- Una cultura muy antigua
- Bautismo de sangre del siglo XX
En tiempos de Tigranes el Grande, un siglo antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, Armenia tenía costas en tres mares: iba del Mediterráneo al Negro y al Caspio, y se extendía por tierra desde Sarmatia hasta Mesopotamia, de Capadocia y Cilicia hasta Judea, englobaba a Siria y se extendía hacia el oriente hasta Albania. Según la leyenda, su fundador, Haik, era nieto de Noé, y había participado en la construcción de la torre de Babel. Cierto o no, en la región habitada por la tribu de los armens, conocida como Armani por los persas y como Armenoi por los griegos, se hunden las raíces más viejas de la civilización europea y asiática. Los artefactos de cobre, bronce y hierro se producían en la zona desde hace seis mil años y allí dejaron su huella como vencedoras, como vencidas o como vecinas, las culturas hitita, asiria, sumeria, babilonia, hurrita, seleucida, helénica, romana, bizantina, mongola, persa, árabe, otomana y rusa.
La capital de la Armenia contemporánea, Ereván, fue fundada en 782 antes de nuestra era y doscientos años más tarde se constituyó el Reino de Armenia. En su caminar obsesivo hacia Oriente, Alejandro Magno dejó en aquellas tierras un par de estados helenísticos; en 301 d.n.e., gracias a los desvelos de San Gregorio, el país fue el primero en el mundo (24 años antes del Concilio de Nicea) en adoptar el cristianismo como religión de Estado y en 405 Mesrop Mashtots, erudito y políglota, codificó el alfabeto armenio. Hace cosa de un milenio los principados armenios (el Bagrátido, el de Vaspurakan, el de Artsruni) fueron sometidos por Bizancio, en tanto que las zonas meridionales caían en manos de los kurdos. Poco después los conquistadores fueron vencidos por los turcos de Seljuk. Entre 1200 y 1400 los mongoles se impusieron en la totalidad del territorio. Hacia 1500 se lo repartieron persas y otomanos, y el imperio Ruso entró al reparto a principios del siglo XIX, quedándose con las porciones orientales de Ereván y Karabaj. Las zonas occidentales permanecieron bajo soberanía otomana y hoy ya no existen: han sido integradas en la Anatolia turca y sus habitantes fueron exterminados entre 1894 y 1917 en masacres sucesivas.
Hasta fines del siglo antepasado, en el Imperio Otomano, unos tres millones de armenios cristianos convivían, discriminados pero resignados al sojuzgamiento, en relativa paz con los turcos musulmanes, pese a que entre 1862 y 1865 tuvieron lugar intentonas separatistas en Zeitún y Charsandjak. Estambul reprimía de manera sistemática a los griegos y a los eslavos de su territorio, pero los armenios eran llamados Millet-i Sadika (“Nación leal”). La rivalidad entre los imperios Otomano y Ruso, así como la conformación del movimiento “Joven Turquía”, encabezado por unos tipos de ideas muy raras, entre progresistas y ultranacionalistas, dieron al traste con el delicado equilibrio. En 1891 Abdul Hamid II, en respuesta a los reclamos armenios de derecho al voto y el fin de la discriminación, estableció escuadrones de la muerte, formados en su mayoría por kurdos, que en los años siguientes perpetraron en Anatolia las llamadas masacres hamídicas, en honor al soberano. La más característica tuvo lugar en la catedral de Urfa, en la que tres mil armenios habían buscado refugio. A las huestes de Abdul les dio pereza tirar la puerta y quemaron el templo con todos sus ocupantes dentro.
Las medidas de ese tipo generaron acciones desesperadas por parte de los perseguidos. El 26 de agosto de 1896 un comando armenio tomó la sede del Banco Otomano, en Estambul, mató a los guardias y retuvo como rehenes a los empleados de la institución, en un intento por llamar la atención internacional sobre la situación que padecía su pueblo. En respuesta, decenas de miles de armenios fueron masacrados. En 1897, con 300 mil asesinados, disueltas todas las organizaciones del pueblo sometido, y sus líderes, muertos o en el exilio, el sultán declaró que el asunto armenio había concluido.
Pero lo peor estaba por llegar. En 1908 “Joven Turquía”, respaldado por los armenios, tomó el poder por medio de un triunvirato (Enver, Jemal y Talat), depuso al sultán y quiso emprender una modernización profunda del país, pero el nuevo régimen se vio entrampado en las inercias milenarias del vetusto imperio. Los armenios presionaron por la concreción de las reformas y a los triunviros no se les ocurrió otra cosa, en respuesta, que la completa eliminación de la etnia. La circunstancia propicia para ello fue el estallido de la Primera Guerra Mundial, en el que la nación turca se vio envuelta al lado de las potencias del Eje. En ese contexto, el 24 de abril de 1915 cientos de dirigentes e intelectuales armenios fueron convocados por las autoridades en Estambul y asesinados a traición. En los meses siguientes, en las poblaciones armenias de Anatolia, el gobierno repitió una y otra vez la misma receta: instaba a los varones adultos a armarse para estar listos en la defensa de la patria, les vendía las armas incluso, luego los capturaba y exhibía el armamento como prueba de que preparaban una sublevación. En seguida los asesinaba en el sitio o los reclutaba, supuestamente para contribuir en el esfuerzo de guerra, pero en realidad para destinarlos a campos de trabajos forzados en los que morían en cuestión de semanas. A continuación, las tropas caían sobre los pueblos y desalojaban a las mujeres, los niños y los ancianos. Hacia sitios más seguros, les decían. Los formaban en caravanas, rumbo al desierto sirio, pero muy pocos llegaban, porque en el camino sufrían violaciones, golpizas, hambre y asesinatos. Cálculos modernos colocan el total de muertes en un millón y medio.
El Tratado de Sèvres (agosto de 1920) estipulaba la conformación de un Estado que reuniera a la República Democrática de Armenia (RDA, 1918-1922) con las doce provincias armenias de Anatolia. El presidente Woodrow Wilson dibujó sus contornos en un mapa y estampo su firma al calce. Se consideró incluso la posibilidad de establecer allí un protectorado estadunidense. Pero el documento fue rechazado por el nuevo gobierno de Mustafa Kemal Atatürk, a Occidente se le olvidó el asunto y más de la mitad de la Armenia histórica desapareció para siempre.
En la Turquía contemporánea el holocausto de los armenios sigue siendo un tema prohibido.
Fotografías de Armin. T. Wagner
3 comentarios:
muy buena entrega la de hoy, pedro. no deja de ser susceptible a nota, que españa se lanzara (en la rarísima mentalidad de colón) a saltar hacia el occidente con miras a llegar a oriente y evitar así al imperio otomano...vaya islón con el que tropezó, pero esa ya es otra historia.
saludos
Europa sigue en las mismas, viejo. Son despiadados con Irak y con Irán, pero a Turqía como que le tienen un miedo histórico y le perdonan todas las violaciones a los derechos humanos y hasta invasiones a territorios indiscutiblemente europeos: Chipre.
Un abrazo.
gracias por tu dedicación, y por favor si te interesa visita mi blog, hay cosas como esta y alguna otra cosa más http://nire-zure.blogspot.com/
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