29.12.98

Mensaje cósmico


En estos días en que el fin de milenio se viste de sabor a pavo, a romeritos y a partículas suspendidas, y cuando la incertidumbre material ante el año que viene pesa más que las nostalgias del que termina, la Jerarquía Espiritual y la Federación Galáctica se pusieron en contacto conmigo. A la cuenta de correo electrónico que aparece al final de este texto me llegó un comunicado suscrito por esas altas instancias en el que se informa a los habitantes de este planeta sobre cambios inminentes. El primero concierne al Sol y al sistema solar, y nos acerca a ''un encuentro real con la sección principal del cinturón de fotones''; el segundo implica ''alteraciones del cuerpo que afecta su sistema inmune y el establecimiento de su nuevo chakra del diafragma''; el tercero ''abarca los diversos campos de energía nuevos que se están estableciendo a través de este sector de la Galaxia''.

El comunicado explica que el Sol ''necesita ajustar a sus planetas internos y externos en una serie de frecuencias superiores''; que, en lo que respecta a la Tierra, tendremos un año solar de 360 días y un día exacto de 24 horas, y que para ello esta pelota tendrá que ''acelerar su velocidad de rotación y desarrollar una órbita unos pocos millones de millas más cerca de su Sol''.

Tras recordar que ''la zona nula tan delgada que rodea y protege su sistema solar se está rompiendo'', que ''la realidad es una ilusión muy bien construida'' que se origina en ''las sagradas intenciones del Espíritu junto con las elecciones del libre albedrío de sus diversos habitantes vivientes'' y que ''los principales mediadores son las órdenes sagradas de Ángeles físicos'', la Jerarquía Espiritual y la Federación Galáctica nos advierten que se aprestan a realizar algunos ajustes que afectarán, entre otros órganos, nuestros timos, nuestros sistemas endocrinos, nuestros sistemas linfáticos, nuestros hígados y nuestros riñones. Como consecuencia, padeceremos de ''dolores de cabeza repentinos, extrañas gripes, dolores en la parte superior del cuerpo o en la espalda baja, así como extrañas hinchazones, infecciones inusuales y mareos ocasionales''. Pero este sufrimiento es un precio realmente modesto, si se considera que la transformación nos llevará del estadio de ''parias galácticos'' al de Ángeles físicos completamente alados''.

El mensaje cósmico culmina con algunas admoniciones tranquilizadoras: el chakra del Diafragma ''guarda muchos miedos y presiones emocionales y mentales''; ''estén alerta de posibles dolores en sus tobillos y codos''; ''sean gentiles con ustedes mismos y entiendan la inmensidad de lo que está pasando''. Finalmente, el periodo de ajustes debe completarse ''en 19 Mol (enero 1¡, 1999)'', y es parte ''de la huella divina de Madre/Padre Dios para esta creación''.

Así sea, hermanitos; les deseo suerte y un feliz año. Espero, de todo corazón, que no se confundan demasiado en medio de esa ''ilusión muy bien construida'' de la realidad y que no terminen comiendo barbitúricos con puré de manzana, como aquellos otros que hace un par de años quisieron abordar el cometa de paso Hale-Bopp y acabaron desintegrándose en el muy terrestre panteón de San Diego. No vayan a descubrir, demasiado tarde, que su venturosa pertenencia a la Jerarquía Espiritual y a la Federación Galáctica sólo es producto de una condición humana lacerada por las orfandades múltiples (de salario, de perspectivas, de afecto y calidez, de sentido, de créditos, de paz, de certezas, de vínculos humanos y de futuro) que impregnan esta época.

Personalmente, declino con respeto su oferta de transformación en entidad alada y reivindico mi carácter de paria galáctico y huérfano cósmico, definición a veces dolorosa, pero que sobrellevo con la certeza de que en enero, y en febrero, y en marzo, y en las próximas décadas y en los próximos siglos, el Padre Sol y la Madre Tierra no variarán sus órbitas de modo perceptible. Si hay, en estos días, fluctuaciones que me preocupan y realmente me duelen, son las alzas de precios de los productos básicos, ante cuya evidencia no resulta fácil decir ''feliz año nuevo''.

pmiguel@virtualia.com.mx

22.12.98

De Monica a Bagdad


Aunque muy pocos, en Estados Unidos, lo saben, la ruina moral de la presidencia de William Clinton no se llama Monica, sino Bagdad. El liberal morigerado que fumaba mariguana sin inhalar el humo, el intérprete de saxofón, el hombre preocupado por el bienestar y la educación y la salud, el político promotor de los derechos humanos, cierra el año como un Nerón acosado y tan cobarde que ni siquiera se atreve a dar Roma a las llamas y opta por incendiar una ciudad ajena.

Bagdad después de las bombas: entre las imágenes navideñas de la televisión, entre los renos y las campanas y las carcajadas empalagosas de Santa Claus, se cuelan algunos adolescentes mutilados, hombres con el pellejo convertido en un chicharrón blando y desprendible, bebés silentes guardados en pequeñas cajas, tan pequeñas que pueden ser llevadas al cementerio en el interior de vehículos, como un pasajero más. Si hay deslices amorosos que deben ser pagados con sufrimiento (separación, melancolía, aborto, locura, suicidio), el de Bill & Monica ha puesto en la agenda mundial de fines del siglo XX (dc) la actualidad y la pertinencia de destruir Troya.

Habíamos amasado la ilusión de cerrar el milenio con reglas más humanas y civilizadas. La impotencia del rey, la infertilidad de la reina o la concupiscencia de uno u otro, o de ambos, habían sido borradas del catálogo de coartadas para la guerra; habían sido colocadas en el terreno de lo privado y proscritas de la cosa pública. Troya --pensábamos-- ya no sería arrasada nunca más por culpa de una pareja de cachondos. Pero en la temporada navideña nos ha reventado la evidencia de lo contrario, como un misil Tomahawk lanzado desde las capas más primitivas y arcaicas de la conducta: el reptil agresivo y ancestral se encuentra entre nosotros, va en el puesto de mando de un portaviones y está dispuesto a disparar en el momento en que siente amenazada su comida, su área de territorio, su silla de presidente.

Al mismo tiempo, la rabia y el pavor expresados en forma de bombardeo aéreo dan cuenta de su propia debilidad. El sátrapa de los iraquíes ha salido reforzado de la destrucción de sus cuarteles y de la red de agua potable. El hecho ha sacado a flote las divergencias, y aun las enemistades, que gravitan alrededor de la gran potencia mundial. Salvo algunas nucas rojas aisladas, poca gente, en la sociedad de Estados Unidos, se traga la agresión como una acción patriótica y necesaria.

En suma, ha sido un gesto cruel y seguramente inútil. Dejar sin piernas, sin falangetas o sin existencia a un puñado de iraquíes no cambiará nada de fondo en el desarrollo del motín de parlamentarios puritanos que habrá de destituir, o no, a este manojo de nervios que sigue presidiendo el país más poderoso del mundo.

Pero la enorme mayoría de los estadunidenses han visto partir los misiles con mucha menos aprensión que la empeñada al informarse de las eyaculaciones presidenciales en el Salón Oval, y eso deja a la luz otro aspecto del desastre moral en el que está sumida su nación.

8.12.98

Gorilas y neoliberales


En 1992 hubo sangre en el Palacio de Miraflores. El teniente coronel Hugo Chávez trató de tomarlo por asalto y varios muchachos anónimos y rasos fueron enviados al matadero. Hace mucho tiempo que fueron limpiadas las manchas del piso de mármol. El presidente al que se pretendía deponer fue destituido tiempo después, de todos modos, por decisión del Congreso, y el golpista pasó un par de años en la cárcel. Ahora, el presidente electo Hugo Chávez conseguirá entrar a ese edificio y aposentarse en él, gracias al voto del pueblo. Pero a la hora del triunfo, el domingo pasado, no tuvo una sola palabra de recuerdo para los infelices sin nombre que murieron, por culpa suya, hace ya seis años. El presidente electo de Venezuela es un señor que no me da confianza.

Ahora los escenarios democráticos latinoamericanos se han poblado de gorilas a la caza del sufragio. Efraín Ríos Montt, el presidente Hugo Bánzer, Lino Oviedo, entre otros --todos ellos de la más recalcitrante derecha--, dejaron el garrote en el armario y ejercen como líderes políticos. Faltaba, en la colección, un espécimen de izquierda, un golpista que tomara partido contra el neoliberalismo. Lo aportó Venezuela. Lo construyó la vacuidad, la frivolidad y la corrupción de la clase política venezolana, de donde no salió ninguna propuesta mejor que Hugo Chávez. Lo fabricó la aplicación a rajatabla, nacional y continental, de una estrategia económica concentradora, excluyente, empobrecedora, desestabilizadora.

Esa estrategia ha lesionado y agraviado tanto a nuestras sociedades, y a la venezolana en particular que, por oposición, un ensayo de cuartelazo en nombre de Bolívar, dirigido contra los ejecutores locales del neoliberalismo, generó simpatías masivas e instantáneas en el ámbito nacional y encandiló a no pocos sectores de la izquierda continental. Ese fue el capital político inicial del golpista. Supo administrarlo tan bien que ahora es el presidente electo Chávez.

Lo de menos son los costales de mentiras que el señor aventó sobre sus electores en estado de trance y su insistencia poco elegante en compararse con Bolívar, San Martín o Artigas, si no es que con el Che Guevara. Lo grave del caso es que se ha sentado un nuevo precedente, y en el club presidencial latinoamericano ya son dos los ex gorilas encorbatados que se sientan a la mesa de la democracia, además del encorbatado travestido de gorila que ocupa la silla peruana. Moraleja: los golpes de Estado sí pagan.

Los desposeídos de estos países han perdido sus sindicatos, han visto desmanteladas sus asociaciones agrarias y han visto fracasar, una tras otra, sus exasperaciones armadas. Ahora tienen, como único instrumento de expresión, de sanción y de existencia política, el sufragio. Pero cuando los ex cabecillas golpistas recurren a las urnas --y ganan, por añadidura-- el mecanismo del voto se debilita a sí mismo.

Total, si el candidato triunfante no funciona, o se equivoca, o se corrompe, es perfectamente natural que lo depongan con un movimiento de tropas, que retrocedamos medio siglo en las formas de hacer política y que nos olvidemos de cuántos muertos y cuántos exilios y cuántas vidas rotas ha costado establecer estas democracias perfumadas, corruptas, superficiales y excluyentes. Qué bien. De ahora en adelante, los gorilas vendrán en nuestro auxilio y nos salvarán de los neoliberales.

26.11.98

Explicación a Clara


Un día vas a preguntarme, Clara, cómo pudimos regocijarnos con el infortunio de un anciano enfermo a quien le fue denegada la libertad justo el día de su cumpleaños, ayer, 25 de noviembre; un anciano recientemente operado, espiritualmente destruido y que, para colmo, se encuentra lejos de su país y de la poca gente que lo aprecia. En el mundo de compasión ensanchada de tu futuro vas a preguntarme cómo pudo ser posible que, cuando tú tenías siete meses y 12 días, tantas personas a las que quieres y que te quieren se hayan alegrado hasta las lágrimas de pensar que, por fin, ese pobre viejo enfermo estaba a punto de comparecer ante un juez, y por qué desearon que lo condenaran a pasar el resto de sus días en una cárcel.

A mí se me parte el alma cuando imagino su ingreso al tribunal, con paso vacilante, tal vez en bata, con una botella de suero y la mirada turbia de humillación y derrota. Pero quiero explicarme esta felicidad amarga para explicártela a ti cuando llegue el momento de las preguntas. Para entonces el mundo, tu mundo, será más limpio y más piadoso y más libre. Y lo será justamente por lo que está ocurriendo ahora, cuando se deja en manos de la justicia el destino de ese pobre hombre acorralado por sus crímenes. Ocurre, Clara, que a miles, a decenas de miles, a millones, ese señor, Augusto Pinochet, nos hizo mucho daño.

Él ordenó interrumpir la vida de muchas personas. Él ordenó que se causara dolor. Muchísimas horas/hombre y horas/mujer de dolor. Años, décadas de dolor para gente de Chile y de otros países. Ordenó el silencio, Clara. Ordenó que nada que le disgustara pudiera salir de la boca o de las manos de nadie. Y los empleados de este señor golpeaban a quienes no obedecían. Los golpeaban, les sacaban sangre de la piel, les causaban tanto daño que sus cuerpos ya no volvían a moverse nunca y se echaban a perder, y sus padres y sus hijos y sus tíos ya no podían escuchar nunca más sus voces ni mirar sus ojos ni acariciar sus manos.

Lo peor, Clara, es que a muchos ese señor viejito les contagió su gusto por la destrucción y la muerte. Desde que él apareció en escena, muchos quedaron convencidos de que los problemas ya no podrían arreglarse hablando, discutiendo, razonando, y que la única forma de existencia posible era herir, quemar y destruir. A otros nos empujó a vivir en los sótanos del temor, en el miedo a las calles y a la luz del Sol. Nos hizo mucho daño.

Pero a la larga, Clara, hemos vuelto a hablar, a caminar de día y a respetar a nuestros adversarios. Por eso, ayer no estábamos festejando la consumación de una venganza sino la posibilidad de que ese señor se encuentre con sus propios remordimientos y se dé cuenta, aunque sea en sus últimos años, de lo que hizo. Hay que darle esa oportunidad. No podemos ser tan inhumanos como para dejarlo que muera pensando que el asesinato, la tortura, el secuestro y la tiranía son hazañas dignas de celebrarse.

También estamos celebrando tu victoria y la de todos los niños y niñas que ayer heredaron un mundo un poco menos cruel, un poco menos violento, un poco más humano. Nuestra deuda contigo, mexicana de siete meses y 12 días, y con los chilenos de dos años, y con las colombianas de seis meses, y con los españoles en plena pubertad, y con los bolivianos a los que les están saliendo los dientes, y con las argentinas que van a primaria, y con los nicaragüenses de secundaria, y con las bolivianas de la guardería, y con los hondureños de la universidad, y con todos los hijos de los exilios y nietos de las guerras y biznietos de la persecución, nuestra deuda con todos ustedes acaba de reducirse un poco. Los cuerpos de ustedes, que todavía están creciendo y desarrollándose, estarán más seguros en los años próximos: tendrán menos probabilidades de que un prójimo los lastime, les cause dolor, les inocule el miedo y la obediencia ciega. Porque a partir de ahora, Clara, todo aquel que quiera imitar a este anciano al que ayer le negaron la impunidad, tendrá que pensarlo dos veces.

Por eso estamos celebrando, amor mío; porque desde ayer, 25 de noviembre de 1998, tú y tus contemporáneos podrán sentir más piedad que nosotros y se sentirán más libres que nosotros para preguntar y criticar y no estar de acuerdo. Aunque lo mejor habría sido que ése, que hoy es un anciano enfermo, no hubiera causado dolor y muerte y daño a nadie, y que ahora estuviera rodeado de sus nietos, y que no hubiese habido motivo para esta explicación que me pedirás un día y que te ofrezco desde ahora.

10.11.98

Mitch en acción


En la tarde del 26 de octubre conocimos el rostro de Mitch: un cíclope enfurecido del tamaño de Chihuahua, un cíclope que danzaba sobre el Caribe, giraba sobre sí mismo a 300 kilómetros por hora y avanzaba al occidente. Los beliceños, los chetumaleños y los meridanos temieron lo peor. La mañana siguiente seguían encerrados a piedra y lodo, pero Mitch no se decidía. Perdía fuerza hora tras hora, perdía intensidad. Todos los países de la región decretaron el estado de alerta en sus costas y se quedaron esperando a ver a quién habría de tocarle la bala de esa ruleta rusa. Mitch no cabía entre Cuba y las costas atlánticas centroamericanas y sus brazos rozaron algunas áreas de tierra firme. Desde Panamá llegaron los reportes de los primeros damnificados, y de Cozumel y las islas hondureñas de la Bahía, los primeros saldos de muerte.

El miércoles 28 los residentes de Quintana Roo y Belice empezaron a respirar con alivio. Aunque dejó 17 pueblos incomunicados en tierras quintanarroenses, Mitch seguía perdiendo intensidad y optó por estacionarse sobre el litoral Atlántico de Honduras. Los informes procedentes de ahí hablaron de decenas de muertos y de decenas de miles de casas destruidas. Las lluvias que se abatieron en toda Centroamérica provocaron desbordamientos fluviales con la consiguiente oleada de destrucción. El viernes 30, cuando se hablaba de medio millar de muertos en la región, Mitch, ya convertido en tormenta tropical, desgajó un volcán en la frontera norte de Nicaragua, y más de mil habitantes de Posoltega murieron sepultados en lodo. El sábado 31 los coletazos de la tormenta causaron destrozos en El Salvador y Chiapas.

Mitch se hallaba estacionado en la costa atlántica centroamericana, una de las regiones más pobres e incomunicadas del mundo, y operaba sobre la geografía como una gigantesca batidora que arrasó los árboles, las cosechas, las camas, las casas, las ollas, los animales domésticos y las vidas de los habitantes. El lunes, día de muertos, la zona amaneció convertida en un lodazal de cientos de miles de kilómetros cuadrados en donde los sobrevivientes no podían ni siquiera enterrar a nadie, en donde no había un trozo de leña seco para incinerar a nadie. Los miles de cadáveres humanos (¿diez mil? ¿veinte mil?) quedaron abandonados a la piedad del fango.

Ahora sabemos que son más de dos millones y medio los damnificados y que las bajas humanas se calculan, para toda Centroamérica, en 25 mil. Cinco mil muertes súbitas en Honduras equivalen, en porcentajes demográficos, a que 80 mil mexicanos fallecieran de un día para otro. Es un hueco muy grande.

La culpa la tienen todos y no la tiene nadie. Es la atmósfera, que a veces enloquece. Es la combinación de aires y aguas de temperaturas divergentes. Es un precio esporádico a pagar por vivir en tierras feraces que algún tripulante de las carabelas confundió, hace 500 años, con el Paraíso. Es la persistencia de métodos constructivos frágiles que han perdurado todo ese lapso, y más, sin cambios importantes. Es la falta de caminos y de comunicaciones, de líneas telefónicas, de centros meteorológicos capaces de dar el aviso, de organización para desastres, de escuelas y centros de salud que pudieran servir como refugios, de un mínimo interés de los gobiernos locales por la suerte y la vida de sus gentes.

¿Qué les dirían estos muertos a los muertos de la década pasada, los que se murieron para cambiar las sociedades centroamericanas? ¿Qué podrían aprender de este desastre los cinco micos democráticos que se adornan el pecho con sendas bandas presidenciales? ¿En qué estarán pensando los legendarios ex comandantes guerrilleros que ya se ganaron su entrada a las reuniones sociales de las oligarquías?

3.11.98

Los muertos


Dicen que en el fondo de la Tierra se ve el rostro de Dios, y que Él acudirá a sacar a los muertos de su envoltorio de huesos y carne para llevar al Cielo su mejor parte. Que dejarán el cajón con el que empezaban a encariñarse y serán transportados a un ambiente luminoso y aséptico, y que allí encontrarán la vida eterna, que se codearán con San Francisco de Asís, con la madre Teresa y con el Che Guevara, y que habrán de ser por siempre felices, elegidos y bienaventurados, en el seno del Padre. Por desgracia, los elementos de juicio hasta ahora disponibles no ofrecen ningún asidero para pensar en la resurrección como una posibilidad viable. El mundo que conocemos no da permiso para resucitar o reencarnar. Todo es más simple. Ha dado, en cambio, el camino de la floración incesante. Los niños muertos en las guerras y en los callejones oscuros, los amantes asesinados en plena desnudez, quienes murieron de soledad y de abandono, los borrachos sublimes que confunden a San Pedro con Baco, las viejitas que llegan aferrando su monedero y hasta los hijos de puta que mueren de rabia y frustración por no haber podido destruir la felicidad ajena, todos, todas, germinan y encuentran su camino de regreso a la superficie --como las burbujas que ascienden desde el fondo de un vaso de Coca Cola-- con la fuerza de la savia y de sus moléculas esenciales. Todos los días del año se respira y se come átomos de nuestros muertos e incluso de difuntos con los que no tenemos nada que ver. El planeta --o quien tú gustes-- ha dispuesto que los humanos vivan y mueran inmersos en ese ciclo de canibalismo salutífero. He visto trazas de Luis de Carvajal en unas cebollas del mercado, en una guanábana sentí el sabor desdibujado de Teresita Bustos, he percibido el sudor polvoriento del cuerpo de Zapata en un pétalo de cempasúchil.

Qué sería de nosotros si a algún torpe burócrata se le ocurriera suspender las actividades de los hornos crematorios en un día de doble no circula. Hemos demostrado de manera fehaciente nuestra capacidad para sobreponernos al plomo, a las partículas suspendidas y otras variedades de imecas, pero que no nos quiten del aire ese componente de prójimo, y que no impidan a nuestros pulmones compartir los suspiros finales de los cuerpos que se van, porque sin ellos la atmósfera se volvería de veras irrespirable y moriríamos como moscas, y el último en abandonar el mundo no se daría abasto para enterrar o incinerar a todos los que van adelante de la cola. Sin la presencia de la muerte, la vida sería intolerable.

Y qué sería de la muerte si no estuviera irremediablemente contaminada de vida. En días recientes ha terminado por admitirse la paradoja de que en los cementerios hay problemas de sobrepoblación y que la parte que conocemos del Más Allá --es decir, los multifamiliares postreros-- padece, como cualquier otro sector del país, los problemas derivados de la explosión demográfica, la cual, como se sabe, tiene su origen en un desbalance entre los nacimientos y las muertes. O sea que en las nuevas generaciones de difuntos está creciendo la esperanza media de muerte, es decir, el periodo de la muerte que pasan entre nosotros, presentes y recordados, antes de transitar a una nada definitiva y ausente de nombre y de memoria en la que, de todos modos, los restos de sus restos andarán por ahí, convertidos en tierra, en lechuga, en nube, en yacimiento petrolero, y en la que seguirán inspirándonos una piedad y una ternura anónimas.

Por eso la ofrenda de ayer es una casa abierta para todos los que quieran abrevar en ella, a condición de que estén muertos. No puedo imaginarme una forma más atroz de discriminación, una violación más severa de los derechos humanos, que excluir deliberadamente a un difunto de un altar, de una misa o de una recordación con flores. Toda pobre molécula perdida que haya participado alguna vez en la generación de pensamiento es merecedora de gratitud y afecto, aunque sea una vez al año.

Ahora están secándose los cempasúchiles y los restos de los restos que participaron en esa floración se preparan para volver a su muerte cotidiana, a germinar en especies menos ceremoniales y simbólicas, a ser respirados y comidos, a seguir muriendo entre nosotros. Hacen bien. En las entrañas de la gente hace mucho menos frío que en el Cielo.

27.10.98

Paz para Euskadi


La eterna polémica entre autodeterminación y unidad nacional deja de tener importancia para quienes tienen un proyectil de nueve milímetros alojado en la nuca. La naturaleza humana es frágil, y para que una discusión prospere, se desarrolle y pueda llegar a algún sitio, es necesario preservar la integridad física, la propia y la de los interlocutores. En cambio, reclamar la razón y lanzar consignas de victoria frente al cadáver tieso de un adversario es una forma de precipitarse a la nada y contagiarse con la suma indiferencia del derrotado.

Intuyo que, en alguna semana de este otoño, algo ha hecho que esas ideas empiecen a abrirse paso entre la maraña de inercias del conflicto vasco. Pareciera como si en Vitoria, en San Sebastián, en Bilbao y en los pueblos de cabras y bodegas que titilan en el mapa de Euskadi, estuviera horneándose un nuevo pan de perdón y sosiego. Hasta en Madrid, vociferante siempre, se perciben signos de clemencia, aunque sea de trasmano y con gesto de hastío burocrático.

No sé qué mecanismo ha empezado a funcionar primero y con más fuerza para mover estas esperanzas tenues: si la Declaración de Estella o la tregua de ETA o el hartazgo generalizado ante las muertes sin propósito (como todos los ajusticiamientos). No sé si en el inicio los políticos leyeron en la mirada de los policías el cansancio de la brutalidad, o si los asesinos han percibido, por fin, la desesperanza de la gente atrapada en medio de un conflicto a fin de cuentas frívolo (como todo conflicto en el que hay muertos inocentes), o si las elecciones apacibles del domingo, o si qué.

Hay un momento, inverso a éste, en el cual los estadistas confunden sus impulsos a la agresión con la justicia y en el que los patriotas clandestinos ya no se preocupan tanto por esconderse del ejército y la policía sino por escapar del acoso de su propio sentido común. Así sucedió en España y en el País Vasco español, como en tantas otras partes, y nadie sabe con certeza cuándo.

Ahora ya ocurrieron el dolor, las muertes y las vidas rotas, los exilios, los ajusticiamientos de ambos bandos, y el inicio preciso de las barbaries ha dejado de tener importancia. Ahora es necesario poner atención a ese aroma vago de paz que empezó a manar de los cónclaves políticos, de los comunicados de las catacumbas, de los memoranda oficiales o de la simple tierra de Euskadi.

No debiera ser relevante: la guerra es un mecanismo estúpido y perfecto, capaz de perpetuarse a sí mismo por la mera imposibilidad de definir a quién corresponde el mérito de la paz. Por eso prefiero pensar que el momento está llegando solo, sin que nadie lo invocara, atento nada más a la sangre vasca, brusca y tierna, que ya no quiere verse forzada a abandonar las venas y las arterias de nadie.

20.10.98

Nada personal


Y ahora, General, en los últimos años de su vida, la cárcel. No importa que sean sólo unos días ni que la institucionalidad democrática chilena, en pleno acceso de síndrome de Estocolmo, clame por la liberación de su verdugo. Lo que importa, general Augusto Pinochet Ugarte, es que su impunidad uniformada pierda, por una vez y para siempre, esa condición de absoluto, que su arrogancia no abandone este mundo invicta, que la Constitución dictada por usted, dictador, para protegerse las espaldas, no le sirva de nada en este trance.

No es nada personal. Tomo prestado el título de esa telenovela, general Pinochet, para expresarle que estas letras no las dicta el odio, sino un mero sentimiento de alivio porque finalmente se ha impartido en usted una mínima dosis de justicia.

Por crueles que hayan sido en su pasado, los ancianos merecen, si no respeto, cuando menos compasión. Cuenta usted con la mía, y me hago cargo de lo duras que han de ser para usted, General, estas horas de arresto londinense, la estancia en esa trampa que usted mismo se puso. Pero sería muy bueno para la humanidad que usted, que va a morir en unos pocos años, lo haga dentro de una prisión. Compréndame, no es nada personal, no es afán de venganza sino deseo de que la impunidad absoluta en este continente fallezca junto con usted, es decir, pronto.

La humanidad, General, necesita la derrota definitiva de usted. La requiere con urgencia para que nunca más vuelva a ocurrir un 11 de septiembre, para que el exterminio político no vuelva a pasear por las calles, a dirigir el tránsito, a congelar los corazones y los cerebros y los sexos. Si Franco hubiese ido a tiempo a la cárcel habrían sido menores las posibilidades de usted de atropellar a su país como lo hizo. Si esta detención bajo la que ahora se encuentra hubiese ocurrido hace una década o un lustro, habría habido menos margen para las atrocidades de guerra que hoy se cometen en los Balcanes.

Tal vez el gobierno británico o el español se dejen llevar por el pragmatismo de las relaciones internacionales y dejen sin efecto el arresto y la solicitud de extradición. Pero también es posible que los procesos de Madrid prosigan, tengan éxito, y usted termine encerrado en una celda por el escaso tiempo que le queda de vida. Así sea. En ese caso, General, le deseo sinceramente un juicio justo, apegado a derecho y, en la medida de lo posible, un calabozo limpio, cómodo y digno.

Ojalá que nadie lo golpee, General, que nadie lo humille. Que no le confisquen su casa y su coche ni le destruyan su biblioteca. Que no le venden los ojos ni lo tiren al suelo para darle patadas y culatazos. Que no lo cuelguen de los pulgares, ni le administren descargas eléctricas en los testículos, que no le arranquen la lengua, que no le hundan la cara en una pila de agua con vómito ni lo asfixien metiéndole la cabeza en una bolsa de plástico, que no le revienten los globos oculares, que no le quiebren los huesos de las manos, que no le introduzcan ratas hambrientas en el ano, que no lo violen, ni lo mutilen, ni lo hagan volar en pedazos con una carga explosiva; que no lo quemen vivo, ni hagan desaparecer su cadáver, que no disuelvan su entierro a macanazos, que no secuestren a sus hermanos ni les arranquen los pezones a sus hijas.

Es decir, General, ojalá que no le hagan nada de lo que sus subordinados hicieron, bajo las órdenes y la responsabilidad de usted, a miles de chilenos y chilenas y muchos otros ciudadanos de Argentina, de España, de Francia, de Alemania, de Suecia. No. Que le organicen un juicio justo y que le preparen una celda limpia y cómoda en la que pueda pasar sus últimos años sin padecer frío ni hambre. No es nada personal. Es que si eso se consigue, general Augusto Pinochet Ugarte, la humanidad habrá dado un gran paso hacia el reencuentro consigo misma.

13.10.98

La niña de Obrinje


Los dirigentes de la OTAN buscan con desesperación la forma de ahorrarse el bombardeo de Serbia. Saben que inmiscuirse de cualquier manera en el conflicto de Kosovo es como meter un palito en un avispero. Cualquier paso en falso podría desencadenar efectos indeseados en Rusia, Albania, Bosnia, Macedonia, Bulgaria y Rumania. A regañadientes, y mientras otorgan todos los márgenes posibles a sus negociadores --empezando por el estadunidense Richard Holbrooke, quien este fin de semana pasó más de 20 horas hablando con Slobodan Milosevic en Belgrado--, los gobernantes de la alianza atlántica reúnen una fuerza de 430 aviones de combate, un portaviones y plataformas terrestres, aéreas y marítimas de lanzamiento de misiles crucero para convencer a los serbios de que cese la barbarie contra los kosovenses de origen albanés. La idea general es que las fuerzas de la OTAN lancen ataques escalonados contra posiciones serbias en Kosovo, en primer lugar contra las baterías antiaéreas heredadas de la extinta Yugoslavia.

En toda la página 13 de su edición de ayer, Newsweek reproduce una foto de Wade Goddard en la que se ve a una niña muerta en un camino de Obrinje. Tendría menos de nueve años. Viste una chamarra roja, un pantalón oscuro y unas botas azules a las que le sobran cuatro o cinco tallas para ajustarse a sus pies. Tiene la cara oculta entre las manos y yace boca abajo, encogida sobre la vereda de tierra. De no ser por la discreta mancha de sangre en una de las botas azules, parecería que hubiera caído rendida después de una tarde de juego en los bosques paradisíacos de Obrinje.

No la mataron las armas antiaéreas de Belgrado ni el disparo de un tanque serbio. Bastó que alguien accionara un fusil de cacería, un cuchillo o un palo, para que en este cuerpo pequeño empezara un proceso de desintegración de sus elementos esenciales --hidrógeno, oxígeno, carbono, calcio, un poco de hierro, una pizca de fósforo-- que no ha de tomar mucho tiempo.

La mataron por albanesa. Su muerte no va a tener ninguna consecuencia apreciable en el conflicto. Le valió, en todo caso, un lugar destacado en las páginas que normalmente Newsweek reserva para Monica Lewinsky, Gerhard Schroeder y otros importantes personajes de la vida pública internacional. Estoy casi seguro que ella habría declinado semejante honor y que habría preferido un chocolate, unos zapatos de su talla o un sitio en donde jugar sin balazos y explosiones constantes. Estoy casi seguro que ya no le importa nada de eso.

Slobodan Milosevic se hace retratar rodeado de niñas serbias de ocho a diez años, todas vestidas de gala y con los zapatos acordes al tamaño de sus pies. En el entorno de su presidente aprenden, en cambio, ideas de tallas mucho mayores a las que corresponderían a su edad: por ejemplo, que los albaneses de Kosovo son delincuentes y criminales a los que hay que exterminar. Salvo los zapatos y las ideas, nada las diferencia de la pequeña muerta de Obrinje.

Los aviones A-10 y Tornado que la alianza atlántica prepara para un ataque en los Balcanes son máquinas muy poderosas. Los primeros son capaces de convertir en chatarra humeante un tanque T-72 (lo mejorcito de los blindados ex soviéticos) con uno solo de sus misiles aire-tierra. Uno de los segundos puede destruir la pista de un aeropuerto mediano con su carga de bombas. El portaviones Eisenhower, que Washington tiene emplazado en el Mediterráneo central, navega rodeado de un grupo de combate de diez o doce barcos y lleva 48 aeronaves de bombardeo, intercepción y contra medidas electrónicas.

La amenaza de ese alarde bélico y tecnológico no le sirvió de nada a una niña que ahora debería estar empeñada en crecer y en fijar calcio a sus huesos, y que, en cambio, ha sido condenada a desintegrarse en alguna tumba artesanal de Obrinje. El despliegue de la OTAN y sus anunciados ataques, ¿puede servir de algún modo a las niñas que rodean a Milosevic en las fotos? ¿Lograrán evitar nuevas víctimas? ¿Desactivarán las certidumbres fanáticas que operan con revólveres domésticos, con palos o con piedras? ¿Aliviarán en algo el sufrimiento de alguien?

6.10.98

Tranquilidad


Vas a bordo de un avión de línea que se acerca a su destino. Cuando crees que van a empezar las maniobras de aterrizaje, el aparato cambia de opinión y se pone a volar en círculos alrededor del aeropuerto. Al cabo de un rato, miras hacia abajo y ves que sobre la pista chiquita empiezan a estacionarse pequeños camiones de bomberos y diminutas ambulancias. Así percibo las declaraciones tranquilizadoras de organismos y funcionarios nacionales e internacionales y las recientes medidas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para evitar una nueva crisis.

Por eso, hoy me levanté temprano en previsión de un nuevo apocalipsis. Tal vez no tenga lugar, acaso no ocurra esta misma mañana, pero nos tienen tan acostumbrados a escuchar las campanas que doblan a desastre que preferí mantenerme alerta, como los perros de Pavlov, listos a salivar ante el menor estímulo. 1976, 1982, 1983-88, 1994-95 son, más que números, cicatrices de la memoria y del bolsillo, marcas dolorosas y familiares que te permiten reconocer la crisis al primer síntoma.

Y hay ese par de ronchas, la caída de los precios petroleros y las turbulencias asiático-rusas. Y hay esa tercera roncha, que son los expertos que dicen, en tres tonos distintos, y con razones contradictorias, que no va a pasar nada, y llaman a la calma mientras hacen ejercicios respiratorios de yoga para controlar la sudoración y para relajarse ante las cámaras.

Con esos signos a la vista, hoy bajé de la cama a primera hora, puse agua y semillas en los respectivos recipientes de la jaula del loro, hice un rápido paso por la ducha, puse agua a calentar en la estufa y me senté a esperar un nuevo fin del mundo.

Ahora mismo me pregunto si lograré estrenar el refri o si me veré obligado a cancelar la compra. A fin de cuentas, no es tan necesario. A otros va a tocarles peor que a mí: no estarán contemplando la obsolescencia de sus enseres domésticos sino el agotamiento rápido de su alacena, de su botiquín y de su guardarropa. Pero en una de esas y nos vamos todos al diablo. En esta fragilidad universal, qué les garantiza a los personajes de Forbes que no se verán en la necesidad de ponerse calcetines agujerados. Aunque quién sabe: la riqueza extrema siempre tiene recursos para salir del paso y en una situación tan desesperada podría aparecer la moda de no usar calcetines.

El sol está metiéndose por todos los rincones de la casa y ha conseguido que el loro se ponga de mal humor. No le gusta asolearse, y menos a estas horas de la mañana. Perdón, loro. Con la discreta incertidumbre económica que nos recorre a todos, he olvidado bajar la persiana de tu lado. Ya está. Ya está lista tu sombra. Si hubiera una persiana para guarecerse de los calcinantes rayos solares de la crisis. Si existiera una cornisa para protegernos de la lluvia financiera. Si un plomero nos garantizara que están bajo control las fugas y que las tasas de interés no nos ahogarán en aguas negras. Pero la economía y las finanzas, al parecer, son disciplinas mucho más complicadas que la plomería y la albañilería, y los expertos en ellas no pueden darnos la certidumbre simple y eficaz con la que opera cualquier maestro de obras. Lástima.

También puede ocurrir que no ocurra nada y que yo esté chapoteando, de manera ridícula, en mis propias paranoias, mientras observo al Sol consolidarse en el cielo por encima del Cerro de la Estrella. Este día la capa de contaminación es apenas un delgado acetato de presentación y permite mirar con nitidez ese perfil remoto. Entre las brumas del ozono o del plomo, o bien, de vez en cuando, bajo un aire límpido, los últimos 18 años he despertado mirando el trazo del Cerro de la Estrella como una firma en el horizonte. Es la firma de la realidad.

Ahora la realidad se muestra más esquiva que ese accidente topográfico donde los aztecas hacían sus ceremonias del Fuego Nuevo. El horizonte está cargado de síntomas y los sumos sacerdotes del quehacer económico no logran ponerse de acuerdo entre ellos, y es posible que decidan sacrificar --como en tantas ocasiones anteriores-- unos miles o millones de humanos para calmar las iras inflacionarias o deficitarias de los dioses. Por eso he despertado muy temprano, he dado de comer al loro, me he bañado y he puesto agua a calentar. Es importante estar cómodo y no tener cosas pendientes. Ahora puedo sentarme a mirar cómo el mundo se va al carajo.

29.9.98

Crónica de Semira


En Bélgica se están poniendo en práctica usos novedosos para las almohadas. De ello pudo enterarse Semira Adamou --20 años, refugiada, originaria de Togo-- a quien se le cumplió su sueño de permanecer para siempre en esa nación integrante y sede de la Unión Europea. El sábado pasado la enterraron en Bruselas, en medio de una manifestación en contra de la violencia policiaca.

La muchacha abandonó su país porque su padre se empeñaba en casarla con un señor de 65 años de edad que ya tenía varias mujeres, como es habitual en varias regiones africanas. En Bélgica no le fue mejor: desde su llegada hubo de enfrentar procesos de expulsión, seis en total, además de las condiciones de vida que corresponden a los inmigrantes africanos en el paraíso terrenal de la Unión Europea.

En una de esas ocasiones incluso la metieron a la fuerza en un avión de la línea aérea belga. Ella lo contó así: ''Ocho hombres me rodearon; dos guardias de seguridad de Sabena me forzaron, me golpearon por todo el cuerpo y uno me tapó la cara con una almohada. Los pasajeros acudieron en mi defensa y dijeron que abandonarían el avión si no me liberaban''.

En torno de Semira fue gestándose un movimiento contra las expulsiones de refugiados. El 21 de julio pasado se organizó una manifestación en su apoyo frente al centro de retención de inmigrantes en Bruselas. Muchos de los detenidos escaparon, pero ella estaba encerrada en una celda y se quedó allí.

El gobierno de Jean-Luc Dehane (coalición de socialistas y demócrata cristianos) insistió en devolver a la joven a su país natal, no sólo para cumplir con la ley sino también porque ésta empezaba a volverse un símbolo. Hace ocho días la policía volvió a introducirla a una aeronave de Sabena con destino a Lomé. Habiendo agotado todos los procedimientos legales para evitar su deportación, Semira estaba inmovilizada en aquel avión, con dos policías en los asientos contiguos, y con la perspectiva de llegar a Togo para enfrentar la ira de su padre y, seguramente, casarse a la fuerza con el vejestorio polígamo al que la habían prometido. Los pasajeros restantes estaban abordando la nave. No se le ocurrió otro recurso, entonces, que ponerse a gritar.

Fue una mala idea. Los dos guardias que custodiaban a Semira le pusieron sendas almohadas sobre la cara hasta que la joven cayó en coma. En coma la sacaron del avión y la llevaron a un hospital cercano al aeropuerto. Murió unas horas después. Uno de los policías que participaron en la muerte de Semira Adamou había sido sancionado, a principios de este año, por patear a un africano detenido que se encontraba tirado en el suelo, atado de pies y manos.

Este gendarme y su compañero alegan que no hicieron nada malo, y en esa afirmación cuentan con el respaldo del ministro del Interior, Louis Tobbak, quien presentó su dimisión dos días más tarde, ante el escándalo que se suscitó. De todos modos la renuncia no le fue aceptada: el gobierno de Dehane alega que ya ha habido demasiado barullo en las oficinas del Ministerio del Interior. En abril pasado dimitió Johan Vande Lanotte, luego de la fuga de prisión del pederasta Marc Dutroux.

La ley que regula las expulsiones de inmigrantes ilegales fue aprobada por el Parlamento en 1996 y establece métodos considerados crueles e inhumanos, como taparle la cara a los prisioneros con una almohada. Sus promotores alegaron en su momento que la aprobación de esas regulaciones era necesaria para contrarrestar el avance electoral del partido racista flamenco Vlams Block, que pide la expulsión simple de los extranjeros.

La muerte de Semira ha generado un profundo malestar en la patria de Jacques Brel, que por lo demás tenía algunas manchas en su expediente de derechos humanos. En el reporte de 1998 de Amnistía Internacional, se mencionan los casos de soldados belgas en Somalia --adscritos a la misión pacificadora de la ONU-- que torturaron y violaron a varios menores de ese país. A uno le causaron la muerte, al introducirlo por más de 48 horas en un contenedor metálico, sin comida ni agua, y en medio de un intenso calor.

El sábado, en Bruselas, durante el sepelio de Semira, los manifestantes se preguntaban si el gobierno sería capaz de fabricar una almohada lo suficientemente grande como para ahogar el escándalo.

15.9.98

Vergüenza


Desde la semana pasada, una de las obligaciones del ciudadano global es enterarse al detalle de las actividades genitales indebidas del presidente de Estados Unidos. Sin preguntarnos previamente si nos sentíamos a gusto en el papel de fisgones, todos los medios informativos del planeta se han esmerado en restregarnos en el hocico los pormenores de los encuentros amorosos entre un señor alto, fornido y canoso, y una joven de piel muy blanca y pelo muy negro.

En estos días, nadie que viva en una comunidad mínimamente informada puede eludir las escenas correspondientes: lectores, televidentes, radioescuchas, internautas y simples participantes de una conversación casual, tienen que asomarse por el ojo de la cerradura y mirar, así sea fugazmente, fragmentos escogidos del video porno producido por un fiscal enfermo y perturbado, y distribuido urbi et orbi por el Congreso de los Estados Unidos de América. Las audiencias logradas por este producto están a la altura de las superproducciones de Hollywood, o más arriba: a fin de cuentas, uno puede hacer caso omiso de Godzilla o de Titanic, pero para ignorar el informe de Kenneth Starr habría que ser ciego, sordo y analfabeto, y tal vez ni así. Al margen de que sintamos rubor, indignación moral, asco, regocijo, excitación sexual, intriga, ternura o nerviosismo, todos estamos metidos en esta exhibición implacable.

Lo que menos importa es el rango, la condición, el cargo de los protagonistas. En su mensaje del 17 de agosto, Clinton dijo que hasta los presidentes tienen derecho a la vida privada, y se quedó corto: olvidó mencionar que hasta los presidentes tienen, también, derechos humanos, y que la intimidad personal es uno de ellos.

Pero la justicia y el congreso estadunidenses, solícitamente auxiliados por una jauría mediática de dimensiones planetarias, han sentado un precedente monstruoso: en nombre de la ley, la intimidad de cualquier persona puede ser expuesta ante el público. Con tal de esclarecer una verdad jurídica, resulta lícito y aceptable que eso que Clinton, Pérez o Smith preferirían mostrar sólo a sus parejas y a sus médicos (como decía el viejo Georges), sea presentado al escarnio mundial. Y lo que se llama opinión pública fue convertido, de un día para otro, en uno de esos grupos de mirones ruidosos que celebran la erección enjaulada de un mico en el parque zoológico.

Asistimos a una extraña resurrección de los ritos medioevales en los que el coito real era sujeto a la certificación cortesana, pero ahora, gracias a los medios y las nuevas tecnologías, la escena se proyecta a escala planetaria. Frente a este naufragio de la individualidad, ante este empoderamiento de las instancias judiciales para husmear y exhibir las prácticas privadas de mutuo consentimiento, resultan deleznables las implicaciones políticas y judiciales del caso, así esté en juego el futuro de la presidencia más importante del mundo.

8.9.98

Desenlace bufo


Las superpotencias ya no son lo que eran. El angustioso encuentro de Clinton y Yeltsin en Moscú, la semana pasada, fue una notable tomografía de la desembocadura fársica de la guerra fría. El presidente de Estados Unidos sigue acosado por el fantasma de unos calzones que descendieron en un sitio inapropiado --la Oficina Oval de la Casa Blanca-- y cuya imagen lo persigue por todo el mundo como una maldición conservadora. Yeltsin, en su visible desamparo, encarna el fracaso de la construcción del capitalismo en Rusia. Más por estupidez que por maldad, la bolsa de valores de Moscú está logrando poner en jaque al sistema financiero mundial con una eficiencia que ya habría querido para sí, en sus mejores tiempos, el Politburó del Kremlin.

La imagen de los dos presidentes desvalidos me hizo rebobinar la película y recordar las cumbres de hace una década, cuando Ronald Reagan ocupaba la Casa Blanca y a nadie se le ocurría, por lo tanto, descubrir episodios sexuales en la Oficina Oval; en cambio, el anciano actor se empeñaba en despedirse del poder dejando tras de sí el sistema de fuegos artificiales conocido como la guerra de las galaxias, Mijail Gorbachov trataba por todos los medios de convencer al mundo que los comunistas no comían niños crudos y ambos nos tenían a todos, a fin de cuentas, con el jesús en la boca: tres años antes, en 1985, un nutrido grupo de intelectuales y premios Nobel se habían reunido para clamar por el desarme nuclear. Gabriel García Márquez escribió para la ocasión un texto memorable sobre la guerra atómica que se llamaba ''El cataclismo de Damocles'' y que La Jornada publicó en forma de cartel.

La región de Nueva Inglaterra vivía la bonanza económica producida por la sarta de empresas de tecnologías de punta que se instalaron ahí. Hace una década, en Manchester, New Hampshire, a orillas del río Piscataquog (''take me to the river...'', cantaban David Byrne y The Talking Heads), había un viejo edificio reacondicionado que ostentaba en su fachada la leyenda ''Automated Plasma, Inc.'' Media docena de señores vestidos de negro, con chaleco antibalas y AR-15 en posición de disparo, resguardaban la entrada. Una mañana me acerqué a preguntar qué cosa era el tal Automated Plasma y los rambos me ordenaron con firmeza que despejara el área. Por la tarde recibí en mi habitación de hotel la visita de un agente del FBI: me pidió que dejara de molestar a Automated Plasma, so pena de arriesgarme a una acusación federal por espionaje, y salió dando un portazo.

Hoy, la empresa en cuestión --que, según supe después, formaba parte del complejo industrial-militar-tecnológico de la guerra de las galaxias-- ha desaparecido del mapa y de la economía, y no van a revivirla ni siquiera las sugerencias disparatadas de algunos legisladores paranoicos que piden resucitar la Iniciativa de Defensa Estratégica para enfrentar las amenazas afganas o sudanesas. Por cierto: tal vez ya nadie recuerde que los misiles crucero, como los enviados recientemente por Clinton contra una fábrica sudanesa y un campo de entrenamiento en Afganistán fueron, en el momento de su entrada en servicio en Europa occidental, causa de una crisis entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Claro que a mediados de la década pasada los Tomahawk cargaban en la nariz un bebé de fisión de varios kilotones, no como ahora, que portan explosivo convencional.

En 1986 o 1987 Occidente conoció con detalles los últimos aviones de combate producidos por la Unión Soviética: los Mig 29 y 31 y el Su-26. Los expertos del Pentágono y de la OTAN quedaron realmente impresionados --y asustados-- ante aquellos portentos tecnológicos. Hoy, Rusia no puede darse el lujo de comprar los aviones de guerra que ella misma fabrica y anda vendiéndoselos a India, a Perú, a Siria o a quien se deje, a precio de venta de garage o, mejor dicho, de venta de hangar.

El mundo ha cambiado mucho en una década. No necesariamente para bien ni para mal sino, la mayor parte de las veces, para chistoso. El único poder mundial que sigue inmutable es el Vaticano, y es que allí nadie se ríe nunca.

25.8.98

La cruzada


La nueva cruzada contra los infieles cruza el Mar Rojo a lomos de misiles Tomahawk y produce grandes flores de escombros con pétalos de cadáveres y bidones reventados. Su lanzamiento es una acción poco meditada porque, a semejanza de las expediciones cristianas del Medievo para liberar la Tierra Santa, podría exacerbar las reservas de irracionalidad y violencia que subyacen en sectores de la Uma y que se manifiestan en bombazos cruentos como los de la semana pasada.

Lo menos importante de esta historia es si la fábrica bombardeada de Sudán producía sólo medicamentos o si en ella se cocinaban también los vapores mortíferos que un modisto parisiense bautizaría como ''Aliento de Saddam''. No es frecuente que el Pentágono incurra en equivocaciones tan graves a riesgo de costos políticos enormes ante la comunidad internacional.

Los afanes por vincular los enjambres de misiles crucero lanzados contra Sudán y Afganistán a las vicisitudes erótico-legales de Bill Clinton tienden a ocultar el asunto central, que es el barrunto de un nuevo choque de culturas, bajo hipótesis pueriles según las cuales el mandatario estadunidense estaría en condiciones de movilizar al Pentágono, a la CIA y al Departamento de Estado, entre otras instancias, en un operativo orientado a tapar un vestido de Monica Lewinsky manchado de semen presidencial.

Ningún escenario moral viable en el mundo de hoy podría, ciertamente, dejar espacio para la impunidad de los fanáticos que atentaron contra las embajadas de Washington en Nairobi y en Dar Es Salaam. Casi ningún gobierno del mundo podría afrontar los costos éticos y políticos que implicaría el ofrecerles refugio a los asesinos materiales e intelectuales de centenares de personas inocentes. Pero en esta ocasión Estados Unidos ha sucumbido, una vez más (la invasión de Panamá, la guerra contra las drogas), a su inveterada tentación de convertir un asunto policial en un casus beli y ha ofrecido un imperdonable motivo de unión y de combate que los integristas musulmanes estaban necesitando desde hace mucho tiempo.

No deja de ser deprimente el espectáculo de un Estado constituido que persigue criminales a bombazos en parajes remotos. Pero la objeción a los Tomahakws no sólo es estética y legal, sino también histórica: ¿Qué se gana con manosear y hurgar una enemistad milenaria cuya superación ha costado tanto esfuerzo? ¿Qué corrientes profundas del poder público estadunidense impulsan a reivindicar el uso de la barbarie frente a los bárbaros? ¿Es tan débil Estados Unidos que, frente a un atajo de iluminados criminales, no tiene más alternativa que la fuerza bruta de las bombas? ¿Lograrán su objetivo los dinamiteros fanáticos? ¿Conseguirán sembrar una nueva escisión irremediable entre el Islam y Occidente?

11.8.98

El santo sudario de Monica Lewinsky


Estados Unidos aún enfrenta el olor a chamusquina en dos capitales de África oriental, en donde unos desconocidos guardianes de La Meca, en nombre de Alá, mandaron al forense a más de un centenar de pobres personas. Y ni siquiera ese acto de barbarie santa ha logrado distraer la atención de los estadunidenses del proceso de linchamiento moral en curso contra el mejor mandatario que han tenido en décadas. La estricta normatividad legal diseñada para asegurar la fiscalización de los poderes públicos y de sus titulares empezó a morderse la cola en cuanto fue llevada al ámbito de la vida privada del Presidente y causó, allí, una contradicción irresoluble en el sistema de valores imperante.

Algo parecido ocurrió, el año pasado, cuando una señora que era piloto de un bombardero B-52 fue expulsada de la Fuerza Aérea por acostarse con un hombre casado, pero ese caso fue digerido por los medios sin despertar apenas polémica, acaso porque la transgresora era mujer, acaso por su jerarquía, ínfima comparada con el habitante de la Casa Blanca. El hecho es que Estados Unidos ha llegado a una disyuntiva entre la banalización del erotismo y la moral puritana que impregna su legislación: en el país vecino, en donde el sexo ha pasado al dominio del entretenimiento, practicar un coito tiene tanta trascendencia como comerse una rebanada de pizza (dicho sea sin ánimo de herir a los católicos ni a los weight-watchers), pero habría que apuntar que el empleo de la boca en las actividades sexuales está prohibido por las leyes de siete estados de la Unión Americana.

Ahora que, si el señor William Clinton y la señorita Monica Lewinsky realizaron prácticas orgánicas en un recinto que bien podría rebautizarse como la Oficina Oral, es un poco inhumano pedirles que lo confiesen en público de buenas a primeras. ¿Qué esperaba el fiscal Kenneth Starr? ¿Que los acusados elogiaran mutuamente sus habilidades lingüísticas? La ley estadunidense dice que es delito grave ocultar cualquier información, así corresponda al ámbito privado, pero la moral imperante aconseja lo contrario. Visto así, ¿qué dirían los medios si el titular del Ejecutivo diera a conocer a la Nación, por decisión propia, los más recientes sucesos de su desempeño genital?

No cabe duda que Starr está dispuesto a llevar su acoso hasta el final, porque así lo manda la lógica de esta tergiversada accountability, en la cual los contralores se ven obligados a establecer su propia relevancia hurgando en las alfombras a la caza de vellos púbicos, una tarea, dicho sea de paso, tan humillante para el sabueso como para los acusados y para la ciudadanía que observa el espectáculo mientras se quema los dedos con palomitas de maíz recién sacadas del horno de microondas.

Asqueada y fascinada al mismo tiempo, esa sociedad no va a darse por satisfecha hasta que Kenneth Starr no exhiba en el Smithsonian Institute el vestido con manchas de esperma presidencial, esa suerte de santo sudario de Monica Lewinsky. Tal vez entonces caiga en la cuenta de los callejones sin salida y los terrenos minados de su moral y de sus leyes, y del daño causado a sus instituciones y a sus derechos civiles.

5.8.98

Idioma confiscado


Ayer por la mañana comenzó, en el estado de California, la aplicación de la proposición 227, que elimina el uso del español en las escuelas públicas y obliga al alumnado de origen latinoamericano a la llamada “inmersión en inglés”. Los niños inmigrantes o hijos de inmigrantes, que constituyen más de 40 por ciento del alumnado, van a pasar un año escolar difícil, pero a fin de cuentas aprenderán, mal que bien, el idioma oficial del estado en que viven. Se encontrarán en desventaja frente a sus condiscípulos anglófonos pero sólo por un tiempo y, en su gran mayoría, se incrustarán, con un inglés bien pulido, en la tierra de las oportunidades. De todos modos, si quieren, pueden seguir hablando en casa la lengua materna.

Si uno se empeña en desdramatizar, tal vez sería exagerado decir que California está confiscándoles el idioma a los niños que nacen en español. Acaso habría que dejar de lado que, cuando no se es un desposeído absoluto --al estilo de los sordomudos explotados en Nueva York-- la palabra es la única posesión de quienes no poseen nada más. Al margen de los accesos de chauvinismo cervantino, es de notar que estos niños recibirán, a cambio de su lengua proscrita, un inglés decoroso y, sobre todo, útil para abrirse paso en la vida.

El único problema es que la proposición 227 introducirá un factor adicional de confusión en la de por sí conflictiva identidad de las comunidades latinas, hispanics, mexican-american o como logren llamarse.

Algunas posiciones extremas ilustran lo nebuloso de los esfuerzos de identificación de estos vastos y heterogéneos sectores de la población de Estados Unidos. Mario Obledo, activista latino, afirma que “no puedes sentirte orgulloso de ser mexican-american si no hablas español”. Pero las cosas no son tan nítidas: en el condado de Sacramento, 48 por ciento de quienes se identificaron a sí mismos como latinos no tienen la menor idea de la lengua de Renato Leduc.

Y es que hace 30 años los recién llegados se esforzaban en olvidar el español y en no transmitírselo a sus hijos, pero en esta época, en las comunidades latinas, “se burlan de ti si no hablas español y si no dominas sus giros”, dice Mary Salas Fricke, méxiconorteamericana de cuarta generación que optó por aprender, ya de adulta, la lengua de sus bisabuelos (Stephen Magagnini en Bee, 12/07/98).

La confusión no tiene límites. David Hayes-Bautista, director de un centro de salud de la UCLA, dice: “Mi abuelo era un nacionalista azteca, para quien el español era una lengua de hombre blanco y decía que debíamos hablar azteca (sic). Hace 500 años, nadie en México hablaba español. La cultura latina cambia constantemente y eso me hace sentir bien”.

El escritor Carlos Fuentes nos recordó hace poco (en entrevista de TVE) que, en el sur de Estados Unidos, el español fue lengua materna antes que el inglés. Mala noticia: cuando la reconquista anglófona de California alcanza rango de ley, los chicanos --o hispanics, o méxicoestadunidenses, o latinos, o como logren llamarse-- no han terminado de debatir los efectos de la conquista española de México.

Por lo pronto, desde ayer los niños de esas comunidades ya no podrán estudiar en el idioma de sus padres. Si todo marcha bien, serán adultos bilingües, capaces de abrirse paso en la dura vida. En el peor de los casos perderán la lengua materna y al regresar al barrio, si regresan, serán objeto de burlas, y ya. Seguramente sería exagerado decir que la proposición 227 es un paso más en el programa orientado a abastecer a la economía estadunidense de organismos rendidores en lo laboral, pero desinfectados de ideas, cultura y lengua propias.

28.7.98

Balas sobre Washington


Uno abre el periódico y el triste desfiguro armado que escenificó Russell Eugene Weston en el Capitolio, el viernes pasado, puede causar cualquier cosa menos sorpresa. Los armeros y la Asociación Nacional del Rifle se han gastado 40 millones de dólares en una campaña publicitaria tendiente a convencer a la sociedad de Estados Unidos de que disparar armas de fuego es una de las funciones fisiológicas del cuerpo humano: a quién se le va a pasar por la cabeza prohibir la respiración, la sudoración o actividades menos elegantes. Es cierto que vivir en sociedad obliga a ejercer cierto control de esfínteres, pero nadie en su sano juicio se atrevería a regular o restringir por medios legales la portación y posesión de los órganos más comprometedores.

En esa lógica, el pobre Weston sufrió un descontrol súbito y estornudó, o soltó un aire, en el sacro recinto donde medran los más altos representantes de We, the people, con un saldo trágico de dos muertos y una agonizante. Riesgos de romper la etiqueta, ahora el atacante, si sobrevive a sus heridas, puede ser condenado a muerte de la misma manera que habría podido perder el trabajo si se hubiera sacado un moco frente al jefe inmediato.

En esta misma línea de pensamiento, algo que podría reprochársele al gatillero solitario es que se comporta como niño chiquito. En efecto, si se pasa lista a los episodios de tiroteo escolar ocurridos en Estados Unidos en los últimos doce meses, no queda más que preguntarse si la conducta de Weston no es una escenificación, en el aula del Capitolio, de las masacres protagonizadas por menores frustrados o iracundos que lograron amasar pequeños arsenales juntando sus domingos, o saqueando el armario de papá, o combinando ambas técnicas. Diríase, entonces, que en materia de violencia armada, los adultos tienden a imitar el ejemplo de los niños. De ahí la importancia de que estos últimos observen conductas adecuadas y edificantes para evitar la posibilidad de que sus enseñanzas corrompan a los mayores.

Antes de tirar el periódico por ahí, en un gesto inútil para superar la desazón, acaso se pueda dejar de lado la coherencia pétrea de Charlton Heston, abrir algún recodo para la piedad y pensar un instante en ese par de policías muertos que seguramente irán a un paraíso de pizzas, donas y tiendas Radio Shack; en la turista herida, que sin duda está viviendo la experiencia más terrible de su paso por este planeta instamatic y Advantix¿, y en el propio Weston, que soñaba con ser hijo bastardo de John F. Kennedy, que alucinaba que las antenas parabólicas intentaban controlarlo mediante ondas magnéticas, y que en el fondo no busca sino escapar de su espantosa soledad.

21.7.98

Machel y Mandela


Con esa clase de noticias da la impresión de que en el mundo todavía hay lugar para uno que otro final feliz. A pesar de la torpeza, la mala fe y la crueldad de casi todos los gobernantes del mundo, un presidiario de solemnidad y una viuda combativa pueden sobrevivir a décadas de espanto y tomarse de la mano por el tiempo que les quede de vida. Se dirá que, al menos una vez en este siglo que ya mero concluye, dos víctimas de las peores fobias armadas pudieron, a la postre, entrar en los palacios de sus verdugos y casarse, allí, en una ceremonia extraña con ecos de El amor en los tiempos del cólera y un cuento de hadas escenificado entre zulúes.

Si uno recuerda bien, los racistas blancos hicieron pasar al novio 27 años en un calabozo hediondo. Al primer marido de la novia lo mataron con un misil antiaéreo cuando fatigaba en avión los cielos del África negra para estrechar los lazos entre los países agredidos por Pretoria.

Cuando por fin salió libre, Nelson Mandela tuvo que enterarse de las tropelías, delitos y corruptelas cometidas al amparo de su apellido por su segunda mujer, Winnie. Mientras encabezaba la demolición del régimen del apartheid y la transición suave a una cosa menos inhumana, el anciano luchador se enfrentaba también a los episodios de un divorcio con saña y escándalo.

A fin de cuentas, Mandela se encontró libre de la prisión, soltero de la inefable Winnie y en la presidencia de una potencia regional con el subsuelo relleno de uranio y de diamantes.

Una vez extinto el régimen de los afrikaners, Sudáfrica puede empezar a curar su propia miseria e incluso jalar hacia el desarrollo a sus vecinos paupérrimos. En el cono sur del continente negro hay ahora, en lugar de una constelación de guerras carniceras, un foco de esperanza para el siglo XXI.

En esta centuria ese continente, cuna de la humanidad, ha sido, para las potencias del Norte y para los organismos internacionales, tierra de pillaje, campo de experimentación de armas, laboratorio de recetas económicas estúpidas --como el remplazo de siembras alimenticias ancestrales por cultivos de agroexportación, que ha influido decisivamente en las hambrunas bíblicas del subsahara--, centro de experimentación de toda suerte de paradigmas redentores, estereotipo cinematográfico del mundo salvaje y, en el mejor de los casos, objeto de la más autocomplaciente piedad cristiana.

Llega el relevo de siglo. Con sus 80 años a cuestas, Nelson Mandela trabaja para curar las heridas que dejaron en su país siglos de racismo violento y para fortalecer los lazos con las otras naciones de la región. Ahora se ha casado en terceras nupcias con Graca Machel, una viuda otoñal, sobreviviente de las guerras y los atentados en el vecino Mozambique, y ha reivindicado el derecho de todos al final feliz.

Por una vez en la vida me gustaría comprar el Hola para enterarme, allí, de los pormenores de la boda. Pero sospecho que, a pesar de la relevancia mundial de los novios, esa revista no va a reseñar la buena nueva, porque tanto Nelson como Graca son negros y el color de su piel podría no verse bien entre las caras rosáceas que se asoman en el fino papel satinado del mensuario español. Y ojalá me equivoque.

14.7.98

Un país contra la tele


El 8 de julio el gobierno afgano dio a la población un plazo de dos semanas para destruir los televisores, las antenas y las cintas y aparatos de video que hayan sobrevivido a la prohibición que pesa sobre estos artefactos desde hace año y medio. La medida, que hace apenas dos décadas habría sido aplaudida por no pocos enfermos de la izquierda latinoamericana (porque en esa época causaba furor el lugar común de ''la caja idiota''), fue dictada por un inverosímil Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Supresión del Vicio, y está siendo aplicada a rajatabla por la Policía Religiosa, en cumplimiento de una interpretación polpotiana de la Shaira. Pasado el plazo fatal se perseguirá a los numerosos ciudadanos que, en ausencia de señales televisivas locales, se afanan en captar las que proceden del extranjero mediante antenas parabólicas hechizas, fabricadas con ruedas de bicicleta, ollas de cobre o esqueletos de ventiladores.

En el Afganistán talibán también están proscritas el arte y la industria de la fotografía porque dan fundamento a las prácticas idólatras, abominadas desde siempre por el Islam. Cualquier tienda que exhiba fotos en sus vitrinas se hace merecedora a la clausura.

Hoy en día, uno puede escandalizarse --o no-- ante semejantes medidas. Al margen de ello, no deja de parecer enigmática e inquietante esta inopinada rebelión de fines de milenio contra la cultura visual e iconográfica que domina el mundo. Si la ouija aún no ha sido prohibida como herramienta para hacer entrevistas y si los mediums son un género de los medios, habría que preguntarle a Marshall MacLuhan su interpretación de este suceso que pone entre interrogaciones el entusiasmo occidental ante la encarnación tardía de la aldea global y el advenimiento de las autopistas de la información.

''Lo audiovisual es el nuevo lenguaje. Está constituido por todas las otras formas de expresión y por el arte de combinarlas (...) La fuerza de su impacto, muy superior a todas las demás, llevará a cada cual, por razones varias, comerciales, pedagógicas o de seducción, a utilizar cada vez más este lenguaje (...) Aprenderemos a vender, a convencer, enseñaremos y nos presentaremos (...) por medio de este arte que implicará un desarrollo importante de todos los instrumentos de la puesta en escena...'' Estas palabras (Leo Sheer, La democracia virtual), emblemáticas del discurso predominante que resuena en los edificios inteligentes recubiertos de vidrios polarizados y arrullados por el murmullo de los faxes, se quedan sin sustancia cuando tres ayatolas con respaldo popular y fusiles cuerno de chivo toman por asalto un país, silencian su único canal de tele, hacen piras con las filmotecas, ahorcan tubos de rayos catódicos en las plazas públicas, vetan toda forma de música --con excepción de los himnos religiosos-- y prohíben a las niñas que vayan a la escuela.

No se trata, por cierto, de una confrontación entre el pasado y la modernidad, sino de un conflicto entre dos caras de la segunda. Las indigestiones con literatura sacra (bíblica o coránica, no importa) y los afanes por trasvestir evangelios en códigos penales resultan características de nuestra época. Los rabinos artillados, los talianes en su lucha contra las ondas hertzianas y los providas entrenados a conciencia en su manipulación mediática son, ni modo, nuestros contemporáneos. Están determinados, en la era de los debates públicos, a ignorar las voces que no armonicen con sus propios gaznates desinfectados y puros. En tiempos de la diversidad, Dios les ha ordenado erradicar a los diversos. La tolerancia que, a pesar de ellos, se abre paso en el mundo, les funciona como amenaza, como desafío, como acicate para reafirmarse en su propia intolerancia. Desconocen la ambigüedad, la vacilación y la rectificación. En la medida en que la lucidez mundial se empeñe en ignorarlos, bien puede ocurrir que de ellos sea el reino en el siglo XXI. Por lo pronto (13 de julio), los talibanes han conquistado (es decir, han liberado de todo mal) 85 por ciento del territorio afgano.

7.7.98

Eskatos


Parece que ahora sí la humanidad está por llegar a su término. Diríase que, entre los nervios agónicos de las eliminatorias futboleras y las luces cada vez más rojas que emiten las economías del lejano oriente y los terremotos mortíferos en Turquía, la carrera atómica entre dos naciones harapientas y un Clinton que se empeña en celebrar nada con sus amigos chinos, una enorme planta va a posarse sobre la humanidad justo el día del estreno de Godzilla.

En el acontecer de todos los días, cada país encuentra evidencia suficiente de que la Gran Final está próxima: el derrumbe escatológico tiene cara de colapso ambiental con pájaros y delfines fallecidos, de mortandad humana por virus invencibles, de tragedia cromosómica a causa de experimentos con bioingeniería o de quiebra masiva de mercados bursátiles.

Los apocalípticos más humildes --que, curiosamente, son también, los más despabilados desde el punto de vista mercadotécnico-- preconizan que de aquí a quinientos días los sistemas de cómputo del planeta sucumbirán a su propia incapacidad para procesar la fecha fatídica y entrarán en una etapa de regresión: lo de menos serán los fallos en los cajeros automáticos y en las cajas del supermercado; lo más grave ocurrirá cuando se borre la memoria de las torres de control y los aviones caigan al suelo, los trenes choquen entre ellos a causa de los errores en los sistemas de control y las consolas maestras de las presas ahoguen a los pueblos de los alrededores. A estas alturas los datos están tan embrollados que no se sabe si ha llegado el momento de hacer un hueco en el baño para sembrar lechugas, zanahorias y otros cultivos de autosubsistencia, o si todo este ruido de trompetas del Juicio Final es una estrategia brillante para vender consultorías de a 300 dólares la hora.

Lo malo de todo este barullo mundial es que no siempre son claras las diferencias entre un ministro de Economía y un charlatán. Los individuos capaces de profetizar cualquier cosa han entrado --por la puerta mediática, para colmo-- a los ámbitos político y empresarial y, en correspondencia, los políticos y los empresarios no vacilan en echar mano del susto colectivo cuando sus votos o sus réditos empiezan a ir a la baja. Tal vez el arte de la persuasión esté cediendo su lugar a la tecnología del chantaje --electoral, político, comercial--, que es más sencilla y ahorra el uso intensivo de recursos humanos.

Por las razones que sea, en donde quiera se respira un aire melancólico de vals postrero a bordo del Titanic. Lo milagroso es que, en ese aire, no se hayan multiplicado, hasta donde se sabe, las agencias de viajes a la eternidad que ofrecen a precios de charter el suicidio colectivo, o por lo menos los planes para organizar las fiestas del 31 de diciembre del 99 en sótanos blindados repletos de latas de atún, galones de agua purificada y rollos de papel de baño.

A quienes no ocupamos un asiento en la ONU o en el consejo de administración de Microsoft o en algún congreso nacional o local nos queda, como consuelo, que el ingreso de la mercancía apocalipsis al mercado masivo no deja de agregar un excitante toque de tensión narrativa en el guión más o menos aburrido de nuestras pequeñas existencias.

A ver.

30.6.98

Pena de muerte en China y en EU


El presidente Clinton andaba en China derrochando encanto personal y simpatía. Sus anfitriones sólo tensaron la mandíbula cuando su invitado les habló de derechos humanos y les echó en cara que violaran, en forma sistemática, tales derechos.

Clinton tiene razón, y tal vez hasta se quedó un poquito corto. A decir de Amnistía Internacional, a lo largo del año pasado, en China, cientos, tal vez miles de objetores y de supuestos opositores al gobierno fueron detenidos, y miles de presos políticos encarcelados en años anteriores permanecieron en prisión. La tortura y los malos tratos siguieron siendo prácticas constantes y sistemáticas y la pena de muerte siguió siendo utilizada en forma extensiva: unas 2 mil 500 sentencias capitales en ese lapso, y unas mil 600 de ellas cumplidas, según las cifras de Amnistía.

Las autoridades pequinesas siguen empeñadas en sus reformas económicas y avanzan en su programa de hacer volver al país al capitalismo en forma paulatina, pero los opositores son juzgados, recluidos en campos de trabajos forzados, y en ocasiones ejecutados de un tiro en la nuca, por ''contrarrevolucionarios'', lo cual no sólo es una monstruosidad sino también una hipocresía.

Es encomiable cualquier cosa que se haga con el propósito de reducir el sufrimiento de los perseguidos por las autoridades de Pekín, y los exhortos de Clinton se inscriben en ese espíritu, por antipáticos que les resulten a los nuevos mandarines del Partido Comunista. Para ellos violar derechos humanos es tan natural y tan legítimo que ni se les ocurrió --en vez de hacer coraje y apretar las quijadas-- recordarle al presidente de Estados Unidos que el año pasado, en Texas, fueron ejecutados 37 prisioneros, entre ellos Terry Washington, a quien se le calculó una edad mental de siete años; Irineo Tristán Montoya, quien al inicio de su proceso legal fue obligado por la policía a firmar una declaración en inglés, idioma que el sentenciado no comprendía, y Harold McQueen, el cual padecía de lesiones cerebrales médicamente documentadas.

Los gobernantes chinos tampoco dijeron a Clinton que en Arkansas, su estado natal, el reo Kirt Wainwright estuvo 45 minutos con la aguja del veneno clavada en el brazo, esperando una resolución salvadora de la Suprema Corte que nunca llegó, ni que en Florida se le incendió la cabeza a un retrasado mental de origen cubano cuando fue sentado en una silla eléctrica con 74 años de uso. Y eso, por no hablar de los casos de tortura policial, los más celebres de los cuales fueron documentados, en 1997, en Nueva York, Chicago y California, y cuyas víctimas fueron un haitiano, un negro y dos mexicanos.

Entre las mil 600 ejecuciones en China y las 74 realizadas en Estados Unidos hay, sin duda, más que una diferencia cuantitativa. En el primer país la bala en la nuca puede venir a consecuencia de delitos no graves (como robo sin violencia), en tanto que en el segundo la inyección letal, la cámara de gas o la silla eléctrica se reservan para los convictos por homicidio. Pero la diferencia más notable es que, aberrantes y todo, los procesos penales en Estados Unidos se realizan a la vista de todo mundo y de manera metódica y documentada. Antes de escribir estas líneas estuve buscando algún nombre de los ejecutados chinos, y no encontré uno solo, ni materiales sobre los juicios correspondientes --si es que los hubo--. La pena capital en China es, también, una sentencia al anonimato.

No está mal que los gobiernos se echen mutuamente en cara sus respectivas violaciones a los derechos humanos. No importa si lo hacen por un auténtico malestar moral o como parte de un juego de presiones comerciales y geoestratégicas. Esos intercambios, agrios y todo, pueden reducir un tanto el número y el sufrimiento de los torturados, los perseguidos y los encarcelados, y frenar un poquito el frenesí de las ejecuciones y las desapariciones. En el mundo que vivimos, eso ya es algo.

16.6.98

¿Videla al paredón?


Ahora vuelven a echarle el guante a ese hombrecito envaselinado que sumió a su país en una noche negrísima. Videla dejó el mapa argentino lleno de charcos de sangre masiva e injustamente derramada. En una respuesta que la historia ha querido tardía y mínima, algunos manifestantes expresaron su ira sobre el coche en que el ex dictador fue llevado a prisión y dejaron el vehículo pringado de huevos y tomates. ¿Y eso es todo? ¿Una yema por cada diez mil seres humanos? ¿Una rebaba de tomate por cada mil sesiones de tortura? ¿Una celda con televisor a cambio de los que fueron arrojados al mar, desnudos y anestesiados?

Vamos a ver. En Bolivia, a principios de los años ochenta, Marcelo Quiroga Santa Cruz había intentado llevar a Hugo Bánzer a un juicio político para que respondiera por los crímenes de su dictadura.

Poco después, los militares asesinaron al dirigente socialista y hoy Hugo Bánzer es un converso del gorilato a la democracia, está trepado en el poder Ejecutivo de su país y sigue impune. Pinochet sigue impune y es senador. Stroessner sigue impune. Ríos Montt está impune, activo en la política guatemalteca y apostándole a la presidencia. Son sólo ejemplos.

Hace casi tres lustros, en tiempos de Raúl Alfonsín, los máximos jerarcas de la dictadura militar argentina fueron procesados y encarcelados por el fiscal César Strassera en lo que constituyó un primer acto judicial y legal (ya antes habían sido asesinados con espíritu justiciero dos de la dinastía Somoza) contra la impunidad de Estado en América Latina. En esa ocasión, Videla y sus cómplices fueron juzgados por una fracción ínfima, pero emblemática, de sus crímenes. El juicio fue respirado como una garantía y como una esperanza, pero el consenso democrático contra los criminales de la guerra sucia se erosionó, el Ejército ladró y enseñó los colmillos, vino la ley de ''obediencia debida'' y, después, el indulto de Carlos Menem a los genocidas.

Ahora la globalización de --entre otras cosas-- la justicia ha llevado a la apertura, en Europa, de media docena de juicios contra los sanguinarios colegas de Videla. En esta ocasión, Carlos Menem optó por desamparar al torturador y éste volvió a quedar tras los barrotes, con su bigote encanecido y su carita de que no mata una mosca. Ya no está acusado del puñado de homicidios ejemplares que Strassera puso encima de su expediente: ahora la causa en su contra es por secuestro de recién nacidos.

¿Una piedra, una injuria contra Videla por cada bebé al que dejó sin padres y entregó en adopción a las familias de los torturadores? ¿Es suficiente con que pase lo que le queda de vida en una jaula para pagar sus crímenes? ¿Pena de muerte para Videla?

Hace dos décadas, en las tertulias febriles de la militancia y la simpatizancia, y al calor de las guerras sucias, se ponían a debate los castigos adecuados para pinochets y videlas y bánzers en caso de que cayeran en manos del pueblo: fusilamiento, castración, horca, cocción a fuego lento. Hoy toda esa pasión vengadora resulta ingenua y sus propuestas son a la vez insuficientes y excesivas, y además dan náusea.

Las sociedades de América Latina tienen hoy ante sí la obligación de castigar a los muchos videlas que en su territorio son y han sido, pero deben impedir que las sanciones las hagan parecerse a ellos. Para preservar el futuro de la civilidad, es preciso encontrar las formas de sentar precedentes inequívocos para los tiranos sanguinarios.

Pero no es aceptable soñar con paredones, con ollas para hervirlos o con cuchillos para mutilarlos. Morir en el tormento sería el triunfo póstumo de los torturadores. La sociedad no puede renunciar --por mero instinto de sobrevivencia-- a la perspectiva de la rehabilitación ni sucumbir a unos afanes de venganza que, en el caso de Videla y sus congéneres de todo el continente, están más que justificados, pero que en los tiempos que corren resultan tan ineficaces como unos pocos huevos y tomates que se estrellan contra un parabrisas, hacen ''plof'', provocan un rabioso rechinido de muelas en el ocupante del vehículo y aumentan la carga de trabajo del que lava los coches en la comisaría.

10.6.98

Drogas en la cumbre


A propósito de la Cumbre Mundial contra las Drogas, un funcionario equis de acento britaniquísimo decía antier en el noticiero de la televisión que si la humanidad ha sido capaz de superar el colonialismo y el racismo, ¿cómo no va a poder resolver el problema de los estupefacientes? A renglón seguido, auguraba éxito al encuentro de Nueva York y subrayaba sus palabras optimistas fijando en la cámara una mirada de tortuga. A lo que se ve, las sustancias malditas por vía intravenosa no son la única manera de freírse los conductos de la bóveda craneana.

“El problema de las drogas” no tendría por qué existir. Se trata de una carpeta creada para meter siete fenómenos distintos en los portafolios del poder y encajar conveniencias coyunturales con tragedias de largo alcance en los estrechos cajones de la razón de Estado. Las concepciones oficiales que salen de ahí son tan comparables al racismo o al colonialismo como un concilio vaticano al mundial de futbol. Pero a un funcionario de rango internacional le garabatean en una tarjeta cualquier cosa que suene histórica, la suelta a cámara y nos coloca ante una nueva década de confusiones.

Hoy en día una buena parte de las mafias mundiales se dedica a medrar con los temblores de abstinencia de los consumidores, pero se trata de un negocio de coyuntura: en los años 20 amasaban fortunas vendiendo alcoholes pésimos a los briagos estadunidenses y en Yugoslavia se concentraron en el negocio de las municiones.

Las drogas destruyen individuos, no civilizaciones, y éstas han debido convivir --en forma permisiva o represiva-- con minorías de pasados. Tendrían que ser asunto de ministros de Salud y de Educación, no de policías y estadistas. Pero la negativa a mirar y reconocer ese dato ha desembocado en una guerra muy sórdida que parece capaz de acabar, ésa sí, con el tejido social e institucional de varios países. El afán de convertir actos íntimos, subjetivos e individuales --correctos o no, eso es otra historia-- en crímenes contra la sociedad ha abonado el caldo de cultivo para el crecimiento de corporaciones delictivas tan poderosas como las grandes compañías legales, o como los gobiernos, o más.

En otro sentido, los cárteles de la droga son la prueba extrema de que la mano invisible del mercado no se toca el corazón para empuñar a conveniencia jeringas o carrujos y que, en aplicación de la ley de la oferta y la demanda, nunca faltarán operadores que aprovechen la escasez, incluso si ésta se origina en una prohibición, para encarecer los productos correspondientes, e hinchar las ganancias a costillas de la demanda, aunque ésta tome la forma de múltiples tragedias personales.

Bajo el piso de la legalidad la economía también crece, se expande y aprovecha las sinergias naturales entre los distribuidores de venenos, los traficantes de poder de fuego y las agencias financieras, cambiarias y bursátiles que cierran los ojos y extienden la mano para reciclar dólares manchados --entre 300 mil y 500 mil millones anuales-- y convertirlos en causas humanitarias, Bonos del Tesoro, acciones inmobiliarias, corbatas fragantes y limusinas negras y silenciosas que se estacionan frente a la sede de cristal de la ONU o frente a la Basílica de San Pedro.

Si la disparatada Ley Seca hubiese adquirido rango internacional, los capos estadunidenses habrían dispuesto de mercado y margen de ganancia en muchos países del mundo y habrían erigido formidables empresas delictivas transnacionales. Pero operaban en una economía cerrada y en un mercado local y restringido: fuera de la unión americana su mercancía tenía precios de cantina, no de joyería. Ahora, en el caso de las drogas, la prohibición internacional opera como un vasto tratado de libre comercio hecho a la medida de los narcos.

En la cumbre de Nueva York habría que empezar por admitir que la drogadicción está entre nosotros mucho antes de que hubiera cárteles de Cali o de Tijuana, y que sobrevivirá a tales organizaciones; que la prohibición internacional no va a erradicar del escenario a los narcotraficantes, sino que está destinada a perpetuarlos; que el escenario continental del combate al narcotráfico está irremediablemente contaminado de consideraciones políticas, geoestratégicas e injerencistas, y que el sistema financiero mundial, en su configuración contemporánea y con sus reglas actuales, se ha vuelto adicto a los narcodólares. Pero también puede ocurrir que en la jaula de cristal de la ONU resuenen frases históricas, invectivas contra el nuevo flagelo de la humanidad y compromisos estratégicos, y que no pase nada.