo signo que tanto necesita el país
para dignificar su vida pública.
Quienes
concurran a los procesos de renovación de dirigencias tienen ante sí
la obligación moral de constituirse en ejemplos de honestidad
intelectual, política y –no sobra decirlo– administrativa; de
dar a la militancia puntos de referencia de altura de miras, espíritu
de servicio, aptitud de conciliación y conductas entregadas a los
objetivos superiores; de renunciar a las prácticas de la
politiquería, los golpes bajo la mesa, la intriga y la seducción y
compra de voluntades; de comportarse en todo momento con generosidad,
fraternidad y espíritu unitario.
Las
bases, por su parte, deben abstenerse de actuar con base en
relaciones de amistad o interés, denunciar conductas indebidas y no conformarse en rebaños. Somos una organización de mujeres y de
hombres libres y eso significa, en primer lugar, que no aceptamos más
atadura que la de nuestra conciencia personal. Que exijan, pues, a
quienes aspiran a dirigirlas, ideas y propuestas, no favores ni
promesas de cargos.
En
este espíritu propongo algunas ideas generales de cara al inminente
proceso de renovación de dirigencias:
1.
Que todo aspirante a un cargo en el Comité Ejecutivo Estatal o el
Comité Ejecutivo Nacional anuncie con anticipación su deseo de
participar en el proceso y que se obligue a presentar por escrito una
semblanza personal basada en hechos, su visión general de los
asuntos más relevantes su entidad, el país y el mundo, así como
una explicación detallada de lo que piensa hacer en el cargo en caso
de resultar electo.
2.
Que se organice una página web con el propósito de exponer y
difundir los documentos referidos en el párrafo anterior, ordenados
por entidad y por cargo en disputa.
3.
Que todos los aspirantes a puestos de dirección que se desempeñen
en algún cargo ejecutivo del partido o en un puesto de
representación popular pidan licencia temporal con antelación
suficiente como requisito para contender en los comicios internos.
4.
Que el padrón de militantes se mantenga cerrado a fin de evitar la
incursión de grupos externos al partido que pudieran inclinar los
procesos en favor de algún aspirante.
5.
Que por cada cargo que esté en juego en todos los niveles de la
estructura partidista se organice como mínimo un debate entre los
aspirantes, quienes deberán elegir por consenso a un moderador; que
tales debates sean videograbados y difundidos entre la militancia en
la página web señalada en el punto 2.
6.
Que se prohíba al interior de Morena, en este proceso y en los
sucesivos, el “marketing político”, es decir, las campañas de
imagen y posicionamiento; la publicidad en medios impresos y
electrónicos y en redes sociales; la producción de volantes,
banderines, lonas, trípticos, gorras, camisetas, bolígrafos y
demás utilitarios; que se priorice, en cambio, la difusión, impresa
y digital, de los programas y propuestas de cada uno.
7.
Que la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia habilite para el
proceso oidores encargados de atender y conciliar, cuando se pueda,
las eventuales discordancias entre aspirantes.
8.
Que se discuta en el partido la pertinencia de incluir los puntos
anteriores en la próxima modificación al Estatuto para hacerlos de
cumplimiento obligatorio y que en lo inmediato se establezcan en un
acuerdo político como marco para regular la próxima contienda por
los cargos de dirección. Ya la militancia de Morena se hará su
propio juicio de quienes se nieguen a suscribirlo y de quienes,
habiéndolo suscrito, falten a su palabra.
Ciudad de México, 7 de julio de 2019.