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8.3.20

Pronunciamiento feminista por la transformación de México


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Oda al gato

Los animales fueron
imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.
Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.

El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.

No hay unidad
como él,
no tienen
la luna ni la flor
tal contextura:
es una sola cosa
como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno
firme y sutil es como
la línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos
dejaron una sola
ranura
para echar las monedas de la noche.

Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas
cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.

Oh fiera independiente
de la casa, arrogante
vestigio de la noche,
perezoso, gimnástico
y ajeno,
profundísimo gato,
policía secreta
de las habitaciones,
insignia
de un
desaparecido terciopelo,
seguramente no hay
enigma
en tu manera,
tal vez no eres misterio,
todo el mundo te sabe y perteneces
al habitante menos misterioso,
tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios, tíos
de gatos, compañeros,
colegas,
discípulos o amigos
de su gato.

Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica,
el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.
Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen números de oro.



Pablo Neruda



Le départ

Adieu l'étang et toutes mes colombes
Dans leur tour et qui mirent gentiment
Leur soyeux plumage au col blanc qui bombe
Adieu l'étang.

Adieu maison et ses toitures bleues
Où tant d'amis, dans toutes les saisons,
Pour nous revoir avaient fait quelques lieues,
Adieu maison.

Adieu le linge à la haie en piquants
Près du clocher ! Oh ! que de fois le peins-je -
Que tu connais comme t'appartenant
Adieu le linge !

Adieu lambris ! Maintes portes vitrées.
Sur le parquet miroir si bien verni
Des barreaux blancs et des couleurs diaprées
Adieu lambris !

Adieu vergers, les caveaux et les planches
Et sur l'étang notre bateau voilier
Notre servante avec sa coiffe blanche
Adieu vergers.

Adieu aussi mon fleuve clair ovale,
Adieu montagne ! Adieu arbres chéris !
C'est vous qui tous êtes ma capitale
Et non Paris.


Max Jacob

PUENTES

Estamos encerrados en la isla
(una islita de nada).
Nos dejaron aquí
hace ya mucho tiempo.
(Demasiado.)
Una isla rodeada de sombras
por todas partes.

Primero nos hicieron picadillo
y luego nos cargaron de cadenas
y luego nos volaron los puentes.
(Por si acaso.)

Eso resulta lo peor de todo
(digo yo)
que nos cortaran los puentes
y nos quedáramos tan solos
diez millones de muertos.

Algunos no lo pasan tan terrible.
Han trepado a una roca
(que les costó lo suyo)
y están al sol. Se sienten calientitos.
(Aun viéndose en los huesos, algo es algo.)
Otros recogen conchas, caracoles.
(Se encuentra siempre alguno
sonrosado por dentro
como una oreja de muchacha.
Y, si uno lo pone en el oído,
se oye rodar el mar. Eso consuela.)

Otros se empeñan en comer (glotones)
a pesar de estar muertos.
les sale mal por eso de los puentes.
(Ya dije que era lo peor de todo.)
Como ya no se importa...
Ellos erre que erre. Cómo sudan.
Todo el día cavando,
arrancando raíces (más amargas),
pescando en los charquitos (nadie pica),
subiéndose a los árboles
(y, lo que es fruta, como no la pinten),
cogiendo los lagartos por la cola.
(los matan y los guisan. Porquería.)
Así pasan la muerte. ¡Qué trabajo!
Y luego, ¿para qué? Lo que yo digo:
Tanto penar para llenar el buche
un día y otro no. Vaya un negocio.

Mejor lo que hacen otros. Coleccionan
sellos (del interior, naturalmente),
o cuelgan estampitas por los muros
o cantan himnos a distintas voces.
(A veces es molesto. Desafinan.)
o hacen sonetos a la primavera
(que no se ve, pero ellos, tan contentos.
Tratando con poetas, cualquier cosa.)

Los jóvenes lo pasan distraído
con eso del deporte.
Y dicen que no andamos mal del todo
de medios delanteros y defensas.
No sé. Como no entiendo. Pero, al cabo,
para unos muertecitos sin ayuda
no es poco conseguir. Y nos da lustre.
Pero yo sigo con lo mío.

Lo que nos hace falta son los puentes.
Mientras no construyamos
los puentes otra vez y a toda costa,
siempre estaremos muertos y remuertos,
metidos en la isla
(esta asquerosa isla sin ventanas).
Sólo seremos unos tristes muertos
de mala muerte. No hay que darle vueltas.
Hay que hacer puentes (dale que le dale)
si no tenemos hierro,
cemento ni otras cosas,
con palos o con cañas. O suspiros.
(Hay uno de suspiros no sé dónde.)
O con los corazones disponibles,
que alguno quedará por muy difuntos
que estemos todos hace tantos años.

Por ellos nos iremos de la isla
para volver al mundo de los vivos,
de los que pisan tierra ventilada,
limpia y fecunda (que la hay). Iremos
cruzando los abismos y los mares,
las tapias, los desiertos, los torrentes,
las estrechas aduanas,
los campos alambrados (o con minas)
y las praderas cenagosas
pobladas de reptiles prehistóricos.

Lo estoy diciendo a gritos. Faltan puentes.
Lo principal de todo son los puentes.
(Colgantes, subterráneos, levadizos.)
Hagamos puentes, puentes, puentes.
Y no me escucha nadie.
Y así estamos.


Ángela Figuera Aymerich

ETERNAUTA (V)


Nada de esto es así.

Ésta no es nuestra tierra.
Ni ésta ni cualquier otra ni el agua.

Yo soy un desterrado:
todavía mi espalda tiene dolor de alas.

Nunca podré aprender a tocar las monedas:
¿Se palpan
se acarician,
se toman fieramente,
o se les busca algo?

Yo soy un desterrado,
un extranjero,
un intruso que se halla entre vosotros
con un martillo absurdo entre las manos
y un impulso distinto
que me lleva
por camino contrario.

No soy de aquí.
No sé de dónde vine
y no sé a dónde voy.

No me gusta.
Nada de esto me gusta.
Me irritan vuestras caras de organismo.
Me molestan estas vuestras palabras que / ahora uso.

Nada de esto me gusta.
¿Quién me obliga a necesitar de esto que no / me gusta?

Mirad,
vengo a deciros...
Pero no.
¡Qué os importa!
Yo no soy de los vuestros.
Todavía mi espalda tiene dolor de alas
y vuestras rabadillas tienen dolor de colas.

Yo fui un ángel, primero;
después, fui un gran silencio
y un día seré Dios.
Vosotros fuisteis micos
y seguís siendo micos.
Después seréis gusanos y excremento.

¡Os excomulgo de mi credo limpio!
¡Os destierro del cosmos que sostengo!
¡Os clausuro la entrada de la vida que vivo!
¡Os expulso de todo!

Y sin embargo sigo entre vosotros,
y usando las palabras de vosotros,
compartiendo temores y miserias
—hambre, muerte, cansacio—
que no van con mis alas.

Yo soy un desterrado.

¡Pero algún día volveré a mi reino!


Manuel José Arce

TRILCE (I)

Quién hace tánta bulla, y ni deja
testar las islas que van quedando.

Un poco más de consideración
en cuanto será tarde, temprano
y se aquilatará mejor
el guano, la simple calabrina tesórea
que brinda sin querer,
en el insular corazón,
salobre alcatraz, a cada hialóidea

grupada.

Un poco más de consideración,
y el mantillo líquido, seís de la tarde
DE LOS MAS SOBERBIOS BEMOLES

Y la península párase
por la espalda, abozaleada, impertérrita
en la línea mortal del equilibrio.


César Vallejo


LA CALLE

Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie


Octavio Paz

SINO SANGRIENTO


De sangre en sangre vengo,
como el mar de ola en ola,
de color de amapola el alma tengo,
de amapola sin suerte es mi destino,
y llego de amapola en amapola
a dar en la cornada de mi sino.

Criatura hubo que vino
desde la sementera de la nada,
y vino más de una
bajo el designio de una estrella airada
en una turbulenta y mala luna.

Cayó una pincelada
de ensangrantado pie sobre mi vida,
cayó un planeta de azafrán en celo,
cayó una nube roja enfurecida,
cayó un mar malherido, cayó un cielo.

Vine con un dolor de cuchillada,
me esperaba un cuchillo a mi venida,
me dieron a mamar leche de tuera,
zumo de espada loca y homicida,
y al sol el ojo abrí por vez primera
y lo que vi primero era una herida
y una desgracia era.

Me persigue la sangre, ávida y fiera,
desde que fuí fundado,
y aún antes de que fuera
proferido, empujado
por mi madre a esta tierra codiciosa
que de los pies me tira, y del costado,
y cada vez más fuerte, hacia la fosa.

Lucho contra la sangre, me debato
contra tanto zarpazo y tanta vena
y cada cuerpo que tropiezo y trato
es otro borbotón de sangre, otra cadena

Aunque leves, los dardos de la pena
aumentan las insignias de mi pecho:
en él se dió el amor a la labranza,
y mi alma de barbecho
hondamente ha surcado
de heridas sin remedio mi esperanza
por las ansias de muerte de su arado.

Todas las herramientas en mi acecho:
recónditas señales,
las piedras, los deseos y los días
cavaron en mi cuerpo manantiales
que sólo se tragaron las arenas
y las melancolías.

Son cada vez más grandes las cadenas,
son cada vez mas grandes las serpientes,
más grande y más cruel su poderío,
más grandes sus anillos envolventes,
más grande el corazón, más grande el mío.

En su alcoba poblada de vacío,
donde sólo concurren las visitas,
el picotazo y el dolor de un cuervo,
un manojo de cartas y pasiones escritas,
un puñado de sangre
y una muerte conservo.

¡Ay sangre fulminante,
ay trepadora púrpura rugiente,
sentencia a todas horas resonante
bajo el yunque sufrido de mi frente!

La sangre me ha parido y me ha hecho preso,
la sangre me reduce y me agiganta,
un edificio soy de sangre y yeso
que se derriba él mismo y se levanta
sobre andamios de huesos.

Un albañil de sangre, muerto y rojo,
llueve y cuelga su blusa cada día
en los alrededores de mi ojo,
y cada noche con el alma mía
y hasta con las pestañas lo recojo.

Crece la sangre, agranda
la expansión de sus frondas en mi pecho
que álamo desbordante se desmanda
y en varios torvos ríos cae deshecho.

Me veo de repente
envuelto en sus coléricos raudales,
y nado contra todos desesperadamente
como contra un fatal torrente de puñales.

Me arrastra encarnizada su corriente,
me despedaza, me hunde, me atropella,
quiero apartarme de ella a manotazos,
y se me van los brazos detrás de ella,
y se me van las ansias en los brazos.

Me dejaré arrastrar hecho pedazos,
ya que así se lo ordenan a mi vida
la sangre y su marea,
los cuerpos y mi estrella ensangrentada.

Seré una sola y dilatada herida
hasta que dilatadamente sea
un cadáver de espuma: viento y nada.

Miguel Hernández


ALTAZOR

Altazor o el
viaje en paracaídas


Vicente Huidobro

RELATO


Puntual,
asistente de liquen y de ortigas
llegas, oh soledad, puntual como la noche,
como la lluvia de este otoño, llegas como
la estricta jaula que nos forma el aire.
¿A qué hora del día nos duele más la vida?
Decimos “soledad”, por no decir “qué frío”,
decimos “voy contigo”, para quedarnos solos.
Un día
alguien ama nuestro silencio,
esta forma de viajar sobre la tierra.
Se tropieza, fumamos, hacemos el amor,
y al comer, cubrimos el pan de espesa mantequilla
parecida a la sombra,
seguros de caminar mañana entre escritorios
grises de oficinas.
Y sin embargo el sueño llega.

Una vez, cuando el mundo se hizo de otra edad
y cabía en un grano de arena,
las hojas amortajaban al rocío, el viento
rasgaba las cuerdas de las rocas, y los bosques
eran las astas de los ciervos.
Luego vinieron los mares ateridos.
Alguien vino, también, y abrió la roja puerta
de par en par, y las oscuras dehesas
del polvo y de la nieva
salieron como radiantes novias
arrodilladas en los valles.

El baile se acabó, y sólo la alegría fósil
fue cruel bajo el otoño.

Ante un grupo y en medio de la plaza,
un minero barbado y casi ciego siguió el relato:
—Hubo una vez un hombre que cosía su piel,
poro a poro, sin poder cubrir toda su desgarradura.
Llegó de siempre
y era su ropa de furiosa larva.
Cuando reunía a la gente desenjaulaba el mar
con su palabra. Arena su ademán,
los campos del elogio no tuvieron fronteras,
y lo que dijo fue como corderos
saliendo transparentes de un río:
Echaos una adularia en la boca
y vuestra memoria se refrescará.
Bebed vino en cuya copa hayáis puesto
una amatista, y jamás os embriagaréis.
Pero un día se bañó de légamo y betún
y su espíritu fue como aquel que tiene hambre y duerme
y sueña con la mesa servida para todos.
Mas cuando abrió los ojos, su alma estaba seca,
fue escupido y arrastrado por una multitud.
Su nombre no fue nunca pronunciado.
por largas galerías corrió el eco
como un vigilante de sentencias,
y en las paredes únicamente
quedó escrito:
“Me han llamado Extranjero y Gran disipador,
cuando yo sólo reunía la luz”.


Juan Bañuelos

CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS



Fratres: Existimo enim quod non sunt condignae passiones hujus temporis ad furturam gloriam, quae revelabitur in nobis. Nam exspectatio creaturae revelationem filorum Dei exspectat. Vanitati enim creatura subjecta est non volens, sed propter eum, qui subjecit eam, in spe quia et ipsa creatura liberabitur a servitute corruptionis in libertatem gloriae filiorum Dei. Scimus enim quod omnis creatura ingemiscit et parturit usque adhuc.
PAULUS AD ROM., 8, 18-23.



Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido acero…
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.

El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano que regrese el
agua a los cuerpos de los hombres.

Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir otro cuchillo.

Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas… dado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.

Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.

Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia el aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aqui la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.

Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso,
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.

Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que vista en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta.
tu, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.

Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera sonámbula, sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.

No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.

¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!

Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado en seco.

No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de huérfanos.
Es el dolor entero.

No puede haber lágrimas ni duelo
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.


Joaquín Pasos




Le Dormeur du Val


C’est un trou de verdure où chante une /rivière,
Accrochant follement aux herbes des haillons
D’argent ; où le soleil, de la montagne fière,
Luit : c’est un petit val qui mousse de rayons.

Un soldat jeune, bouche ouverte, tête nue,
Et la nuque baignant dans le frais cresson /bleu,
Dort ; il est étendu dans l’herbe, sous la nue,
Pâle dans son lit vert où la lumière pleut.

Les pieds dans les glaïeuls, il dort. Souriant /comme
Sourirait un enfant malade, il fait un somme :
Nature, berce-le chaudement : il a froid.

Les parfums ne font pas frissonner sa narine.
Il dort dans le soleil, la main sur sa poitrine,
Tranquille. Il a deux trous rouges au côté /droit.


Arthur Rimbaud

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