2.10.18

Mi dulce compañía





Te platico, mi dulce compañía:

Esa tarde en la plaza te volaron el cráneo de un balazo y ya no supiste más. Aventaron tu cuerpo en la morgue y no fue sino días más tarde que tus familiares pudieron recuperarlo, o no apareció nunca, o no te buscamos porque estábamos aterrados o presos o desaparecidos. Pero sobrevivimos y seguimos caminando en medio del dolor y el espanto. Cómo íbamos a imaginar que eso era apenas el comienzo. Unos caminaron para el monte y allí empezó otro ciclo de tortura, desaparición y muerte. Otros se fueron a la lucha sindical y también fueron asesinados o encarcelados. Unos más se dedicaron a la lucha política y también tuvieron sus presos, sus desaparecidos y sus muertos. Pero los que quedábamos seguimos caminando.

Sobreviviste, te sobrepusiste al horror y conservaste tu determinación de salir a las calles y menos de tres años después, el 10 de junio, te hirieron de bala en San Cosme, te llevamos al hospital en un carro prestado y de inmediato te pasaron al quirófano porque te estabas desangrando. Estábamos en la sala de espera, pensando en que la librarías, cuando irrumpieron en el hospital unos tipos armados, apartaron a empujones al personal médico, se fueron directo a la sala de operaciones y te remataron de dos balazos que aún siguen retumbando en mis oídos. Escapamos, corrimos, nos escondimos y volvimos a organizarnos.

Años más tarde supimos que habías caído cuando la policía descubrió la casa de seguridad en la que te encontrabas, junto con otros compañeros, y los cuerpos de ustedes no aparecieron nunca. Nos mordimos los nudillos para no gritar de miedo y de rabia, nos pusimos a leer, nos fuimos al campo, nos sembramos como milpa en las comunidades, nos diseminamos en la provincia mientras tú volvías a morir no sé cuántas veces en las montañas de Guerrero y en las calles de Monterrey. Muchos de nosotros habían sido capturados y hasta la fecha no sabemos dónde están ni qué les hicieron. Pero los que quedábamos, y otros nuevos, seguimos caminando, pegando carteles, participando en huelgas, armando campañas electorales sin esperanza, debatiendo entre nosotros con encono. A algunos les llegó el tiempo de tener pareja y de tener hijos, de comprar su primer coche y de conseguirse un trabajo fijo. Y en ese tiempo otros nacimos para escuchar tu historia de labios de nuestros padres.

Unos cuantos concluyeron que la única transformación posible pasaba por trabajar con los criminales para influir en ellos, orientarlos y redimirlos, y murieron también aunque al día de hoy sigan como almas en pena, apareciéndose en televisoras a su vez moribundas e invocando principios que abandonaron hace mucho. Pero algunos seguimos resistiendo en esos tiempos tediosos, acompañando a campesinos afectados por proyectos relucientes de modernidad, a trabajadores sin fábrica, a estudiantes sin escuela, a indígenas sin patria, a mujeres sin derechos, a enfermos sin hospital, a damnificados sin techo, aprendiendo de todos ellos otras formas de organización y otras palabras, y sembrando en nuestros hijos la memoria de lo que no habían vivido: de ti, de los otros caídos, de los desaparecidos a los que seguimos buscando.

Hemos vivido estas décadas bajo la burla y el escarnio, con esperanza o sin ella, aferrados tan solo a la certeza de ser parte de una carrera de relevos en cámara lenta que lleva de un tiempo a otro el relato de luchas concatenadas anteriores a ti y a los muertos que te precedieron, seguros de ser parte de una corriente de la humanidad que no se conforma nunca y actúa en consecuencia. Con la cabeza nublada de rabia te hemos visto caer en Aguas Blancas, en Acteal, en Atenco, en Iguala, en Nochixtlán. Hemos defendido el territorio conforme lo han ido recortando, perforando, minando, reduciendo. Hemos experimentado grandes avances y grandes retrocesos, extravíos y aciertos. Algunos enfermaron de cáncer, se murieron de infarto, se consumieron en la amargura de la traición o en la honestidad de la entrega. Otros vieron a sus primeros nietos tomar las calles en repudio al mismo régimen que mató a sus compañeros hace cincuenta años.

La acumulación de todos nuestros empeños empieza a rendir frutos. Estamos por fin en posición de demoler el régimen que te mató, que mató a tantos y ese nosotros difuso toma conciencia de lo fructíferos que han sido tu muerte, tu dolor y tu ausencia, columnas vertebrales de una tarea siempre inacabada, siempre expectante, y concluimos que nunca estuviste tan vivo, tan viva, mi dulce compañía, como ahora, cuando al cabo de tanto confirmamos que la historia tiene sentido.