- Afganistán, seis años después
- Violencia, narco, mujeres vendidas y bajas civiles
La de Afganistán es una de esas guerras que Washington ya había ganado, o por lo menos eso decía, y el extraño y desolado país del Asia central se dirigía con rumbo firme hacia la democracia, la paz y la modernidad. ¿Qué, no hubo santificadas elecciones en octubre de 2004? ¿Qué, no fue abolida la odiosa y misógina tiranía de los talibán? ¿Qué, no anduvo por ahí el normalizador de la Casa Blanca, el pashtún Zalmay Khalilzad, ahora embajador de su país adoptivo ante la ONU? ¿Qué, no sirvieron de nada los cuatro mil 500 millones de dólares de fondos internacionales para el desarrollo que se gastaron entre 2004 y 2007? Pues no a todo: Afganistán sigue tan hecho pedazos como siempre, o peor; sus habitantes se debaten entre la miseria y la violencia, el gobierno de Hamid Karzai es un nido de putrefacción y la guerra sigue su curso, pero ahora con más bajas de civiles y de occidentales.
De la situación de las mujeres: “Cerca de la mitad de los matrimonios en Afganistán se celebran con niñas menores de 16 años y en algunas zonas rurales incluso con menores de seis, obligadas por sus familias a casarse, indica el Fondo para la Población de la ONU. Es también habitual la venta de niñas para resolver conflictos entre tribus, lo que las convierte en ‘propiedad de la familia o individuo que las recibe’.” Más: en Kandahar, niñas de 9 y 10 años son vendidas a productores de opio por agricultores arruinados. Más: en Afganistán la tasa de muertes maternas es de mil 276 por cada 100 mil partos, tasa 300 por ciento superior a la de Bolivia (390) y 319 veces mayor que la de Canadá (4).
Desde mediados del año pasado la posición de los cruzados occidentales ha ido deteriorándose en forma sostenida. Un reporte de la BBC señalaba que “el movimiento insurgente se desplaza abiertamente en grandes números y aparece de noche en pueblos y aldeas haciendo reclamos por medio de amenazas u ofreciendo dinero para lograr colaboración en los ataques contra la coalición. En algunos distritos remotos el Talibán ha retomado el control, estableciendo bloqueo de vías y la ley islámica.” Ante la reactivación de los grupos de la resistencia y su uso de tácticas “iraquíes” (atentados explosivos suicidas contra posiciones de los ocupantes y de su gobierno pelele, y emboscadas a vehículos militares con minas enterradas), los aviones de Washington replicaron con un incremento en el número y la bestialidad de sus ataques “accidentales” contra objetivos civiles. En septiembre Washington pidió ayuda a sus aliados para incrementar el número de tropas en el país ocupado. En junio la inefable Condoleezza viajó a Kabul y dijo allí que su gobierno no permitiría una victoria del talibán. Para noviembre el número de efectivos extranjeros había pasado de 20 mil a 32 mil; actualmente suman 37 mil.
Ah, y el narcotráfico: en agosto del año pasado el máximo mando de la OTAN en Europa, James Jones, pidió ayuda a la comunidad internacional para reducir el alarmante comercio de opio y heroína procedente de Afganistán que, según el militar ayudando a financiar al Talibán. Curiosamente, el régimen fundamentalista fue, en su momento, el más efectivo del mundo en materia de reducción de los estupefacientes: consiguió, en menos de año y medio, disminuir en 65 por ciento los sembradíos de amapola y la consiguiente producción y venta de opiáceos. En abril de este año Michel Chossudovsky, de Global Research, denunció: “Las fuerzas de ocupación en Afganistán apoyan el narcotráfico, que produce entre 120 mil y 194 mil millones de dólares en ingresos para el crimen organizado, las agencias de inteligencia e instituciones financieras occidentales”.
En los meses recientes los ataques contra civiles cometidos por las fuerzas estadunidenses y de los rebeldes han sido tan sangrientos y escandalosos que Human Rights Watch (HRW) condenó a los talibán y al grupo Hezb-e Islami por sus atentados con bomba, en tanto que los gobiernos de Alemania y España -que integran la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de Afganistán (ISAF), que opera bajo el control de la OTAN--, exigieron a Washington, en términos enérgicos, que ponga fin a las masacres de inocentes. Pero los medios occidentales -por ejemplo, las tres principales cadenas de televisión abierta de Estados Unidos, ABC, NBC y CBS-se abstienen de informar sobre las bajas civiles en el país asiático y “ni siquiera ofrecen conteos aproximados”. De cuando en cuando se dignan a publicar despachos sobre un misil que se desvió y acabó con 20, o con 30, o con 90 civiles. Un reporte de noviembre del año pasado del organismo civil Campaña por las Víctimas Inocentes en Conflictos, CIVIC por sus siglas en inglés, afirmaba: “En los últimos cinco meses la Fuerza Aérea de estados Unidos ha dejado caer en Afganistán más bombas que las empleadas durante los tres años anteriores contra los Talibán”.
En fecha tan lejana como octubre de 2001 John Dimitri Negroponte, por entonces representante de Bush ante la ONU, se había comprometido a “minimizar las bajas civiles” en Afganistán. Casi seis años después, Bush ofreció lo mismo, reducir las “bajas colaterales” y, de paso, echó la culpa a las fuerzas insurgentes: “Al Talibán le gusta rodearse de gentes civiles”, dijo el Presidente; “no le importa usar escudos humanos porque no valora la vida”. En esa ocasión, Jaap de Hoop Scheffer, secretario general de la OTAN, aseguró que las fuerzas de ese pacto se encuentran en una “categoría moral diferente” a las de los rebeldes (“decapitan personas y cometen ataques suicidas”) y afirmó lo siguiente: “Aún tenemos muchos de los corazones y mentes del pueblo afgano”. No sé a ustedes, pero a mí ese “aún” me suena a situación desesperada.