14.10.97

Nobel, izquierda, payaso


Ya era hora de que dieran un Nobel así, no sólo para que la derecha rabie, sino también para que el bando contrario se relaje. Porque, por paradójico que resulte, hace muchísimas décadas que las izquierdas están experimentando graves problemas para conciliar la risa.

Uno suele vivir obligado a tomarse en serio, y peor si alguna vez ha tenido algo qué ver con la segunda de esas querencias: los héroes no son cómicos, la sangre derramada no le hace gracia a nadie, el anhelo de justicia para los jodidos no puede darse el lujo de malversar energías en una carcajada, la tortura no es jocosa a menos que consista en cosquillas y si te ríes de ti mismo, así sea por un segundo, engordas el caldo del enemigo. Para colmo, la vieja y sabia costumbre de animar velorios con chistes verdes ha caído en desuso en todo el espectro político.

La militancia, la pasión social y el compromiso, que casi inevitablemente tienen los efectos colaterales de la grandilocuencia y la cursilería trasvestida de ternura, sólo dan permiso para reír a costillas de los burgueses, los fascistas, los gorilas, los pinches imperialistas, los oligarcas, los reaccionarios, los neoliberales, o cualquiera que sea el apelativo de moda para los malos --bien malos, sin duda-- en el episodio histórico que corresponda.

Pero la risa, como el amor, es ciega, intrínsecamente indisciplinada y profundamente pequeñoburguesa, y no se anda fijando en bandos ni ortodoxias: burlarse únicamente del enemigo termina por causar fatiga espiritual hasta en los espíritus más combativos. Tal vez por eso los dueños de la URSS optaron desde muy temprano por la solución práctica de suprimir toda comicidad de las manifestaciones culturales de aquel país que era una síntesis imposible de cuento de hadas y película de horror, géneros de por sí escasos de gags.

Aquello se derritió como una nieve de grosella o, mejor dicho, de hígado. Pero la tendencia de las izquierdas a tomarse demasiado en serio es muy anterior al bloque socialista --¿es que alguien ha escuchado alguna vez un chiste sobre Espartaco?-- y, por desgracia, le sobrevive. Los reflejos fundacionales impiden valorar el papel de la risa en la transformación del mono en hombre y la importancia estratégica de prohibirla cuando se trata de transformar al hombre en máquina.

Dicho sea con cariñito, para muchos del bando de acá no parece haber más remedio que vivir tristes en virtud de la coyuntura, felices por razón de Estado, indignados por sentido común, autocríticos por línea, conmovidos de acuerdo con la consigna, profundos y analíticos por convicción, contenidos por solidaridad, exultantes o circunspectos según ande la política de alianzas y siempre en posición de firmes ante las banderas de la causa.

Semejantes actitudes impiden ver cómo, en el curso de reivindicaciones y reclamos rituales, grandes palabras como Historia, Moral y Ética acaban convirtiéndose en historieta, moraleja y etiqueta. Por esta vía se corre también el peligro de desarrollar actitudes disociadas: en la clandestinidad de la clandestinidad, en los rincones de la movilización, en los sótanos del trabajo partidario y tras las bambalinas de la lucha, los chistes más cotizados no solían ser los de Pepito, sino los referidos a Fidel Castro. Del grado de solemnidad del auditorio dependía que provocaran risa culposa, desaprobación a secas o una discusión colectiva con miras a la expulsión. Y si el asunto ocurría en el seno de una organización armada, si el proceso pasaba por momentos críticos y, sobre todo, si el chiste era realmente bueno, el episodio podía culminar en ajusticiamiento revolucionario.

La semana pasada le dieron el Premio Nobel de Literatura a Darío Fo: el más querible de los bufones, el más descarnado, el más humano de los izquierdistas; el que, sin volverse un renegado ni dejarse cooptar por la CIA, descubrió que la risa no tiene otro compromiso que consigo misma, que tomarse en serio deteriora la calidad de vida, que una carcajada es más sediciosa que cualquier discurso incendiario y que para este planeta los payasos pueden ser tan provechosos como los secretarios generales y los comandantes, pero mucho más divertidos.

Ante este reconocimiento, las derechas están que rabian, nunca mejor que ahora representadas por el Vaticano, para el cual toda hilaridad suena a carcajada satánica, y por el ínclito Corriere della Sera.

Me asustaría que el premio causara un desagrado equivalente en algún lugar de la izquierda de cuyo nombre no quiero acordarme. Como decía Nicanor Parra: ''La izquierda y la derecha, unidas, jamás serán vencidas'', y menos si se ponen a secretar bilis de manera conjunta, porque entonces no quedará ni siquiera la esperanza de que les gane la risa.

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