15.9.12

Libertad de prensa o
libertad de empresa


En Brasil, en la década antepasada, el fenómeno se llamó Fernando Collor de Mello; Italia padeció la pesadilla de Silvio Berlusconi; México está, al parecer, a punto de padecer a uno de esos gobernantes impuestos desde, por y para el poder desmesurado de los medios. En el tercero de estos países se ha llegado al punto en que Televisa tiene su propia representación parlamentaria en ambas cámaras, lograda a punta de dinero y mediante partidos que no son partidos sino franquicias, como el Verde Ecologista Mexicano, única organización en el mundo que se dice ecologista y que defiende con pasión el restablecimiento de la pena de muerte.

Si no poseen al gobierno buscan tomarlo por asalto, ya sea por medio del aprovechamiento abusivo de cualquier resquicio en la legalidad democrática o mediante la incitación abierta al golpe de estado, como lo hicieron las cadenas televisivas privadas en Venezuela, en 2002, y como lo han hecho varios medios oligárquicos en Ecuador.

Los dueños de esta clase de medios cuentan, para eludir o atropellar la voluntad popular, con una vasta red internacional de legitimación que va desde la proestadunidense Sociedad Interamericana de Prensa hasta la europea Reporteros Sin Fronteras. Si una autoridad nacional trata de emplear recursos legales contra ellos, pegarán de gritos doliéndose por un “ataque a la libertad de prensa”, entendida ésta como libertad de empresa y como sometimiento del Estado a intereses mediático-empresariales de lo más sórdido. Y el adjetivo no es un exceso: recuerden, por ejemplo, los orígenes criminales del actual régimen de propiedad de Clarin, en Argentina.

La libertad de expresión, esgrimida por los consejos editoriales y de administración de estos corporativos, equivale a que Drácula pronunciara un discurso para promover el vegetarianismo. Porque en el mundo contemporáneo el principal factor de censura en el mundo no es ya el Estado ni la iglesia –cualquiera que ésta sea– sino las conveniencias empresariales de los grandes medios. Son éstas las que uniforman la información, las que llevan a la construcción de un discurso único y las que cierran toda posibilidad de información y opinión plurales y libres. Su gran coartada es eso que denominan “objetividad” e “imparcialidad”, como si se pudiera hacer periodismo con tales cualidades. Se sabe desde hace tiempo: la abominación de las ideologías es la ideología del neoliberalismo dominante.

Empezaron por hacer favores de silencio y estruendo a las viejas clases políticas y terminaron por volverse parte de ellas y por disputar el poder –o por ejercerlo– al margen de lineamientos constitucionales, de los preceptos de Montesquieu y de la dignidad del oficio de informar y opinar. Sin embargo, las enormes facultades extra legales que han acumulado no van a durarles mucho tiempo más, ya sea porque las sociedades toman el gobierno en sus manos y blindan a las instituciones del acoso de los medios, porque la transformación tecnológica transfiere a individuos y comunidades posibilidades de comunicación que hasta hace pocos años sólo estaban al alcance de quien pudiera ser dueño de una rotativa, de transmisores de radio y televisión o de redes de cable, o por una combinación de ambos factores.

Han sido, por décadas, los grandes monstruos del poder, los factores de estabilidad o de desestabilización. Pero acabarán por disolverse como un helado bajo el sol de verano.

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