10.10.00

Bush y la Creación


Será un simple detalle, pero la propuesta de George W. Bush para propiciar la sana competencia en las escuelas entre la teoría de la evolución de las especies y la hermosa fábula bíblica de la Creación da una idea inquietante de lo que podría ser la próxima Presidencia de Estados Unidos en caso de que el republicano llegara a la Casa Blanca. Lo primero que se me viene a la mente es que, después de cuatro u ocho años de semejante mandato, los jóvenes de la superpotencia recibirían con menos entusiasmo la invasión de dinosaurios procedente de Disney y de Hollywood; a fin de cuentas, se dirían, esos bichos nunca estuvieron allí, porque para surgir, proliferar y extinguirse habrían requerido de un lapso de decenas de millones de años, pero desde la creación del mundo hasta nuestros días hay sólo unos cuantos milenios, y Adán y Eva estuvieron listos en el sexto día, y nunca se toparon con un velocirraptor: el único reptil que conocieron fue una serpiente, y ésa no es resultado de la evolución, sino de una mutación instantánea del Maligno. O sea que los dinosaurios son producto de la imaginación de esos literatos llamados paleontólogos y los huesos enormes diseminados por casi todo el planeta pertenecen más bien a los familiares del gigante Goliat, cuya existencia --ésa sí-- está fehacientemente documentada en la Escritura.

Suena a cosa menor, pero el gobierno de Estados Unidos ha sido uno de los principales impulsores del proyecto del genoma humano, y en una de ésas, con Bush en la Casa Blanca, veremos a los peritos del FBI empeñados en aislar y autenticar la firma de Dios que seguramente viene interconstruida en el código de barras de la huella genómica. Y si la signatura resulta ser falsa, la humanidad entera estaría ante el problema mayúsculo de determinar la identidad del falsificador y, de ser posible, ponerlo a disposición de alguna altísima instancia de justicia, superior, en todo caso, a la del Tribunal de La Haya.

Parece baladí, pero aunque George W. Bush navega con bandera de republicano pragmático y abierto, tiene como promotor destacado al predicador televisivo Pat Robertson, de la Coalición Cristiana. Robertson es tan ignorante, tan malintencionado o tan ambas cosas, que no tiene empacho en afirmar que la separación entre la Iglesia y el Estado es un invento de Adolfo Hitler. Con ese simple endoso de créditos al Satanás alemán bien pueden borrarse de un plumazo las diferencias surgidas en el encuentro de los Estados Generales en vísperas de la Revolución Francesa y la larga lucha de los liberales del siglo pasado (tan distintos de los globalifílicos del presente) para dar a los fieles la dimensión adicional de ciudadanos.

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