Ahora Gustavo
Madero, aún presidente del PAN, le dice a Enrique Peña Nieto que no
le alcanza la legitimidad para ser presidente. No vayan a pensar que
el dirigente blanquiazul tiene en mente desconocer a un todavía
hipotético gobierno encabezado por el mexiquense, ni que piense,
cuando así habla, apelar a los criterios de legitimación enumerados
por Weber ni a los requisitos de validez, justicia y eficacia. A fin
de cuentas, Peña es el candidato del régimen al que pertenecen el
propio Madero, Felipe Calderón (el que no pudo disimular el regocijo
cuando salió, con toda impropiedad y toda prisa, a ungir al priísta
como su sucesor, cuando no había ni el remedo de resultados
electorales) y la que fuera abanderada del panismo. Nada de eso. El
regateo es más bien parte de la negociación de beneficios y cuotas
al interior del grupo en el poder: “Con la novedad, Peña, de que
la legitimidad no te alcanza; nosotros te proporcionamos la que te
hace falta para que puedas tomar posesión sin sobresaltos”. La
oferta de legitimación de Madero Muñoz, en este caso, se limita a
la promesa implícita de no hacerla de jamón, como se dice en la
calle, ante la imposición que se cocina.
Ya puede declarar
Felipe Calderón que “la compra de votos es inaceptable” cuando
la Fepade, controlada por sus subordinados, se hizo de la vista gorda
y no movió un dedo para detener la alquimia inocultable que
convirtió la candidatura presidencial más repudiada de la historia
nacional en una victoria “clara, contundente e inobjetable”,
según la fórmula jurásica de Jorge de la Vega Domínguez (1988).
El IFE encabezado por Leonardo Valdés, por su parte, exhibió en
días pasados su verdadero alineamiento al describir la inmundicia
como “limpieza y legalidad”. Dispuestos a obedecer la consigna de
sentar a Peña, “haiga sido como haiga sido”, en la silla
presidencial, los personeros del régimen utilizan los señalamientos
de fraude, en el mejor de los casos, como moneda de cambio para
encarecerle el “triunfo” al mexiquense y obtener de él y de su
grupo beneficios personales o grupales. “No te alcanza la
legitimidad, mi rey. ¿Te acuerdas que en 2006 tú mismo me vendiste
una poca?”
En tales
circunstancias se aproxima la hora del tribunal electoral y, en
teoría, éste tendría que fallar conforme a derecho sobre la
procedencia o la anulación de la elección. Tal vez la razón
jurídica sea factor único y absoluto para la toma de decisiones
judiciales en la isla imaginada por Tomás Moro, pero vivimos en
México, y aquí los togados suelen dar juego a otros elementos de
juicio. Será el caso del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación cuando reciba, el jueves próximo, la impugnación de los
comicios que presentará el Movimiento Progresista.
En primer lugar,
pesarán los compromisos, intereses y amarres con el priísmo
rampante que puedan tener los magistrados. Éstos sopesarán también
el efecto que para su propia imagen pública habrá de tener el
fallo. En tercer término tendrán que tomar en cuenta, sí, el grado
de fundamentación y contundencia del alegato presentado. Finalmente,
si existe una presión social considerable en términos de opinión
pública y movilización, los magistrados no podrán sustraerse a
ella.
De la manera en
que se combinen esas cuatro variables dependerá que se logre, o no,
invalidar una elección a todas luces viciada de origen por la
intromisión de los medios electrónicos, por la compra y coacción
de la voluntad ciudadana, por la infiltración de operadores priístas
disfrazados de empleados del IFE –está documentada en video– y
por los trapicheos a la antigüita con la papelería electoral.
La sociedad
consciente y digna que rechaza la adulteración del veredicto popular
no está, en la presente circunstancia, reducida a la impotencia, ni
mucho menos. Tiene, en la construcción del recurso de impugnación y
en la movilización pacífica y legal, instrumentos para incidir en
la decisión más relevante que va a tomarse en la institucionalidad
política en las próximas semanas.
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