27.6.12

Al cierre


Esta moneda que está en el aire sólo tiene dos caras: la de la continuidad y la del cambio. Quienes, de entre los habitantes de esta mancha urbana, piensen honestamente que el país va bien y que debe seguir por el rumbo que lleva, quédense tranquilamente esta tarde en sus casas, en sus trabajos y en sus entretenimientos, relájense si pueden, pónganse pantuflas y vean la tele y, sobre todo, no intenten transitar en auto por las calles del centro. Éstas se encontrarán colmadas por quienes piensan lo contrario, es decir, por quienes están hasta la madre de la violencia sin sentido, la miseria a la vista, la desigualdad ofensiva, el déficit de trabajos, escuelas, viviendas, hospitales y dignidad, la corrupción flagrante, el autoritarismo desembozado, la simulación, la frivolidad insolente, la mentira y el miedo.

Ustedes, los que están a gusto porque en la ciudad y en el país proliferan centros comerciales con pisos de mármol; los que consideran que ésta es una nación de oportunidades y en franco crecimiento, un estado de leyes respetadas y cumplidas y una tierra de bienestar: con todo respeto y cordialidad, mejor ni se acerquen a Reforma, a Avenida Juárez o al Zócalo; no es que alguien vaya a agredirlos o que vaya a agudizarse la inseguridad ni que vaya a temblar –acaso llueva–: es que, simplemente, se encontrarán con cortes de tránsito y con avenidas y calles convertidas provisionalmente en peatonales por el flujo de la multitud. Para qué pierden el tiempo en el embotellamiento agónico, para qué hacen corajes, para qué echan a perder su felicidad.

Por su parte, quienes crean que en México la cuota de sangre ha llegado a niveles intolerables; quienes consideren que la pudrición en las oficinas públicas no debe permitirse más; quienes experimenten angustia, tristeza y enojo por la pobreza y el desempleo multiplicados; quienes no tengan ningún deseo de que la rueda de la historia empiece a caminar hacia atrás; quienes estén hartos de los atropellos policiales y militares; quienes crean, en suma, que es posible, deseable, necesario e indispensable alterar el rumbo seguido por la nación de 1988 en adelante, vénganse al Ángel de la Independencia a las cuatro de la tarde y dispónganse a una caminata larga rumbo al Zócalo. Vamos al cierre de campaña de López Obrador.

No es asunto de ideologías, de partidos ni de simpatías o animadversiones personales. No es un asunto de la izquierda o de la derecha, de pertenencias a tal o cual sector –empresarios, asalariados, agricultores, profesionistas, estudiantes, administradores o comerciantes–, a tal o cual edad, religión, región, identidad de género o tendencia sexual.

Ésta es una convocatoria para todos aquellos convencidos de que el país debe rendirse a la legalidad y el derecho, como no se rindió en 2006-2012; que debe cambiar, como no cambió en 2000-2006; que debe crecer como no creció en 1994-2000, que debe modernizarse, como no se modernizó en 1988-1994; que debe emprender una renovación moral como la que no emprendió en 1982-1988; que debe administrar honradamente su abundancia, como no lo hizo en 1976-1982; que debe emprender una verdadera apertura del poder, como no pudo hacerlo en 1970-1976.

Quienes prefieran la confianza a la sospecha; quienes consideren más pertinente construir universidades y refinerías que cárceles y centros de comando; quienes crean que el Estado debe vigilar el cumplimiento de las obligaciones ciudadanas, sí, pero sobre todo, y antes que nada, garantizar las libertades individuales y los derechos humanos y colectivos; quienes le encuentren sentido al rescate de la población antes que al rescate de los bancos; quienes se opongan al desmantelamiento y el remate de los jirones que quedan de propiedad pública; quienes no vean en la soberanía nacional y en la popular meros anacronismos demagógicos y populistas; quienes estén dispuestos a tomarse en serio el precepto constitucional según el cual la soberanía dimana del pueblo, vénganse al cierre de campaña de López Obrador.

Es, la de hoy, una cita multitudinaria previa al encuentro en y con las urnas que le espera al país el domingo próximo. Es una fiesta, porque el inicio de la transformación es una posibilidad real, próxima, al alcance de la mano. Y ha de ser también una advertencia para disuadir al régimen de cualquier intento de adulteración de los resultados electorales, una demostración de fuerza tranquila, cívica y pacífica, para que los adversarios coaligados –Calderón, Elba Esther y Peña Nieto– sepan que no tienen margen para ensayar un tercer fraude electoral en contra del sentir mayoritario. Por eso en esta ocasión no basta con ser miles, ni decenas de miles, ni cientos de miles. Hemos de ser un millón, o más. Debemos dejar testimonio que el compromiso con el país, el sentido social de la vida y la buena voluntad aún gozan de capacidad de convocatoria, y que es posible dejar atrás el prolongado y doloroso tiempo de canallas.

No hay comentarios.: