La Real Academia no quiso sacarme de dudas sobre la etimología: “de origen incierto”, regatea su Buscón cuando uno acude a él para obtener un poco de alivio espiritual para la curiosidad. Mi intuición decía que el vocablo tenía de seguro alguna raíz árabe. Seguí buscando y a la postre mi curiosidad se vio recompensada: hay dos construcciones en Toledo llamadas la puerta vieja y la puerta nueva de Bisagra.
Se trata de esa clase de edificaciones fortificadas que daban acceso a las ciudades, tan comunes en la Europa de antaño, y de las que aún quedan muchas, como la de Brandemburgo, en Berlín. Las más entrañables, por las respectivas canciones alusivas, son sin duda la de Alcalá (Madrid) y la des Lilas (París). Volviendo a Toledo, la vieja Bisagra (o de Alfonso VI) formaba parte de la muralla que los moros erigieron en esa ciudad enre los siglos X y XI, aprovechando restos de construcciones visigóticas. Tiene un arco principal de herradura, rodeado por un alfiz, y fue reconstruida en el XIII, cuando se le agregó aparejos mudéjares en el cuerpo superior. En el XVI fue tapiada por órdenes de Carlos V, quien prefirió poner otro acceso a la urbe en la hoy conocida como Puerta Nueva de Bisagra. Ésta tiene también origen musulmán, fue reconstruida por Alonso de Covarrubias y su fachada exterior está flanqueada por dos torreones circulares rematados en sillería almohadillada. O sea que, vista desde cualquiera de sus vértices, la Puerta Nueva de Bisagra parece una bisagra a medio abrir.
Puerta vieja de Bisagra
Dicen que el nombre de Bisagra deriva del árabe bib-shala o bib-xacra, “puerta de la campiña”. Wikipedia afirma la etimología es bib Sagra, en referencia a la comarca de La Sagra, que procede a su vez del árabe al-Saqra, campo cultivado. Sostiene incluso que en tiempos anteriores los romanos llamaban Puerta de Via Sacra a la primera de las edificaciones, en recuerdo a la Vía Sacra romana y porque en ambos casos eran salidas hacia tierras fértiles consagradas a Ceres, deidad agrícola conocida también como Sacra Cerens.
Una vez resuelto el misterio etimológico, parece natural que esos adminículos que articulan entre sí a otros objetos hayan sido llamados bisagras en español y que tienen como sinónimos alguaza, charnela, gozne y pernio. Su gracia más evidente reside en que, estando construida por cuerpos rígidos (el perno interior y las dos hojas, en el caso de las llamadas “de libro”, que son las más generalizadas) dan flexibilidad y una restringida libertad de movimiento a los objetos a los que articulan.
Sabrá Dios a qué desconocido ancestro se le ocurrió esa solución para poner puertas en los muros, tapas en los muebles y porciones móviles en las armaduras. Probablemente la forma más primitiva de una bisagra sea la de dos armellas unidas entre sí, sucesoras a su vez de uniones realizadas con objetos flexibles, como tiras de cuero clavadas en las dos orillas de madera o metal. Pero el perno o el cilindro central es una genialidad porque permite un movimiento preciso, acotado y suave y porque hace posible que el peso del objeto móvil descanse en la parte estática de la articulación.
Puerta nueva de Bisagra
Actualmente las bisagras han evolucionado y se han diversificado en función de aplicaciones y necesidades diferentes. Las más populares, las “de libro”, tienen su principal aplicación en la carpintería, aunque no se pelean con la herrería; una subespecie de esta bisagra es la llamada “ramal”, más ancha que alta. Las “de piano” son largas de necesidad y se fabrican en tiras continuas, por lo que pueden cortarse a la medida para adecuarse a un mueble determinado; las de pernio requieren de un cajeado previo para ser colocadas en la madera; las de doble acción permiten abrir una batiente en un ángulo de 180 grados y son muy utilizadas para fijar al marco las puertas de la cocina; las ocultas o invisibles están constituidas por dos cilindros estriados que han de ser incrustados en la madera en el canto de la batiente; las de cazoleta se emplean con frecuencia en los muebles de cocina, a partir de cierto ángulo se cierran solas, pueden ser reguladas y son difíciles de instalar; las bisagras para vidrio están compuestas por un corto canal en forma de “u” (que aprisiona la lámina de vidrio con la ayuda de tornillos de presión de punta ahulada), un pivote y un casquillo.
De ahí ya puede uno saltar a las bisagras que articulan la pantalla y el cuerpo de una computadora portátil, a las automotrices, a las piezas de alta tecnología que permiten la apertura y el cierre de las compuertas de las naves espaciales y a las que conjuntan a la función básica de iniciar y concluir otras tareas, como la de procurar encendidos y apagados electrónicos.
La vida contemporánea está llena de puertas, compuertas, compartimentos, armarios, cajitas, tapas, con o sin llave, y también de metáforas alusivas: la puerta del éxito, la puerta del cielo, la tragedia que llama a la puerta. El abrir y el cerrar cosas, de manera literal o figurada, altera estados de ánimo nacionales y personales, se vive como pasos de trascendencia o forma parte de rutinas cotidianas cuyos episodios ni siquiera llegan a las puertas de la conciencia y de la percepción fina. Todas esas operaciones tienen como protagonistas dos o más partes rígidas cuya coreografía nos permite o nos impide el tránsito y la libertad, pero su movimiento es posible gracias a las bisagras.
Pero éstas permanecen ignoradas en una oquedad discreta, en una juntura casi imperceptible o en el margen de insignificancia de las metáforas. Pensándolo bien, las bisagras son piezas admirables, no sólo porque articulan cosas que sin ellas carecerína de sentido sino porque son objetos que operan y que viven, incansables y eficientes, en función de los demás.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario