27.6.17

País devaluado



Hace unos días, en la inauguración de un parque industrial en Lagos de Moreno, Jalisco, Enrique Peña Nieto se jactaba de los éxitos del modelo maquilador impuesto al país a partir del salinato. En ese acto, en el que amenazó a las víctimas del espionaje gubernamental con “aplicarles la ley” por haber presentado “falsos señalamientos” –un amago grotesco del que se retractó como pudo unas horas después–, dijo, con su sintaxis característica, que “México se proyecta ante el mundo como un destino confiable, preparado, capacitado, con infraestructura que haga posible que siga llegando más inversión que detone empleos”. Y abundó: “las condiciones del país, la infraestructura que hemos desarrollado, las reformas estructurales (…) han permitido que lleguen esas inversiones”, las cuales se han traducido en una generación de empleos como no la había habido “nunca en la historia”, “gracias a los empresarios, a los emprendedores que tienen puesta su confianza en México”.

El crecimiento de las ensambladoras automotrices en el país en décadas recientes es característico de ese “desarrollo” y de esa “generación de empleos” a los que hizo referencia el priísta. Sí, en estos años de neoliberalismo salvaje se han instalado diversas plantas de armado de automóviles en el centro y el norte del país y sí, con ello se han creado fuentes de trabajo. Pero ello no se debe a la “confianza en México” de las empresas extranjeras sino a que aquí tienen asegurado un abasto inagotable de mano de obra a precios irrisorios: de acuerdo con la nota de Patricia Muñoz Ríos publicada ayer en estas páginas, el ingreso de un obrero mexicano de la industria automotriz es, en promedio, 3.3 veces inferior que el de un coreano, 4.5 veces menor que el de un japonés y 7.6 veces más pequeño que el de un alemán. En contraste, “las armadoras en Estados Unidos tienen un costo laboral 4.8 veces más alto que en México y en Canadá es 4.7 veces mayor; incluso en Brasil es 2.4 veces más elevado”.

El dato retrata en toda su crudeza el proceso de devaluación de la fuerza de trabajo nacional que subyace en la inserción supeditada de la economía nacional en la globalidad y que, al interior del país, ha implicado una severa y sostenida ofensiva gubernamental en contra de todos los derechos de la población, empezando por la población asalariada. Como se cita en la nota de referencia, que reseña un análisis del Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical (Cilas) y la UAM, el correlato de esa mano de obra barata es “un perverso modelo sindical y contractual de absoluta simulación y de control de los trabajadores al servicio de las trasnacionales” por medio de sindicatos “subordinados a las empresas, corporativos o charros de la CTM”.

En cuanto a la infrastrucchur de que la presumía Peña Nieto en su discurso de Lagos de Moreno, es el filón del negocio que le toca al grupo gobernante y a sus operadores: otorgar terrenos y negociar exenciones fiscales, dar concesiones para autopistas y vías de comunicación a corporativos como Grupo Higa, OHL y Odebrecht, todo ello a cambio de “moches”, residencias, mordidas millonarias, cargos futuros en los consejos de administración.

La estrategia de atraer inversiones extranjeras con la oferta de carne humana barata y controlada se aplica, desde luego, a todo el modelo maquilador, a las agroindustrias y al sector de servicios. De la economía formal el proceso de devaluación de la gente se extiende al conjunto de la población y se articula, junto con la corrupción, en el incremento de la delincuencia y la violencia descontrolada que vive el país desde hace más de una década. En un entorno en el que la vida de millones no vale casi nada, el homicidio tiene una alta probabilidad de quedar impune, e incluso es dable utilizar las vidas humanas como insumo en los procesos de agregación de valor de mercancías como las drogas.

Si en la industria, el comercio y los servicios la devaluación de la población ha tenido como principales mecanismos las políticas de contención salarial y de destrucción de las organizaciones sindicales y gremiales, en el ámbito rural los instrumentos principales han sido la apertura comercial, la demolición de los sistemas de apoyo al campo, la otorgación de concesiones a explotaciones mineras, energéticas, carreteras y a otros proyectos de muerte que conllevan devastación ambiental y despojo a comunidades, ejidos y pueblos.

El saldo y la obra de los gobiernos neoliberales están a la vista de quien quiera verlos y pueden resumirse en tres expresiones: devaluar el trabajo, devaluar a la gente y devaluar la vida.

22.6.17

A la muerta


Tal vez me crucé contigo en una acera y no llamaste mi atención y seguí cabalgando sobre mi indiferencia, o acaso te admiré con una punzada de deseo y un reflejo de civilización represora me hizo desviar la mirada hacia otra parte, o bien me produjo curiosidad el libro que llevabas en las manos o un detalle de tu atuendo, o tal vez me generaste una leve aversión tan pasajera en ese camino como tú y como yo.

O no te divisé nunca (es lo más probable) ni tuve más noticia de tu existencia que tu parte proporcional en la cifra total de habitantes de la urbe, en la densidad del hacinamiento físico en un autobús o en el grado superlativo de un embotellamiento. En cualquiera de esos territorios, el de mi mirada, el de la fantasía, el de la indiferencia o el de los números, formabas parte de una existencia regular compartida con otros miles y millones de seres humanos.

Pero te mataron y bruscamente te hicieron transitar al territorio de lo monstruoso y lo sórdido, te quitaron (de golpe o lentamente) todo interés, toda preocupación, todo amor, todo recuerdo y toda sed de futuro. Ahorcada. Acuchillada. Torturada. Descuartizada. Disuelta en ácido. Semienterrada. Maniatada. Desnuda. Descompuesta. Te apartaron para siempre de tus padres, de tus hijos, de tu diario, de tus juguetes, de tu dinero, de tu ruta de vuelta a casa, de tus placeres y hasta del aire que respirabas. Ya no puedes comer ni dormir ni despertar ni trabajar ni pensar ni bailar ni peinarte ni salir con tus amigas.

Algo que ya no eres tú ha sido abandonado en un campo yermo, bajo un paso a desnivel o arrojado a la plancha forense como un producto al que deben aplicarse ciertos procedimientos antes de guardarlo o destruirlo para siempre, al marco de una foto en la que ya no vas a crecer ni a hacer muecas ni a pintarte las canas ni a preocuparte por las arrugas.

Acaso tu retrato empiece a viajar por parajes sórdidos, colgado de una pariente amorosa o sostenida por las manos de un desconocido; tal vez adorne los postes del alumbrado, el pecho de una manifestante que clama justicia, los tuits sin esperanza, los tableros de avisos de las agencias investigadoras. O puede ser que el azar le ahorre a tus familiares la agonía de años y los enfrente a la brutalidad de la noticia en caliente: Sí, es ella.

Y empezará a disolverse en el ácido de las lágrimas la carne de tu identidad: ya qué podrá importar que hayas sido maestra, bailarina, puberta, mesera, arquitecta, obrera, estudiante, secretaria, abuela; que hayas sido lectora o televidente, religiosa o atea, concupiscente o casta, flaca o gorda, morena o rubia. Te irás reduciendo con el paso de los años del cuerpo presente a los vestigios de ADN, de las fotos tamaño cartel a un nombre en una de tantas páginas de una averiguación judicial veraz o mentirosa, a un número en un tomo de registros estadísticos.

Es escalofriante que todo mundo se esmere en consolar a la madre (destrozada por tu muerte), al padre (al que le rompieron los sueños), a tu pareja (enfrentada al callejón espantoso de la viudez repentina) cuando la más inconsolable eres tú, que querías seguir viva y seguir siendo tú. Ni un abrazo ni una caricia en tu omóplato ni una lluvia de pétalos sobre tus cenizas lograrán distraerte de la nada.

Te hemos perdido. Te perdiste. Fuiste lanzada a una noche irremediable por una conjura evidente que muy pocas personas quieren ver. Pero ahí están, a la vista de todos, los mensajes de desprecio en carteles publicitarios, las descalificaciones a tu género, las burlas por tu aspecto físico, las determinaciones arbitrarias de tu vida y destino por parte de la familia y el Estado. Hay pláticas de sujetos que se jactan de mantener a toda costa su posesión y su dominio sobre otros seres humanos, y hay un discurso que es lo suficientemente hipócrita como para no admitir abiertamente que les brinda toda suerte de justificaciones. Hay toneladas de sentencias judiciales injustas y prevaricadoras en contra de tus prójimas. Hay agravios y golpes que ameritaban cárcel y se quedaron en amonestaciones, en burlas de barandilla o en nada. Hay decenas o cientos o miles de asesinos de sus parejas (o de cualquier otra mujer) que lograron mover su telaraña de relaciones para gozar de plena impunidad, que se pasean como individuos honorables y detentan prestigio y cargos y que en sus ratos de ocio pastan en los centros comerciales del extranjero sin que nadie los moleste. Y hay una sucesión de gobiernos que ha descubierto en la población una materia prima renovable y abundante para hacer negocios: la carne humana.

Tu muerte es también el saldo de una economía caníbal que oferta a los habitantes del país como insumo barato para los procesos productivos de la globalidad y que ha ido rematando los bienes nacionales –las comunicaciones, la energía, el territorio, los bosques, los caminos, las aceras, el agua y el aire– hasta dejarnos y dejarte en un estado de desnudez esclava, listos y listas para ser rematados al mejor postor: quién da más por tu trabajo, quién da más por tu cuerpo, quién da más por el privilegio de asesinarte sin sufrir consecuencias. Es que te han dejado, nos han dejado, sin país: sin esa máquina que debiera servir para garantizarnos la vida o, cuando menos, para hacer justicia cuando nos la arrebatan.

Y cómo esclarecer el crimen si al enterarnos pensamos sólo fue una más”; si el oficial mayor se hizo de la vista gorda cuando compraron cámaras de vigilancia defectuosas; si el jefe de adquisiciones traficó los repuestos de las patrullas policiales; si los agentes andan fabricando culpables para cumplir la cuota; si los agentes del Ministerio Público ponen sobre aviso a los presuntos asesinos antes de que los capturen; si el procurador se agota sólo con imaginar la verdad de este entramado; si el juez está metido en sus propios negocios y además tiene la certeza de que te mataron porque ibas vestida como puta; si al presidente municipal no le queda más tiempo que para soñar con ser gobernador; si el gobernador pactó con el cártel; si los legisladores no piden la comparecencia de nadie; si la Presidencia está muy ocupada en preservar a toda costa la impunidad de todos, en quedar bien con los compradores y vendedores de carne humana y en blindar la maquinaria que te devoró viva y que luego escupió tus huesos.

Entre la muchedumbre que transita por las estaciones de Metro y que se apiña en los paraderos de microbuses, en el orden de las fábricas, en la placidez de las reuniones sociales, en el tumulto de toquines y bailongos, en las aulas y en las manifestaciones, florecen huecos invisibles. Las multitudes y las familias se estrechan para llenar tu ausencia y los vacíos de las que ya no están, y sin embargo, su no estar se vuelve cada vez más asfixiante, indignante y vergonzoso. No basta con el hallazgo de tu cuerpo torturado y ahorcado y violado. El hallazgo de tus huesos no es consuelo suficiente. No bastaría tampoco con una procuración y una impartición de mínima justicia. Es que tu muerte y otras muertes no deberían replicarse nunca.

Nada compensa tu no estar. No hay forma de recuperarte de la noche irremediable, pero se puede imaginar y construir una nación en el que ninguna mujer vuelva a ser arrojada a la muerte y territorios en los que todo mundo pueda caminar, respirar, amar, discutir, trabajar y relacionarse sin temor. Debe ser esa la consigna de cientos de miles y de millones. Debemos sentirte nuestra propia pérdida, llevarte en el recuerdo exasperado, tener presente tu sufrimiento, quererte mucho, llorarte como si fueras nuestra propia madre, nuestra propia hija, nuestra propia hermana, y asumir de una vez por todas el imperativo de acabar con esta mierda.

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Ilustración: Odilon Redon, “Hommage à Goya”, c.1895.

20.6.17

Espionaje, en contexto



The New York Times (NYT) reveló en su edición de ayer que a lo largo de esta década se ha espiado desde el gobierno mexicano, en forma dudosamente legal, o llanamente ilegal, a diversas organizaciones no gubernamentales, activistas e informadores, e incluso a alguno de sus familiares cercanos. En la información se menciona al Instituto Mexicano por la Competitividad (IMCO), Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), la Alianza por la Salud Alimentaria y el Centro Prodh. Las dos primeras representan a un sector empresarial y corporativo de orientación claramente neoliberal y oligárquica que se desencantó del peñato por la incapacidad del régimen de llevarlas reformas estructurales hasta sus últimas consecuencias y que desde entonces ha venido realizando un ruidoso activismo dirigido en contra de la totalidad de la llamada “clase política”; las últimas son, respectivamente, una organización plural y un reconocido organismo independiente de defensa de los derechos humanos. Igualmente figuran como víctimas del espionaje los periodistas Carlos Loret de Mola y Carmen Aristegui, ésta última con el agravante de que se intentó interferir el teléfono de su hijo, Emilio.

Los antecedentes de lo que ahora se etiqueta como #GobiernoEspía vienen de muy atrás. Los gobernantes mexicanos (y no son los únicos, claro) se han espiado entre ellos; han husmeado durante décadas en el correo postal; han enviado orejas a reuniones y han pinchado las líneas telefónicas; han violentado el derecho a la privacidad de opositores políticos, luchadores sociales, dirigentes sindicales, líderes campesinos e intelectuales destacados. Todo, con el propósito de vigilar, contener, reprimir, chantajear o neutralizar a quienes han considerado necesario.

Las intromisiones gubernamentales no cesaron con la revolución tecnológica sino que se adaptaron a ella. Desde septiembre de 2013, gracias a una investigación realizada por la Unidad de Contrainteligencia de Wikileaks (WLCIU) y por el Citizen Lab de la Universidad de Toronto y difundida por La Jornada se sabía que diversas firmas internacionales de intercepción de comunicaciones rondaban el mercado mexicano, y en octubre de ese año las organizaciones civiles Contingente Mx y Propuesta Cívica dieron a conocer que el software espía FinFisher, de la empresa británica Gamma Group, “se usa extensivamente en por lo menos cuatro dependencias federales: la extinta Secretaría de Seguridad Pública, la PGR, el Cisen y el Estado Mayor Presidencial”. En el caso de la PGR, el programa fue vendido por FinFisher fue vendido durante la última fase del mandato de Felipe Calderón por Obses de México, durante la gestión de Marisela Morales, según dijo Jesús Robles Maloof, de Contingente Mx. El Centro Europeo por los Derechos Constitucionales y Humanos (ECCHR) señaló entonces que el FinFisher sirve para “monitorear comunicaciones de periodistas, manifestantes y blogueros con el fin de identificarlos y, en su caso, arrestarlos”.

En su nota de ayer, el NYT informó que el instrumento utilizado para el espionaje telefónico de Aristegui, Loret de Mola, el Centro Prodh, el IMCO, MCCI y la Alianza por la Salud alimentaria, es el sistema Pegasus, fabricado por la compañía israelí NSO Group y afirmó que está en servicio desde 2011 en “al menos tres dependencias federales mexicanas”. NSO Group, agregó, “vende la herramienta de forma exclusiva a los gobiernos con la condición de que solo sea utilizada para combatir a terroristas o grupos criminales y carteles de drogas”.

El espionaje es delito y, cuando las autoridades lo realizan sin orden judicial es también una violación a los derechos humanos. En este caso no es sorprendente pero sí condenable e inadmisible. No puede ser correcto que el régimen se gaste 80 millones de dólares en tratar como presuntos criminales a informadores y a activistas de derechos humanos cuando no es capaz de proteger la vida de unos y de otros, diezmados con particular saña por la violencia que vive el país. Ciertamente, tampoco hay justificación posible para escudriñar de manera furtiva las comunicaciones de esos sectores oligárquicos (MCCI, IMCO) que se le voltearon al gobierno.

Es extraño que el régimen priísta no espíe a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, al Movimiento de Regeneración Nacional, al Congreso Nacional indígena y a otras instancias políticas y sociales, o bien que el NYT no las mencione. En todo caso, la información comentada coloca al peñato en una situación de extrema vulnerabilidad en en el encuentro de la OEA que se realiza en Cancún por estos días y, mucho más grave, ante la que parece inminente renegociación del TLCAN.

15.6.17

Navalón y su calumnia generacional


Por si no bastara con las etiquetas de avaro para los judíos, de terrorista para los musulmanes, de fatuo para los argentinos, de idiota para los gallegos, de chismosa para las mujeres, de holgazán para los mexicanos, de frío para los alemanes, de ignorante para los indios, de ladrón para los gitanos y muchas más expresiones de discriminación y odio, hace unos días se codificó una nueva: los jóvenes son sordos, irresponsables y amorales. La aportación se le debe a Antonio Navalón, un empresario, mercadólogo político, cabildero y periodista mallorquín con intereses corporativos e ideológicos en México y con colas a medio pisar en algunos escándalos financieros. Fue publicada en El País con el título “‘Millennials’: dueños de la nada” el 13 de junio de este año.

El autor utiliza de manera definitoria la categoría globalizadora “millennial” para designar a los nacidos entre 1980 y 2000, es decir, a quienes la llaneza del idioma permite llamar simplemente jóvenes, pues en este 2017 están ubicados en un rango de edades de entre 16 y 37 años. Las imputaciones de Navalón en contra de ellos son, en síntesis, las siguientes (frases literales): no existe constancia de que hayan nacido y crecido con los valores del civismo y la responsabilidad; salvo en sus preferencias tecnológicas, no se identifican con ninguna aspiración política o social; su falta de vinculación con el pasado y su indiferencia, en cierto sentido, hacia el mundo real son los rasgos que mejor los definen; parecen más bien un software de última generación que seres humanos que llegaron al mundo gracias a sus madres; solo tienen un objetivo: vivir con el simple hecho de existir; lo único que les importa es el número de likes, comentarios y seguidores en sus redes sociales solo porque están ahí y porque quieren vivir del hecho de haber nacido; no tienen en su ADN la función de escuchar; el resto del mundo no está obligado a mantenerlos simplemente porque vivieron y fueron parte de la transición con la que llegó este siglo del conocimiento. Por añadidura, tal vez la falta de “responsabilidades, obligaciones y un proyecto definido” de esta “generación que está tomando el relevo”, “explique la llegada de mandatarios como Donald Trump o la enorme abstención electoral en México”.

Tales generalizaciones se caen por sí solas. A pesar de la veta gerontocrática que suele encontrarse en la raíz de los autoritarismos pasados y presentes, cualquiera con dos dedos de frente sabe que toda generación (y toda nación, y todo género, y todo credo, y toda cultura) es una mezcla de individuos activos y pasivos; éticos y cínicos; trabajadores y holgazanes; creativos y estériles; generosos y mezquinos; geniales, medianamente inteligentes y desoladoramente estúpidos.

Por lo demás, la crítica por la centralidad de las redes sociales en la vida de los de 40 para abajo es pueril. Ese mismo protagonismo tuvieron la televisión y la imprenta en las generaciones precedentes y a nadie se le ocurre ir a zarandear en sus tumbas a los autores del Siglo de Oro porque estuvieron demasiado ensimismados con el juguete de los tipos móviles como para ponerse a mejorar el mundo.

Tal vez el texto referido pueda explicarse como un ataque de efebifobia o como el berrinche de senectud de un hombre que se niega a ver (ya no digamos a entender) a los jóvenes de la actualidad en toda su riqueza y diversidad, que no es capaz de comprender el presente y que experimenta una envidiosa rabieta de otoño por su propia juventud perdida. Pero me parece que hay mucho más fondo: ¿qué denominador común real tienen los nacidos después de 1980 y qué puede unir a una argentina de 27 con un español de 35 con un francés de 19 de cualesquiera clases sociales? Pues que todos ellos son víctimas del ciclo de depredación mundial en que se tradujo la implantación del neoliberalismo, la destrucción del Estado de bienestar, el libertinaje comercial y financiero y la conformación de grupos nacionales político-empresarial-mediáticos que responden plenamente a la definición de oligarquías y que se ramifican más allá de las fronteras. El propio Navalón es un operador un tanto destacado de esa oligocracia global que mezcla negocios con academia con política con producción ideológica y cuyo imperio ha destruido los derechos de la mayoría y ha dejado a viejos, a maduros y a jóvenes (pero con particular crueldad a los jóvenes) sin un sitio en el mundo.

Para las nuevas generaciones resulta mucho más arduo que para las precedentes encontrar un sitio en las universidades o un puesto de trabajo en la economía, y ya no se diga adquirir una casa. No tienen jubilaciones ni seguro social porque los gobernantes (panistas o priístas, populares o socialistas) privatizaron los sistemas correspondientes o, lisa y llanamente, se robaron los fondos; no creen en las formas tradicionales de la política porque los maridajes entre partidos, corporaciones y mafias la convirtieron en un muladar; no confían en los medios porque los intereses de los consejos de administración se impusieron (como parte de esa mercantilización generalizada de la vida) por sobre el compromiso con la verdad; no tienen derecho a transitar porque los caminos se volvieron de paga, no pueden ir de campamento porque donde estuvo el bosque hoy se ubica una explotación minera y si quieren saciar la sed tienen que desembolsar dos euros.

A pesar de todo ello, los denostados “millennials” formaron el partido Podemos en España, el grupo de las Pussy Riot en Rusia (y después en otros países) y dieron vida, en México, al movimiento #YoSoy132 y al nunca extinto clamor social por la atrocidad de Iguala (por citar sólo dos ejemplos al vuelo) pero semejantes desarrollos sociales son, en el horizonte ideológico representado por Navalón, muestra de una “profunda indiferencia social” o una prueba de la necesidad de ponerse a buscar “el eslabón perdido entre el ‘millennial’ y el ser humano”.

Ante la ola de críticas suscitada por la invectiva, su autor tuiteó una disculpa de 18 líneas matizada por el anuncio de su “alegría” por el debate generado. Es una pena que la mayoría de quienes leyeron el artículo en El País y fortalecieron de esa forma sus prejuicios estúpidos contra los jóvenes no se hayan enterado de la retractación porque son más consecuentes con su obsolescencia que el propio Navalón y no frecuentan el Twitter ni las otras redes sociales. De modo que con ese texto el mundo ha ganado en odio, incomprensión e intolerancia y al entorno hostil y peligroso al que han sido condenados los jóvenes le ha brotado una nueva espina.

Para finalizar: en lo escrito por el mallorquín no hay reflexión ni análisis y ni siquiera la nostalgia manriquiana del tiempo pasado que fue mejor sino agresión, calumnia y discriminación en contra de un sector poblacional de suyo victimizado. Será tal vez por eso que cuando leía “Dueños de la nada” sentí una repulsión casi tan intensa como la que me produjo el tristemente célebre programa radial de Marcelino Perelló (“sin verga no hay violación”) y experimenté una honda vergüenza para con los agraviados por ese discurso de odio y una necesidad urgente de pedirles perdón.


13.6.17

Blindaje de cinismo


No es tan nuevo ni exclusivo de México: hace unos años, por ejemplo, las filtraciones de Edward Snowden exhibieron que el gobierno de Estados Unidos espiaba a media humanidad, incluyendo a algunos de sus más prominentes especímenes, como Angela Merkel, François Hollande y Dilma Rousseff. En los países afectados por la vigilancia furtiva estadunidense el espionaje es delito, y sin embargo Barak Obama, responsable máximo de esas graves infracciones legales, ni siquiera consideró necesario ofrecer disculpas y explicaciones por tal actividad cometida en perjuicio de algunos de sus más estrechos aliados. Y las alianzas sobrevivieron al episodio y no pasó nada.

Y qué decir de Donald Trump, quien fue exhibido en un video como agresor sexual y en lugar de ser retirado de la contienda electoral en la que participaba, siguió en ella y la ganó. Y Sarkozy. Y Temer. Y Peña Nieto. Si alguna vez lo fueron, el pudor y la vergüenza han dejado de ser un contrapeso o un freno a los excesos, abusos y desviaciones de los gobernantes. Revelaciones y escándalos ya no les representan un peligro porque han construido una suerte de blindaje ante el repudio social.

La elección mexiquense del domingo 4 de junio es un caso extremo. El uso faccioso de diversas instituciones, desde la Presidencia de la República hasta las presidencias de casilla; la derrama de dinero, regalos y presiones a los electores para que sufragaran por Del Mazo; las campañas de siembra de terror, desinformación y difamación; las agresiones contra la oposición. El fraude es inocultable pero las autoridades electorales han decretado su inexistencia o, cuando menos, su irrelevancia. En la sesión del Consejo General del INE del 9 de junio, el consejero Ciro Murayama dijo que resultaba “descabellado” hablar de fraude en el Edomex y regañó a quienes señalaron toda la inmundicia en el manejo de cifras por parte del IEEM y les dijo que no debían “demeritar desde la ignorancia el trabajo bien hecho de los científicos”. De la soberbia tecnocrática a la insolencia porfiriana.

Pero vamos a ver: toda muestra suficientemente representativa tomada al azar tendrá una cercanía al fenómeno observado con un porcentaje de confianza y un margen de error. Dicho margen disminuye y el porcentaje de confianza aumenta cuando la muestra representa mejor al fenómeno observado. Por eso, en unas elecciones limpias y regulares, cuando se lleva contado el 25 o el 30 por ciento de las casillas el resultado ya no cambia. Esto es porque esa primera cuarta o tercera parte del total forma una muestra suficientemente grande. Pero resulta que al conteo rápido le faltaron casillas (a posteriori nos informan que cambiaron las reglas de ese ejercicio justo a la mitad del juego o que el PREP mexiquense no siguió la lógica y que en vez de consolidarse, las tendencias empezaron a variar conforme crecía el universo computado (igualito que en 2006, oh).

“Denunciar sin probar es inaceptable”, afirma Murayama, y paree que sus palabras no son únicamente una descalificación de antemano a las inconformidades de la oposición y de la sociedad sino también un guión para los fallos del Tribunal Electoral que están por venir.

El problema es la definición de “prueba” de los funcionarios electorales del régimen. “Lo único que prueba esta prueba es que existe la prueba”, o algo así, dijo Alejandro Luna Ramos en 2012 cuando se le llevaron toneladas de materiales que evidenciaban la masiva compra de sufragios y voluntades realizada por el equipo de campaña de Peña Nieto.

Ahora alguien nos quiere convencer de que Del Mazo triunfó el pasado domingo 4. Ese triunfo es como un cerdo con alas postizas al que se pretende hacer pasar como un pegaso.

–Oye, pero los pegasos no existen.

–Ah, cómo no. Ahorita te enseño un documental.

Y entonces nos presenta un fragmento de una película de fantasía. Al amplificar los fotogramas de una película de fantasía, un detractor descubre unas cinchas con hebilla entre el ala y el torso del animal. Logra comprobar de manera exhaustiva que la imagen misma no es un montaje y la presenta como prueba de que el pegaso es en realidad un caballo disfrazado.

“Sea, pues –dirán nuestros sapientísimos consejeros electorales–. Allí hay unas correas, pero no prueban que la película recurra a un engaño ni desmiente la existencia de la criatura. Igual podría tratarse de un pegaso al que le gusta usar tirantes”.

Ese Instituto Nacional Electoral será el que organice los comicios presidenciales del año entrante y el que cuente los sufragios, y está dispuesto a afirmar, con acento altanero y tecnocrático, que un cerdo con alas de cartón y plumas de gallina es un pegaso auténtico.

6.6.17

Fraude

Bueno, pues lo de este domingo en el Edomex fue una elección de Estado y hay un fraude en curso. Elección de Estado, porque Enrique Peña Nieto metió funcionarios (el llamado “gabinete mapache”) y presupuestos para que le consiguieran a su primo los sufragios que el hartazgo social le negó; elección de Estado, porque los ejecutivos federal y estatal pusieron todos los recursos lícitos e ilícitos para asegurar la permanencia del PRI en la entidad; elección de Estado porque desde el poder se desinformó, se difamó, se sembró el pánico, se financió y alentó a falsas oposiciones para dividir el voto; elección de Estado porque las corporaciones policiales nunca quisieron ver a quienes colocaron coronas fúnebres y supuestas narcomantas que eran en realidad boletines gubernamentales en formato distinto, ni a quienes dejaron promontorios de cabezas de cerdo ensangrentadas frente a los centros de votación y las oficinas de Morena, ni a quienes repartieron volantes apócrifos para desorientar a los votantes, ni a quienes contrataron millones de llamadas y mensajes de texto para apabullar a la ciudadanía con mentiras, ni a los call centers que engordaron sus cuentas con tales operativos, ni a quienes “levantaron” y agredieron a activistas de la oposición; elección de Estado porque esas mismas corporaciones fueron usadas para hostigar a dirigentes adversos al régimen; elección de Estado porque los recursos públicos fueron empleados con mayor descaro que nunca para inducir intenciones de voto.

Además, huele a fraude porque en el curso de la jornada se documentó el acarreo de votantes y la compra de sufragios, la cancelación injustificada de boletas en blanco y el cierre anticipado de casillas especiales y centenares de casos en los que los resultados de las actas de casilla fueron groseramente alterados a la hora de trasladarlos al Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) para favorecer a Alfredo del Mazo y restar votos a Delfina Gómez. Huele a fraude porque las intenciones negativas que –según todas las encuestas– carga el PRI en la entidad no dejan espacio para una votación como la que el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) pretende atribuirle (mediante el PREP o el conteo rápido) a su candidato, porque la difusión de los resultados preliminares arroja una gráfica estadísticamente imposible –del mismo estilo que la de los resultados preliminares presentados por el IFE de Luis Carlos Ugalde en el fraude de 2006– y porque el esperpéntico conteo rápido que presentó Pedro Zamudio Godínez, titular del IEEM, parece más un guión político difundido por órdenes superiores que un ejercicio estadístico.

En suma, en la fabricación de los resultados de los comicios fueron empleados cuatro clases de instrumentos de la distorsión electoral: a) la compra masiva de votos, el acarreo, el carrusel y otros “clásicos” de la mapachería; b) la adulteración (cibernética, manual o ambas) de los números del PREP; c) la intimidación y la violencia; d) la desinformación masiva, que va desde pomposas encuestas amañadas y publicadas en medios tradicionales hasta la siembra de miedo por medio de volantes, llamadas telefónicas y mensajes de texto. O sea que se combinaron los medios empleados en los fraudes de 2006 y de 2012 para tratar de forjar una victoria imposible para el candidato del régimen.

El recuento distrital de mañana permitirá corregir algunas de las alteraciones, como las inconsistencias entre actas de casilla y números del PREP, mas no podrá descontar los cientos de miles de votos comprados que le están siendo adjudicados a Del Mazo y que, a juzgar por las intenciones negativas que venía cargando, podrían ser la mitad de su votación, o más.

Algunos viejos alquimistas medievales soñaban con transmutar en oro las materias execrables. Los alquimistas contemporáneos del régimen oligárquico están empeñados, una vez más, en convertir el oro de la voluntad popular en la inmundicia del fraude y la imposición.

Y la ciudadanía mexiquense agraviada, oprimida, saqueada, inundada y ofendida por la corrupción, la miseria la muerte y la zozobra consustanciales a ese régimen, tiene la última palabra.