Conocí a López Obrador el 1 de diciembre de 1994 al pie del Monumento a la Revolución, en donde los perredistas tabasqueños habían acampado en una de sus varias marchas a la capital. Zedillo había tomado posesión esa mañana y había disturbios por todo el centro.
Frente al edificio de la Lotería Nacional, a cincuenta metros de donde nos encontrábamos, unos vándalos habían incendiado un automóvil ante la mirada indolente de miles de granaderos. Cuando éstos se decidieron por fin a actuar, en vez de hacerlo contra los provocadores, se lanzaron contra Manuel Meneses, que era jefe de Información de La Jornada, y le rompieron varias costillas a patadas. También la emprendieron contra nuestro fotógrafo Carlos Cisneros, a quien le pusieron una santa madriza, y quien fue rescatado por Epigmenio Ibarra de entre las pezuñas de los oficiales.
Ya desde antes, cuando las llamas empezaron a brotar del vehículo, Andrés Manuel se asomó al desmadre, vio de qué se trataba y les ordenó a los suyos que permanecieran en sus tiendas. Me impresionaron el orden y la limpieza que imperaban en el campamento de los tabasqueños.
Hace unas horas, ese mismo señor encabezó la instalación de campamentos en varios puntos de la ciudad. Sus detractores pensarán que se trata de una maniobra populista para llevar a los pobres a vivir en Polanco. Aquí en el Hemiciclo, muchos de sus seguidores se aterraron al ver y escuchar en la pantalla gigante el anuncio del plantón permanente y trataron de poner pies en polvorosa. Se entiende, porque el dolor de patas ya es insoportable. Pero de aquí no se mueve nadie, simplemente porque, aunque se quiera, no se puede.
3 comentarios:
No se podía. Tomó horas salir de ahí, pero ahora todo está desierto, inconsolablemente desierto. ¿Será posible una revolución naranja por acá? Hoy fui a ver los campamentos de Reforma e Insurgentes, pero fue eso: irlos a ver. Me regresé a mi casa, como tantos otros que se regresaron y no se quedaron ahí.
Y ahora, ¿a dónde va esta resistencia?
A subirse a las banquetas, si es que tiene sentido común.
Vamos, PM, no puedes decir eso. Tú no! Hoy, no puede ser de otra manera. Por sentido común, sólo cerrar filas.
Publicar un comentario