La ventaja de Peña Nieto en los
resultados procesados y presentados por el IFE es producto de una
montaña de inmundicias varias, desde delitos graves hasta
inmoralidades menores. Pero el desaseo de la campaña priísta y de los comicios –permitido y solapado por la autoridad electoral– no empezó el día de la elección, y ni siquiera en el arranque de las campañas políticas, sino que fue la culminación de un largo proyecto orientado a consolidar repetir el secuestro de la voluntad popular que se perpetró en 2006 y a consolidar el procedimiento anticonstitucional, antidemocrático e ilegal de imposición de jefes de Estado que se probó por primera vez hace seis años (o hace 24, si se cuenta el fraude de 1988 y la imposición de Salinas):
Tomar a un político cualquiera, uncirlo al programa depredador de los grandes capitales y convertirlo en candidato triunfante por medio de inversiones masivas en publicidad (para glorificarlo y para denostar a sus adversarios), injerencia de los poderes públicos, inyección de recursos del erario, preferentemente en las zonas más depauperadas del país y en las de mayor atraso político, sometimiento de la autoridad electoral, aprovechamiento de los métodos “tradicionales” para defraudar (robo y falsificación de papelería electoral, relleno de urnas, coerción a comunidades para que sus miembros voten de manera uniforme por el candidato del régimen, generación de incidentes violentos en las casillas) y de los medios cibernéticos para ajustar los resultados a favor de la causa propia y en detrimento de los competidores.
Tomar a un político cualquiera, uncirlo al programa depredador de los grandes capitales y convertirlo en candidato triunfante por medio de inversiones masivas en publicidad (para glorificarlo y para denostar a sus adversarios), injerencia de los poderes públicos, inyección de recursos del erario, preferentemente en las zonas más depauperadas del país y en las de mayor atraso político, sometimiento de la autoridad electoral, aprovechamiento de los métodos “tradicionales” para defraudar (robo y falsificación de papelería electoral, relleno de urnas, coerción a comunidades para que sus miembros voten de manera uniforme por el candidato del régimen, generación de incidentes violentos en las casillas) y de los medios cibernéticos para ajustar los resultados a favor de la causa propia y en detrimento de los competidores.
Una vez que se ha conseguido el grado
deseado de adulteración de las cifras, éstas se anuncian con bombo
y platillo, procurando causar un efecto de aniquilación en el ánimo
de la oposición. Con diversas variantes y matices, así operó el
régimen en 1988, en 2006 y ahora. En esas elecciones, el espíritu y
la letra del artículo
39 constitucional se han adulterado hasta operar una reforma de
facto de ese pasaje de la Carta Magna para que diga algo así como
esto:
“La soberanía nacional reside
esencial y originalmente en las oficinas gubernamentales, la
televisión privada, la embajada de Estados Unidos y los grandes
corporativos financieros y energéticos transnacionales. Todo poder
público dimana de estos actores y se instituye para beneficio de
ellos. Los gobernantes, los concesionarios de los medios, la
representación del país vecino y los intereses empresariales tienen
en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma
de su gobierno”.
El fraude priísta consumado hace unos
días pretende perpetuar, por otros seis años, la alteración del
orden constitucional y electoral que ha conllevado el calderonato
desde su inicio. Pero las condiciones políticas del país han
cambiado dramáticamente con respecto a 2006.
Las izquierdas electorales no son ya
una masa amorfa y desarticulada de intereses burocrático-partidistas,
entusiasmos ciudadanos sueltos y buenas voluntades a la deriva. En el
tiempo transcurrido desde la imposición de Calderón se ha creado el
Movimiento de Regeneración Nacional, una organización
independiente, ciudadana y de base, con estructura y proyecto de
nación, que ha sido capaz de dar cohesión a las alianzas
partidarias y contenidos a las candidaturas, así como de aportar
presencia y vigilante en las casillas y en los conteos distritales.
De origen mucho más reciente, el movimiento #YoSoy132 ya encarnado
el hartazgo social ante un régimen transexenal y transpartidista que
sobrevivió a la alternancia de 2000 y que se mantiene, más o menos
intacto, por medio del terrorismo de Estado, la corrupción masiva y
la inveterada red de complicidades entre los capitales financieros,
la mayor parte de la clase política y la delincuencia organizada.
Siguiendo al pie de la letra la fórmula
introducida por Salinas, este régimen genera zonas demográficas de
pobreza extrema para movilizarlas hacia las urnas a cambio de dádivas
que pueden parecer insignificantes y hasta ofensivas para las clases
medias, pero que resultan inapreciables para quienes viven con uno o
dos salarios mínimos: despensas, electrodomésticos, bicicletas,
tanques de gasolina, saldo telefónico y tarjetas prepagadas de
Soriana.
Una porción significativa de los
sectores medios que votaban tradicionalmente por el PRI y por el PAN
han terminado, en este sexenio de pesadilla, por caer en la cuenta
que ambos partidos representan lo mismo en términos de gestión
económica neoliberal, opacidad administrativa, claudicación
internacional, ineptitud política, insensibilidad social y turbiedad
extrema en materia de combate a la delincuencia. Es significativo, a
este respecto, que en todos los simulacros de votación realizados en
centros de educación superior –en los que son predominantes las
clases medias y altas– López Obrador arrasó con preferencias de
hasta el 85%, en tanto que Peña Nieto se hundió hasta el tercer o
cuarto lugar.
La dimensión del operativo para
distorsionar la voluntad popular creció en forma inversamente
proporcional a la caída en picada, desde noviembre pasado, de la
popularidad de Peña Nieto. Los elementos de juicio disponibles
indican que se contrató a las casas encuestadoras no para que
retrataran las tendencias electorales sino para que las encubrieran e
inventaran cifras y gráficas inmunes al rosario de catástrofes
sufrido por el aspírante priísta –desde los tres libros que no
leyó hasta su pánico a debatir y los estadios que se le vaciaron a
medio discurso–. The New York Times lo dijo con mucha
claridad en un despacho de su corresponsal en México: en cualquier
otro país, un candidato como Peña Nieto, lastrado por sus
infidelidades conyugales, sus expresiones públicas de ignorancia,
sus desatinos declarativos y el sólido repudio que provocó entre
los estudiantes, habría caído al último lugar en las encuestas.
Pero no en México. El reportero del periódico neoyorquino ya no se
formuló la siguiente, casi inevitable, pregunta: ¿Por qué no en
México? La respuesta es simple: porque en este país la democracia
es una simulación y porque aquí las encuestas no necesariamente
reflejan tendencias reales sino el interés del cliente que las paga.
Éste es el telón de fondo de la
interposición, por el Movimiento Progresista, de un recurso legal en
demanda de la invalidación de las elecciones. Los argumentos legales
contenidos en él son tan contundentes como las pruebas de inequidad,
compra de votos, operativos priístas con dinero público –que
posiblemente implican desvío de recursos– y aportaciones
privadas, en moneda o en especie, que sobrepasan, con mucho, el
límite total de gastos de campaña estipulados en la ley. Ejemplos
sencillos y claros: el total de anuncios espectaculares contratados
por el PRI para promover a su mercancía presidenciable, la
frecuencia y cantida de aeronaves privadas usadas por éste para sus
traslados por el territorio nacional, los contratos multimillonarios
entre el Estado de México –encabezado por Eruviel Ávila,una
suerte de chambelán del candidato– y Soriana.
Ahora, el tribunal electoral está
obligado a dar curso, quiera o no, a la queja presentada por las
izquierdas y decidir, en definitiva, si anula la elección y ordena
una nueva, o bien si la da por buena. De aquí al 5 de septiembre el
país pasará por unas semanas tensas. ¿Qué factores entrarán en juego en su decisión? –El lunes próximo lo vemos.
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