Mañana,
viernes, se cumplen diecisiete meses, señores del poder, señores
del poder municipal, del poder estatal y del poder federal. Tal vez a
estas alturas hacen cuentas alegres y empiezan a pensar que ya la
hicieron: en abril próximo vence el convenio con el Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independientes de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, mengua el movimiento de
solidaridad con las víctimas y el maniquí que los preside a ustedes
ya hasta se da el lujo de pisar la sangre seca en el pavimento de
Iguala para entonar, por enésima vez, su versión personal del "y yo,
por qué": hemos puesto todo de nuestra parte, hemos procurado
justicia profunda y transparente, y no está bien que aquel incidente
del que casi nadie se acuerda cause perjuicios a la industria
turística de la ciudad. Vivimos en un país en el que cada voto
cuenta (especialmente si es comprado) y tenemos finanzas públicas
sanas: la prueba es que resisten las casitas en Las Lomas, las
comisiones, las complacencias fiscales y las cenas con caviar en el
extranjero hasta por un total de uno o 2 billones de pesos al año.
¿Qué más quieren? O sea. Ya supérenlo.
Ustedes
piensan que el país es tan tonto que va a tragarse la verdad
histórica de la hoguera en el basurero de Cocula y de unos
malvadísimos narcos que no tienen nadita que ver con ustedes. A fin
de cuentas recapturaron al Chapo, ¿no? Total, están tan
empeñados en combatir esa lacra que ya hasta están pensando
–después de una guerra que ha costado decenas de miles de vidas y
al calor de la cual muchos de ustedes han efectuado pingües
negocios– en despenalizar la mariguana. En estos meses ya
detuvieron e identificaron a más de un centenar de perpetradores del
crimen y lograron que confesaran su participación en forma
voluntaria y espontánea, sin recurrir a la tortura y sin fabricar
culpables. Ustedes creen que basta con que sus aparatos mediáticos
minimicen u omitan las pruebas duras que echan por tierra la
invención de Murillo Karam; que Virgilio Andrade realice un pase de
magia para desvanecer las groseras evidencias de enriquecimiento
ilícito; que es suficiente con armar alianzas de saqueo y silencio
dentro de la clase política para neutralizar cualquier sospecha de
antidemocracia; con comprar un puñado de viejos priístas y de
viejos opositores y reciclarlos como independientes para asegurarse
puntos de apoyo que les aseguren la vida eterna de pillaje, crimen,
impunidad y simulación a la que están acostumbrados.
En
estos diecisiete meses ustedes, dinosaurios y mirreyes, se han
valido de virreyes locales para dispersar su podredumbre y desviar la
indignación. Lo peor que puede pasar, calculan, es que en
determinado momento haya que sacrificar a alguno de los Moreira, de
los Moreno Valle, de los Duarte, de los Ramírez Garrido, de los
Mancera, y otros sátrapas que les acompañan en la dura tarea del
ejercicio de gobierno orientado a satisfacer las necesidades
financieras personales de ustedes mismos.
Piensan
que ya la hicieron, pues; que cuando están a punto de cruzar la
línea de la mitad del sexenio han logrado, a pesar de todo,
preservar el pacto supremo de despojo nacional que plasmaron en el
Pacto por México y que han venido aplicando a rajatabla para
transferir las riquezas nacionales a sus socios del extranjero y del
país. Y se frotan las manos calculando cuántos barriles más podrán
extraer de los ductos de Pemex antes de rematarlos como fierro viejo,
cuántos miles de hectáreas podrán arrebatar a comuneros y
ejidatarios bajo el manto de sus reformas, cuántas obras públicas
más –la del nuevo aeropuerto es una genialidad, hay que admitirlo–
para hincharse las bolsas de dinero, cuántos acuerdos oscuros más
de connivencia entre autoridades, mineras chinas, petroleras gringas,
constructoras españolas y criminalidad organizada.
Creen
que basta con mandar a alguno de sus sicarios de la prensa para echar
a rodar infundios contra dirigencias honestas y contra víctimas de
la violencia de ustedes para desactivar la rabia y la esperanza, el
dolor y las convicciones de muchos miles. Una telenovela más, una
calumnia más, otra componenda para asegurar sumisiones legislativas
y constituyentes, un discurso más en cadena nacional, un par de
agitadores venadeados en algún camino agreste –luego inventan que
fue un crimen pasional– y habrán logrado una situación
inmejorable para robar sin cortapisas, para atropellar sin
obstáculos, para que en los próximos tres años nada ni nadie se
interponga entre ustedes y su botín, que es lo que queda del país:
lo que sus antecesores dejaron. Y que sigue siendo muchísimo.
Sólo
falta que terminen de convencer al resto del país de que no hay nada
que hacer y nada por qué luchar, excepto, tal vez, la búsqueda de
una puerta de entrada al club selecto de los oligarcas. “Fumé mota
y llegué a ser secretario de Gobernación”, se jactó hace unos
días uno de sus compinches, un reaccionario que ahora se las da de
liberal por las necesidades políticas del momento. Omitió decir que
ejerció tal cargo en un régimen que mandó al cementerio (perdón:
a las narcofosas) a decenas de miles con el pretexto, entre otros, de
evitar que los jóvenes fumen mota. Moralinas aparte (porque aparte
de los riesgos legales no hay gran diferencia entre un churro y una
lata de cerveza), ustedes han venido transmitiendo, durante décadas,
el mensaje de que la transgresión sí paga, y el mejor espécimen de
ese principio es el figurín hoy incrustado en la Presidencia. Ya lo
decía el viejo Fox: haz todos los chanchullos del mundo, pero
asegúrate de que se ajusten al marco legal.
“No
hay más ruta que la nuestra –nos comunican ustedes con sus actos y
hasta con sus palabras–, y consiste en tirar los escrúpulos a la
basura. Si no pueden hacerlo destruyan comercios o agárrense a
pedradas con la policía, pero no vayan por ningún motivo a
organizarse, a luchar por sus derechos a la educación, a la salud y
al trabajo, a vincularse con las comunidades o a informar a sus
barrios y, sobre todo, no vayan a disputarnos el poder: recuerden que
la única disciplina que vale la pena es la fiscal, que toda
autoridad resulta intrínsecamente deleznable, que la política es
una inmundicia, y el mejor ejemplo somos nosotros.”
Lo
que ustedes no alcanzan a ver es que cada nueva mentira, cada nuevo
despojo, cada nuevo atropello, cada exhibición de frivolidad
insultante –y vaya que se les da– es un manojo de semillas de
cólera lanzado a la tierra del país profundo. El crimen cometido
hace 17 meses en Iguala no es una marca indeleble en esa ciudad, sino
en ustedes y en su jefe. Así como Zedillo nunca podrá separar su
nombre de Acteal, Fox no podrá hacerlo de Atenco y Calderón ha
quedado asociado para siempre a toponimias lacerantes: Salvárcar,
San Fernando, Allende, Cadereyta… Ante la nación ustedes se
apellidan Iguala, Tlatlaya, Tanhuato, Tierra Blanca y Apatzingán.
Aunque se echen encima litros de perfume, los acompaña el hedor de
las fosas. Se pondrán tapones en los oídos pero escucharán siempre
los gritos de los torturados y ajusticiados. Ustedes no podrán
encerrar en un expediente de la procu toda la fauna cadavérica que
pulula en este territorio. Es de ustedes. Es ustedes. Y el país es
eso, pero también es muchísimo más. Ya lo verán.
Mientras
tanto, lo que sí pueden hacer es confesar –porque lo saben
perfectamente– qué hicieron a los 43 muchachos y dónde los
tienen. Háganlo ya. Tengan, en su infinita podredumbre, al menos un
gesto de humanidad.
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