17.2.06

Un bailarín, 3 poetas, 2 cadáveres

  • Pasos, Cardenal y Neruda
  • Marilyn y Franco

Hoy vamos a complacernos empezando con un tema eminentemente náutico. Todo empezó la tarde del sábado, porque fui a ver el espectáculo de danza-teatro de Gilberto González En espera, aquí, tras lomita, en el Teatro de la Danza. Es una pena que la temporada haya sido tan corta porque, en mi humilde juicio, se trata de un montaje soberbio en el que pasa todo (hasta un tren) y no pasa nada: dos marineros, sentados en un muelle, se hacen viejos esperando un barco que nunca llega: una situación mínima y una historia ínfima llevadas al territorio de la poesía por la creatividad y la expresividad corporales del director y del coejecutante, Ramón Solano, la escenografía de Rodrigo Rojas y la edición musical de Julio Ordóñez. A media función me tomó por asalto un pasaje del Canto de guerra de las cosas:

Los marineros están un poco excitados. Algo les turba su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua de mar tiene un sabor más amargo,
el viento de mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No pasa nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.

Pasos escribía esto en los lejanos años 40 del siglo pasado, en la no tan lejana ciudad nicaragüense de Granada, de la que nunca salió, y en la que murió antes de cumplir los 32. En su relación conmigo, ese poema se comporta como dice uno de sus versos: "Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si fuera viniendo". Lo leí por primera vez en el suplemento Sábado del viejo unomásuno, hace casi 30 años; lo releí en un folleto de las Lecturas Universitarias que publicaba la UNAM; lo adquirí en la edición de las obras del poeta que editó el Fondo de Cultura Económica, con un vasto prólogo de Ernesto Cardenal; volví a leerlo hace un año en La Jornada Semanal.

JoaquínPasos

Ernesto Cardenal

Dos décadas después de que su compatriota y amigo Joaquín Pasos emitiera el Canto de guerra de las cosas, Cardenal escribió otro poema célebre: la Oración por Marilyn Monroe. A diferencia del Canto..., que es casi atemporal y casi eterno, la Oración es un poema de época, repleto de referencias a valores y enfoques propios de los años 60. Pero en el siglo XXI me sigue pareciendo muy conmovedor:

Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.

Las palabras del sacerdote trapense se me vinieron a la cabeza una vez que caí en un sitio necrófilo que colecciona fotos de figuras públicas fallecidas y vi la imagen de Marilyn en la plancha del forense. Tal vez les parezca una falta de respeto reproducirla aquí, y si es el caso, me disculpo por ello, pero a mí me llevó a comprender (o a sentir) lo expresado por el poeta nicaragüense.

Marilyn, viva

Marilyn, difunta

A diferencia de Norma Jean Baker, quien no le hizo daño a nadie más que a sí misma, y quien resultó ser una víctima de su sociedad, Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco y Bahamonde Salgado Pardo fue victimario y carnicero. Cardenal escribió tras la muerte de Marilyn; Pablo Neruda, en cambio, prefiguró el fallecimiento del Caudillo en unos versos terribles:

Desventurado, ni el fuego
ni el vinagre caliente
en un nido de brujas volcánicas
ni el hielo devorante,
ni la tortuga pútrida
que ladrando y llorando
con voz de mujer muerta
te escarbe la barriga
buscando una sortija nupcial
un juguete de niño degollado,
serán para ti nada sino una puerta oscura,
arrasada.

En efecto.
De infierno a infierno, qué hay?
En el aullido de tus
legiones, en la santa leche
de las madres de España,
en la leche y los senos pisoteados
por los caminos, hay una aldea más,
un silencio más,, una puerta rota.

Aquí estás. Triste párpado, estiércol
de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra
de traiciòn que la sangre no borra. Quién, quién eres,
oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh mal nacida palidez de sombra.

Retrocede la llama sin ceniza,
la sed salina del infierno, los círculos
del dolor palidecen.

Maldito, que sòlo lo humano
te persiga, que dentro del absoluto fuego de las cosas,
no te consumas, que no te pierdas
en la escala del tiempo, y que
no te taladre el vidrio ardiendo
ni la feroz espuma.
Solo, solo, para las lágrimas
todas reunidas, para una eternidad de manos muertas
y ojos podridos, solo en una cueva
de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre
por una eternidad maldita y sola.
No mereces dormir
aunque sea clavados de alfileres los ojos: debes estar
despierto, general, despierto eternamente
entre la podredumbre de las recién paridas,
ametralladas en otoño. Todas, todos los tristes niños descuartizados,
tiesos, están colgados, esperando en tu infierno
ese día de fiesta fría: tu llegada.
Niños negros por la explosiòn,
trozos rojos de seso, corredores
de dulces intestinos, te esperan todos, todos, en la misma actitud
de atravesar la calle, de patear la pelota,
de tragar una fruta, de sonreír o nacer.

Sonreír. Hay sonrisas
ya demolidas por la sangre
que esperan con dispersos dientes exterminados,
y máscaras de confusa materia, rostros huecos
de pòlvora perpetua, y los fantasmas
sin nombre, los oscuros
escondidos, los que nunca salieron
de su cama de escombros. Todos te esperan
para pasar la noche. Llenan los corredores
como algas corrompidas.
Son nuestros, fueron nuestra
carne, nuestra salud, nuestra
paz de herrerías, nuestro océano
de aire y pulmones. A través de ellos
las secas tierras florecían. Ahora, más allá de la tierra,
hechos substancia
destruida, materia asesinada, harina muerta,
te esperan en tu infierno.

Como el agudo espanto o el dolor se consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y maldito seas,
solo y despierto seas entre todos los muertos,
y que la sangre caiga en ti como la lluvia,
y que un agonizante río de ojos cortados
te resbale y recorra mirándote sin término.

Neruda no logró darse el gusto de leer la noticia correspondiente: en medio del charco de sangre en el que otro generalote de la estirpe de Franco hundió a Chile, el poeta se fue de este mundo un par de años antes de que el fascista español hiciera lo propio. No sé si Cardenal ha llegado a conocer la foto del cadáver de Marilyn; me parece menos probable que el alma de Neruda ande por ahí, hojeando los periódicos o metiéndose a sitios de Internet, y que en alguno de esos medios haya contemplado gráficas de las exequias del Generalísimo. Pero de seguro le habría encantado ver los despojos mortuorios del criminal.

El cadáver de Franco

No fue el único que tocó el tema de la muerte del genocida antes que ésta ocurriera. En 1960, Max Aub, un alemán que fue además español y mexicano, tramó el asesinato del caudillo 15 años antes de que éste muriera; el homicida material fue un mesero mexicano, quien, harto de escuchar a los republicanos exiliados, tomó un avión a Madrid y le pegó un tiro al gobernante fascista. La conjura no pasó de un relato buenísimo, La verdadera muerte de Francisco Franco, que en 2002 sirvió de base para la película de Arturo Ripstein La virgen de la lujuria. Pero Aub, quizá sin saberlo, abordó algo que no era mera ficción: a últimas fechas han salido a la luz datos sobre al menos cinco preparativos y conspiraciones para acabar con la vida del dictador. Ello dio pie a Pedro Costa y José Ramón Da Cruz para filmar el documental Los que intentaron matar a Franco.

Max Aub (izquierda)

Neruda, por si parte, dejó inédito un poemario profético, 2000, en el que refirió un asunto que hace 30 años no era motivo de alarma y que hoy es tema de obsesión: el agotamiento de los recursos naturales del planeta:

No hay duda que la tierra
entregó a duras penas otras cosas
de su baúl que parecía eterno:
muere el cobre, solloza el manganeso,
el petróleo es un último estertor,
el hierro se despide del carbón,
el carbón ya cerró sus cavidades.

Neruda y Pasos son poetas incomparables: el primero es el caudaloso Amazonas que transporta todo, desde flores hasta cadáveres, y el segundo, una acequia en la que ocurrió un milagro. Pero esos versos del chileno se me engarzan con estos otros, del nicaragüense:

Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido acero...
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.

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