11.11.97

El TLC más grande del mundo


Con o sin plenos poderes para negociar tratados de libre comercio, William Clinton y su equipo están decididos a seguir generando, al menos, ideas espectaculares al respecto. El mes pasado, en su gira por Sudamérica, el presidente estadunidense promovió con muchas ganas la idea de establecer un ámbito hemisférico para el libre comercio, un instrumento que incluya al TLC y al Mercosur, que revitalice el Pacto Andino y que reviva al mercomún centroamericano. Esta iniciativa, que tiene tantos aspectos sublimes como posibilidades monstruosas, tal vez se quede chica frente a otra propuesta, también impulsada por la Casa Blanca, para proclamar una zona de libre comercio en Internet. La ocurrencia monumental fue expuesta por Ira Magaziner --uno de los más brillantes asesores del presidente estadunidense-- en una reunión de la Cámara Internacional de Comercio (ICC, por sus siglas en inglés) que tuvo lugar en París, el jueves 6 de noviembre.

Sólo para entender el tamaño y las posibles implicaciones de este plan, se requiere de un importante esfuerzo de imaginación: en términos geográficos, la Red de Redes puede estar presente en todo aquel punto del planeta y sus alrededores en el que exista un enlace telefónico o radial y una computadora conectada a él; se extiende, así, por los cinco continentes tradicionales, más alguna base científica en La Antártida y, según algunos criterios, hasta por el remoto valle marciano donde rueda un cochecito a control remoto de la NASA. La red reúne a usuarios tan diversos como estudiantes de secundaria y grandes empresas transnacionales, organizaciones no gubernamentales y ministerios, neonazis y anarquistas, satánicos(as) y vaticanos(as), la policía y los narcos, sexoservidores(as) y predicadores(as), sicoanalistas y mecánicos, universidades y casas de bolsa, latinistas y nerds, ligas de vegetarianos y clubes de coprofagia; es decir, un enorme y hasta ahora libérrimo conjunto de lo que ha dado en llamarse ''comunidades virtuales'', y como se está evidenciando, un mercado colosal con muchas decenas o centenas de millones de consumidores potenciales, más los que se acumulen esta semana.

En los momentos posteriores a la masificación de Internet se desarrollaron intensas polémicas públicas sobre los impactos que este fenómeno habría de acarrear en las sociedades, las culturas y las vidas cotidianas. Paradójicamente, las posibilidades del comercio electrónico planetario han estado siendo analizadas, hasta ahora, en círculos más reducidos y circunscritos a los sectores informático, por un lado, y financiero y comercial, por el otro. Pero la reunión de la ICC en París y la provocadora intervención en ella de Magaziner probablemente pondrán de moda las cuestiones más problemáticas del comercio electrónico internacional.

El incremento exponencial de las transacciones digitales vuelve a plantear el tema de las regulaciones gubernamentales de la red mundial, un asunto que el año pasado en Estados Unidos se resolvió, provisionalmente, con una derrota estrepitosa para la Casa Blanca y el Congreso, promotores de la censora ''Acta de la decencia en las telecomunicaciones'', cuya implantación falló tanto por el rechazo político y jurídico que generó, como por la imposibilidad técnica de que una autoridad nacional --así sea la estadunidense-- controle los contenidos de una base de datos con ramificaciones en todo el mundo.

En la perspectiva del comercio digital globalizado, las regulaciones serán multinacionales, o no serán, y para formularlas habrá que considerar muchos más aspectos que la moralina antipornográfica y la paranoia del narcotráfico y el terrorismo, que fueron las únicas motivaciones explícitas del ''Acta de la decencia''. Así, por ejemplo, será necesario contrastar la iniciativa del libre comercio electrónico con las diversas políticas nacionales en materia de impuestos, protección a los consumidores, prácticas notariales y validación de documentos y mecanismos legales de combate a los monopolios, entre otras.

Asimismo, para avanzar en la conformación de un TLC virtual y planetario se requiere de un organismo que se encargue de ordenar, por lo menos, los numerosos y encendidos debates que, sin duda, provocará la iniciativa. Magaziner propuso en París que fuera la Organización Mundial de Comercio el foro para ello, y que la necesaria normalización impositiva se examinara en el seno la OCDE, lo cual, dicho sea de paso, dejaría fuera de la jugada a la gran mayoría de las naciones.

En suma, falta mucho para que la propuesta estadunidense encuentre las muchas pistas de aterrizaje que requiere, si es que las encuentra. En lo inmediato, los habitantes y frecuentadores del ciberespacio habremos de admitir, con resignada nostalgia, que el Ágora más libertaria, plural y fascinante que ha existido va camino de convertirse en un gigantesco supermercado.

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