- Huérfanos de Django Reinhardt
- La música de Hänsche Weiss
Se fue de este mundo cuando tenía 43 años, varios antes de que yo desembarcara en él, pero al morir me dejó en la orfandad musical. Los huérfanos de Django Reinhardt conformamos entre todos una cofradía informal y no muy grande que se extiende por el mundo. No necesariamente somos músicos, y ni siquiera somos obligadamente melómanos. A veces es sólo que una cuerda de su guitarra se nos quedó enredada en las tripas y que éstas nos duelen, o nos hacen cosquillas, o experimentan un placer inmenso cuando el oído les lleva los acordes que se saben de memoria. Nos reconocemos entre nosotros por gestos y signos sutiles que no voy a revelar aquí, porque uno no rinde las claves de su conjura, por inocente que ésta sea, y en nuestras filas (es un decir, porque nunca nos formamos en filas) hay de todo: hombres y mujeres de todas las condiciones, vestuarios y preferencias políticas, gastronómicas y sexuales, habitantes de Europa y de Asia, negros y rojos y amarillos y blancos, y hasta uno que otro azul que puede resultarnos detestable en cualquier circunstancia, menos en la del encuentro en la música del manouche. En Fontainebleau, donde lo sorprendió la muerte prematura en 1953, se celebra cada año un festival en tributo a su corazón sonoro.
Django, Stéphane Grappelli y los otros
Su nombre de pila era Jean-Baptiste, nació en la pequeña localidad valona de Liberchies (comuna de Pont-à-Celles, provincia de Henao), y creció en un campamento de nómadas instalado en las afueras de París. A los doce años, aún analfabeto, obtuvo su primer instrumento musical, un banjo que le regaló un vecino y que él aprendió a tocar observando la digitación de los músicos que tenía a su alrededor. A los 13 ya se presentaba en público, junto con el acordeonista Guerino, en un salón de baile de la Rue Monge.
La mujer de Django se dedicaba a vender flores de plástico y ambos, como buenos romaníes, vivían en un carromato. La madrugada del 2 de noviembre de 1928 el músico regresó a su hogar después de haber tocado en el club La Java. Creyó escuchar a un ratón, encendió una vela, un poco de cera ardiente cayó sobre el celuloide de las flores y la casa ambulante se incendió de inmediato. La pareja salió del accidente con graves quemaduras. El gran manouche estuvo 18 meses en cama, logró evitar la amputación de una pierna y se quedó con dos dedos de la mano izquierda inutilizados porque el calor del incendio le había contraído los tendones. En los años siguientes inventó un sistema de digitación para aliviar la discapacidad y, con sólo los dedos índice y medio en una mano, se volvió, despedácenme, el más grande guitarrista en la historia del jazz. Dos hijos suyos, Lousson y Babik, fueron también excelentes rascadores de cuerdas.
En una película de 1952
Y desde 1953 hay en el mundo un grupo (no muy grande) de huérfanos. Nos reconocemos entre nosotros mediante señales sutiles y discretas y nos alegramos enormemente cada vez que algo germina sobre la tumba del manouche. De Django hay en la red algo mejor que archivos de música: fragmentos de video en los que puede vérsele en plena ejecución, y en los que se demuestra que los ángeles podrán tener sexo, o no, pero que en todo caso se las arreglan muy bien sin un par de dedos.
El gran manouche y su Minor Swing
Una de esas floraciones sobre la lápida de Django es un viejo LP grabado en Alemania en 1977 por la firma Intercord que tiene diez rolas invaluables del Häns’che Weiss Quintet, que viene a ser algo así como el Quinteto de Juanito Blanco, o Juanito el que Sabe. El grupo estaba compuesto por Titi Winterstein en el violín, Hojok Merstein en el bajo, Ziroli Winterstein, el propio Häns’che y Lulu Reinhardt (emparentado con el manouche, yo supondría) en las guitarras. Creo que los propios autores se lo regalaron a Jorge Jufresa, quien a su vez me lo prestó hará cosa de tres lustros, y desde entonces no he tenido la oportunidad de devolvérselo (Jufre: si lees estas líneas, recuerda que tengo tu disco y pasas por él cuando quieras). Ahora lo exhumé, lo digitalicé a como Dios me dio a entender y decidí piratearlo (perdóname, Juanito) con la buena intención de difundirlo aquí (no piquen en los títulos de las canciones, porque hay en ellos un link a un sitio que no viene al caso y que no pude quitarle al player; usen más bien el botón de "Play"):
2 comentarios:
Me pasa con Navegaciones lo mismo que con antrobiótica, tengo que encontrarlas primero en papel, si no no me sabe.
Por lo mismo, es dificil que me anime a dejar comentarios. Pero esta vez si te pasaste de la raya. Esta entrega es formidable.
p.d. pregunta: ¿hay manera de contactar a Jufresa? ¿hay posibilidad de recuperar su musica en formsato digital?. Recuerdo aquella que decia:
"te quiero me cae te quiero ay, te soy sincero/te quiero por encima de cualquier pero/ pero empaña lo que siento mi amor, el tiempo con sus aguaceros..."
p.d.2 Me acabas de despertar con el "gran manouche". ¿porque será que mientras más le rascamos a la música, mas se siente que ya se fueron los grandes? En fin, no hay que ser injustos, quedan unos vivitos y coleando, pocos pero los hay.
Viejo, mil gracias por la comunión de sentires. Hace años que no veo al Jufre, y por lo mismo tiré esa botella al mar. Tal vez se pueda lanzar otra en la revista de Lydia Cacho (www.estabocaesmia.com.mx), de cuyo Consejo Editorial forma parte. De tu posdata segunda: los grandes no se han ido; como ocurre con el manouche, germinan en otros que también son grandes, y que están vivos.
Un abrazo.
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