26.5.10

El problema


Es inevitable: casi todos los días procuro comprar tomates frescos, pero en estos tiempos de calor lo que consigo es que no falten en casa los tomates podridos. He probado tenerlos en el refrigerador, metidos en recipientes herméticos, en bolsas de plástico, envueltos en papel periódico, o bien, como Dios los trajo al mundo; he intentado también dejarlos fuera, sobre una superficie perforada, y darles vuelta de manera regular. Pero en cosa de horas se aposcaguan, se apachurran, se manchan, y empiezan a secretar líquidos que debieran permanecer en su interior. Se aceptan consejos. Creo que acabaré por esterilizarlos con algún isótopo radioactivo, a riesgo de que sea yo el que se eche a perder cuando los consuma. Está visto: la naturaleza es una verdadera inmundicia.

7 comentarios:

maría de lourdes aguirre beltrán dijo...

Muele los jitomates en la licuadora, luego fríelos con aceite de oliva, ponlo en frascos esterilizados y guárdalos en el refri

Juliana dijo...

Vengo picadísima con tus posts críticos… Volviendo de una especie de decepción por la falta de posts sobre ‘cultura y humanidades’ que me gustan más y me atrajeron cuando conocí el blog, pero convencida de que los temas tratados ahora son más que pertinentes y reflejan un sentir generalizado; siempre encantada con los análisis tan agudos, con las argumentaciones y las preguntas que encuentro en este espacio. Incluso con el reto de encontrar en qué no estar de acuerdo contigo, como he leído que se proponen vari@s lector@s. Así yo con este maravilloso Blog.
Por otro lado, siempre buscando de qué reír, encontré una expresión en mi familia, que viene de mi bisabuela materna. Ella perteneció a una generación de principios del siglo XX de emigrantes a Argentina, pobres, llegó con su familia desde Paraguay para trabajar las tierras de los inmigrantes europeos que tomaron el centro de ese país. Ya de joven se casó con un ferroviario, quién tenía los beneficios de un obrero a principios de siglo por esos lares, derechos laborales, prestaciones, ahorros, etc. Esto le permitió a la ‘Abueli’ dejar de trabajar tierras ajenas para dedicarse a su ranchito, se hicieron de una casita donde criaron a sus hijos, tenían animales de autoconsumo y cultivaban sus hortalizas. Fueron progresando junto con el progreso industrial del siglo pero mi bisabuela no olvidaba los tiempos de trabajo duro en el campo y, no sólo ahorraba todo el dinero que pudiera, sino que también estaba acostumbrada a trabajar por las cosas, no por el dinero; criar a sus animales para consumirlos, sus gallinas, su par de vacas, hacer sus quesos, sembrar y cultivar sus verduras, tejer, confeccionar su ropa y las de sus hijas; al bisabuelo no lo vestía porque éste usaba los uniformes de ferroviario y las ropas de civil las hacían sastres más especializados; lo de ir al mercado sólo era para proveerse de las cosas que ella no podía fabricar, no porque no supiera cómo hacerlas sino por falta de tiempo, lo que le daba siempre motivos para criticar los productos comerciales y renegar de los nuevos tiempos. En la hortaliza de su casa sembraba los vegetales con una distribución específica, considerando las formas de las plantas, los ciclos de cada especie, etc. Y no sé exactamente cómo se acomodaba ese espacio pero las plantas de los tomates estaban en un extremo, al fondo de la hortaliza, se enredaban las matas por las orillas del huerto y se desbordaban llenas de tomates. Éstos no estorbaban en la hortaliza y eran de fácil cosecha debido a su ubicación por las orillas.
La cosa es que cuando se referían a una desviación de algún rumbo específico, ya fuera en una conversación o en una caminata, se decía que tal persona ‘agarró pa’l lado de los tomates’ refiriéndose a que perdió el rumbo que traía y se perdió por las orillas. Expresión que me causa mucha gracia, por lo antigua, lo gráfica y lo arcaica que parece.
Sucede hoy, aquí, que aunque agarres literalmente para el lado de los tomates, estoy por enésima vez de acuerdo contigo porque llevo todo el mes apurándome a comer los jitomates antes de que se echen a perder. Preguntándome, precisamente ante este problema, si de plano urgirá tanto volver a las prácticas antiguas de cultivar y criar para el autoconsumo.
Abracísimo pues, admirado Pedro Miguel.

Lilyán de la Vega dijo...

Otra es hacer como la patita de Cri-Cri. Ir al mercado con tu rebozo de bolita, todos los días por tu jitomate diario. Así, estará siempre fresquito (o lo fresquito que esté en el lugar en que los compres).

Esta es una costumbre que vi muy arraigada incluso en las grandes ciudades en Japón. Como tienen tan poco espacio, no suelen tener los refris gigantescos que se estilan por acá. Así que, a diario, van a surtirse de comida fresca y no guardan casi nada...

Abrazote, Pedro Miguel!

::: P-lón ::: dijo...

Se muelen los jitomates estando buenos y se envasan al vacío en frascos que podrás conservar en la alacena por 6 meses. Una vez abierto cada frasco se tendrá que refrigerar. Saludos.

Unknown dijo...

Pedro Miguel:
Congele los jitomates. En caso de usarlos para ensaladas se meten en bolsas de plástico en la parte inferior del refri.

altea gomez dijo...

solo conozco una forma de que los (ji) tomates no se echen a perder y es dejándolos en la mata hasta que llegue el momento de hacer la ensalada...

¡un saludo!

Pedro Miguel dijo...

Lourdes: Buena idea. Se agradece.

Juliana: Bueno, en parte la idea de "El último suspiro..." es que nos demos un pequeño descanso semanal ante el horror de porquería en que nos han metido los poderosos. Y gracias por la historia preciosa de tu bisabuela y del rumbo de los tomates como parábola de dispersión y de perderse en las ramas.
No me volveré agricultor de autoconsumo; respeto mucho a quienes siembran tomates, pero mi chamba es sembrar palabras (mira qué abundante cosecha la que ha dejado esta última siembra), y no me deja tiempo para más.
Abrazo inmenso para ti.

Lilyán: Das en el clavo, que es no comprar más que lo que uno se va a comer en el día. De esa manera, se puede incluso prescindir de refri y también, por supuesto, de Costco, que empaca y vende alimentos por tonelada, aunque no sean necesarias tales cantidades. El problema no es que me sienta incómodo con el rebozo de bolita, sino que esa austeridad de la patita, como de jubilado rumano, me causa cierto repelús; incluso en mis momentos de mayor escasez soy excesivo por naturaleza, pantagruélico incurable, naturally born atascado.
Tres abrazos (¿lo ves?)

Gracias, P-lón. ¿Pero cómo madres se le hace para empacar al vacío?

Miguel Angel: Gracias; a ver, una variante de la propuesta de congelación: ¿sugieres congelar tomates enteros, como si fueran cadáveres de alpinistas extraviados? ¡Haré la prueba! Ya les cuento.

Altea: tiene todo el sentido del mundo, pero para dejar los frutos en su mata tengo que tener un huerto y vivir como la bisabuela de Juliana. Ah, y qué bueno que hagas notar el asunto del prefijo "ji", que era parte implícita de esta pequeña provocación: "jitomate" (del náhuatl xictli, ombligo y tomātl, tomate) es el nombre que se da al Solanum lycopersicum en el centro de México; en esa misma zona se denomina "tomate" al Physalis ixocarpa, que en otras zonas de habla española se conoce como tomatillo, tomate verde o miltomate. Salvo en los estados centrales mexicanos, en el mundo de habla española se llama tomate al fruto rojo. Y cedo la palabra al norteño Juan Recaredo:

"Para nosotros, en el norte del país, el tomate es el rojo, el que se define académicamente como el fruto de la tomatera y que es del tamaño de una manzana.

El tomatillo verde que trae una cubierta delgadita, para los norteños es el "tomate de fresadilla". Pero en otras regiones del país, empezando por la capital, lo que para nosotros los del norte es tomate, para ellos es jitomate que en sus raíces náhuatl viene siendo "tomate de ombligo". En nuestra lengua aborigen xitli es ombligo y tomatl es el tomate propiamente dicho.

Lo curioso es que si examina uno al tomatillo verde se da cuenta que aunque es más pequeño, es igual al otro, al tomate rojo, por lo menos en lo que respecta a la forma y a que también tiene ombligo. Entonces si al rojo se le llama jitomate porque tiene ombligo y el verde también lo tiene ¿en dónde está la diferencia? Pues en el color o en el tamaño, pero no en el ombligo."