- Una amenaza que no asusta a casi nadie
- El Vaticano mete freno a la excomunión
El problema no era que pusiera en peligro la salvación del alma, sino que representaba un riesgo gravísimo para el pellejo. Así fue hasta hace dos siglos, cuando la Iglesia detentaba el monopolio del Infierno terrenal: leña verde, garrote vil, potros, tenazas, tronos de hierro al rojo vivo y calabozos inmundos, en fin, toda esa serie de expresiones de su amor al prójimo; aisladas o en conjunto, constituían una experiencia mucho más fuerte que el hipotético Averno del que eran antesala. Para fortuna de todos, y hasta de los mismos religiosos, las jerarquías eclesiásticas fueron perdiendo sus brazos armados y sus poderes coercitivos materiales. Desde que a inquisidores, obispos, arzobispos y papas se les fue de las manos la administración de parrillas y mataderos, los herejes deseosos de calorcito deben esperarse a los fuegos eternos de Satanás, porque en este valle de lágrimas la excomunión ya no garantiza un asado y ni siquiera un asesinato infame como el de Miguel Hidalgo. El proceso, sea automático (latae sententiae) o tramitado (ferendae sententiae), simplemente te prohíbe que vayas a misa, comulgues y recibas otros sacramentos. Pero como el ingreso a los templos no está controlado por medio de huellas digitales, muchos que se encuentran en la circunstancia, lo sepan o no, siguen recibiendo sacramentos sin arrepentimiento ni perdón de por medio.
En la época actual el horno no da para bollos y los rebaños han ido a menos: está gruesa la competencia por el mercado espiritual (¿será cosa de la globalidad, del capitalismo desalmado, del Maligno?) y los obispos no van a expulsar feligreses por un quítame allá esas pajas: que los fieles hagan lo que les dé la gana (desde tripular condones hasta cometer genocidios) pero calladitos, que hagan el favor de aparentar que obedecen, y todos contentos. La hipocresía y la obsecuencia son particularmente marcadas cuando se trata de políticos y magnates, porque son poderosos y dan buenas limosnas. A ningún obispo, arzobispo, cardenal o pontífice se le pasó nunca por la cabeza excomulgar a Pinochet o a Videla (qué va: les organizaban Te Deums), responsables de miles de asesinatos, ni a Jean Succar Kuri y a sus compinches en el abuso sexual de niñas, y mucho menos a Marcial Maciel, agresor de niños. Desde luego, Paulo VI, que era pragmático, no tuvo la idea de amenazar con la excomunión, automática o no, a los gobernantes franceses cuando éstos, hace casi un cuarto de siglo, despenalizaron el aborto en su país.
Pero en este 2007 la jerarquía eclesiástica mexicana, azuzada por Roma, hizo un cálculo distinto, sacó del arcón de los malos recuerdos su potestad para excomulgar y la esgrimió frente a los diputados de la Asamblea Legislativa capitalina, sus partidos y el jefe de Gobierno de la ciudad. La mayoría de los fieles ya sabe que los obispos y arzobispos no deciden quién alcanza la salvación y creo que nadie se imaginó al compañero Salvador Martínez della Roca y al diputado Jorge Schiaffino como personajes de ilustración de Doré para La Divina Comedia, pero de todos modos la amenaza resultó espectacular y escandalosa. El jurásico católico sostuvo lo siguiente: “Quien legisla a favor del aborto, quienes lo promueven y trabajan para hacerlo realidad, quien lo induce u obliga a la mujer a abortar, el médico, enfermera o persona que lo realiza, y la mujer que lo lleva a cabo reciben la pena de la excomunión.” Así lo registró la prensa. El peligro, a mi modo de ver, no era tanto que los legisladores y gobernantes urbanos se quedaran sin visa para el Cielo, sino que la prédica contra ellos sirviera de inspiración a algún José de León Toral de esos que a veces existen por ahí.
Tras la votación del martes 24 en la Asamblea Legislativa, el ínclito Hugo Valdemar Romero, vocero de Norberto, dio la excomunión por hecho e incluso pidió a los diputados locales que se abstuvieran de ingresar en los templos. “No fue una gracia lo que hicieron y la excomunión es algo serio”, dijo el vocero arzobispal, y luego insultó al jefe del Ejecutivo local, a quien inscribió sin ambigüedad posible en la lista de los excomulgados. Pero para entonces El Vaticano ya había empezado a moverse y dejó a sus siervos locales colgadísimos de la brocha. Ciro Benedettini, de la sala de prensa de la Curia Romana, pidió “tener prudencia” con la excomunión y se enredó: la excomunión en estos casos es automática y no se requiere de la promulgación de sentencia alguna; sin embargo, ante lo “complicado del asunto”, “es necesario ver en cada caso la forma en que participa cada uno”, es decir, que la sanción ya no era tan automática. Luego, Federico Lombardini, portavoz vaticano, echó marcha atrás: “El código de derecho canónico prevé la excomunión automática solamente para aquellos que ejercen el aborto y lo consiguen, y no es el caso de los legisladores”. Y se hizo pato: “No ha llegado ningún comunicado de los obispos mexicanos”. Al cierre de esta columna, Valdemar parecía experimentar los efectos de un saludable trasplante de cerebro: “A veces uno pierde la serenidad que debe tener y por supuesto que si yo reconozco algo, lo reconozco, si hay que disculparse, ofrezco un disculpa…” “En el caso del señor Marcelo, no ha existido nunca un proceso de excomunión, yo nunca he usado en relación al señor Ebrard la palabra excomunión o que haya quedado fuera de la Iglesia…” No descarten que de un momento a otro Valdemar aplauda la despenalización del aborto y diga que es eso precisamente lo que la Iglesia siempre ha venido pidiendo.
Parece que la jerarquía eclesiástica estaba convencida de tener en las manos una bomba atómica y que cuando la arrojó sobre sus adversarios resultó que era sólo un peluche en forma de proyectil nuclear. Moraleja: la propia jerarquía se ha encargado de quitarle la seriedad que pudiera quedarle a la grave sanción; de ahora en adelante, una amenaza de excomunión es una payasada y una casa de los sustos de feria. Y aunque no soy creyente, se me viene en automático (algo así como latae sententiae, que le dicen a las cosas que ocurren solas) una expresión atávica: alabado sea Dios.
3 comentarios:
Pedro
Como diría mi abuelita, de estos ínclitos clérigos “Dios nos libre y nos ampare”.
Es curiosa, además, la conclusión automática hecha por los clérigos aludidos de que los legisladores de la ALDF que aprobaron la ley sobre el aborto son católicos a los que la excomunión o el infierno les importa.
Algunos lo serán, otros no, y aunque lo sean posiblemente ya asomaron la cabeza fuera del oscurantismo. Entonces, esas excomuniones son casi como el empresario que quiere despedir a los empleados de una compañía que no es suya con base en un contrato antiguo, caduco y ajeno, o el futbolista que quiere meter goles en un partido en el que su equipo no juega y que además es de otro deporte que no se practica en su país.
De los loros, para abonar a la historia del loro evadido, cabe citar un pasaje de la novela "Diccionario Jázaro" de Milorad Pavic: en ella, si mal no recuerdo, los jázaros gustaban de enseñar a los loros su poesía, sus textos sagrados, etc., al grado de que, cuando la civilización jázara cayó en decadencia y desapareció, los incontables loros domésticos volvieron a las selvas y allí enseñaron a otros loros toda su sabiduría. Así, de la lengua y la cultura jázaras nada quedó, salvo las voces de los loros salvajes que ya nadie comprende.
Un abrazo.
Qué belleza de historia. De ella se infiere la pertinencia de fundar lorotecas.
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