11.12.01

El éxtasis Chávez


La revolución bolivariana padece de la misma fugacidad que las rosas y, aunque no haya sido nunca muy material, se desvanece en el aire. Tal vez sea cierto que la culpa es de una oligarquía malvada, corrupta, cupular y minoritaria, como lo jura Hugo Chávez, pero si es así, debe convenirse en que el Presidente ha estado dormido demasiado tiempo, es decir, el tiempo necesario para que esa oligarquía espantosa le polarizara, con éxito, el país.

Es cierto que, si se hurga un poco entre el oropel de siglo antepasado del discurso chavista, es factible hallar algunas ideas en principio plausibles para el milenio actual en un país como Venezuela. Incluso es posible que algo de los 49 decretos-leyes impuestos por el Presidente, en uso y abuso de poderes extraordinarios, tuviera algún valor de cara al desarrollo social y a la reducción de los contrastes sociales. Pero lo que hay en el fondo de la huelga general de ayer en Venezuela, insólitamente convocada por empresarios y sindicatos, no es necesariamente un mero estertor de intereses oligárquicos afectados, sino también un malestar por la sobrexplotación del mandato democrático y el estiramiento de las atribuciones presidenciales.

En otros términos: si lo que Chávez quería era gobernar por decreto, como lo ha venido haciendo desde 1998, bien habría podido ahorrarse las elecciones y el resto de la mascarada de fe democrática, y proseguir en su golpismo: de todos modos contaba con el respaldo mayoritario, y ahora nadie le achacaría, al menos, su falta de escrúpulos institucionales y civiles.

El dato significativo es que el antiguo oficial de paracaidistas ganó unas elecciones cuyas reglas fueron mandadas a hacer al sastre con 60 por ciento de los votos y que hoy en día repetiría la hazaña, porque la oposición está atomizada, pero sólo con 24 por ciento de los sufragios. Si el 40 por ciento que no votó por Chávez estaba compuesto únicamente por indiferentes y apáticos, el mandatario habría sido capaz de desencantar, en menos de 18 meses, al 36 por ciento de sus compatriotas. Semejante hazaña está bien para un radical y extremista de cualquier cosa --y Chávez no lo es, o no se sabe bien de qué podría serlo--, pero para alguien que se presentó como un político, tal pérdida representa un fracaso monumental.

Cuando veo esas cifras no puedo dejar de pensar en la fugacidad de las rosas, un lugar común muy al gusto del siglo antepasado --ancla y brújula del discurso chavista-- que, traído a estos tiempos, equivaldría al efecto del éxtasis o de alguna otra sustancia de esas que le hacen pagar caro al consumidor los momentos de felicidad. No sé qué representa mejor a Chávez y a su demagogia: si una rosa o una dosis de droga. En todo caso, el esclarecimiento de la duda no justificaría un referéndum.

4.12.01

Ineptitud


Ahora que la razón y la bondad han triunfado sobre el terrorismo mundial, y cuando no debiera haber motivos para la infelicidad en el planeta, las calles de Israel se llenan de pedazos de carne humana cuya procedencia --judía o musulmana-- es difícil de establecer. Los tejidos carecen de pasaporte o documento de identidad y la tarea de identificar los fragmentos obstaculiza la realización de los funerales de las víctimas en forma adecuada y como Dios manda. El premier Ariel Sharon, el secretario general Kofi Annan y el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, opinan que la responsabilidad por estas jornadas de pesadilla recae sobre Yasser Arafat, el presidente de la así llamada Autoridad Nacional Palestina (ANP), una sigla que ni es autoridad ni es nacional, por más que sea indudablemente palestina.

No sería fácil rebatir las acusaciones de ineptitud contra Arafat, pero sería injusto limitarlas a ese dirigente. Si la tarea principal de los políticos, gobernantes y funcionarios es resolver conflictos para procurar y mantener la convivencia pacífica en una sociedad y entre sociedades distintas, la clase política de Israel es igual de incapaz que el conjunto de las dirigencias palestinas, y no menos que los directivos de la ONU, empezando por el cada vez más babeante Kofi Annan. El señalamiento tendría que alcanzar, además, a quienes han ocupado la presidencia y las secretarías de Estado y de Defensa de Estados Unidos en los últimos cuarenta años, ninguno de los cuales ha podido o querido secretar una idea mínimamente viable para resolver el viejo conflicto entre israelíes y palestinos.

Uno supondría que, después de tantos muertos y de tanto sufrimiento de los vivos, el gobierno de Israel, la dirigencia palestina y los principales actores internacionales             --Washington, la ONU, la Unión Europea-- tendrían que convertir en prioridad central el cese de la violencia entre esos grupos humanos y tomarse unos días de buena voluntad e inteligencia para ponerle fin a esta carnicería espantosa. Pero con toda la destrucción transcurrida, con toda la sangre derramada, con todas las noches de zozobra del Estado judío y con todas las horas y los días y los años de encarcelamiento nacional del pueblo palestino, es difícil creer que la paz sea un objetivo apetecible para unos, para otros o para todos los que tienen un poder real de decisión ante el drama de Medio Oriente.

Pudiera ser que árabes y judíos hubieran sido genéticamente programados --por Jehová, Alá o el nombre de Dios que quieras-- para descuartizarse eternamente unos a otros. Si así fuera, habría que revisar un par de cosas en la ética, la filosofía y las teologías imperantes y admitir que el mundo es un sitio mucho más próximo al infierno de lo que suele admitirse. En lo personal, me parece más razonable suponer que los políticos y dirigentes de ambos bandos, más los coadyuvantes de fuera, han fallado en su tarea, ya sea porque piensan que la paz es un mal negocio o porque son pavorosamente ineptos. Si es así, los ciudadanos de Israel y los palestinos --que siguen siendo los ciudadanos de la nada-- tendrían que cambiar de liderazgos como condición necesaria para encontrar las fórmulas que les permitan convivir en paz.