14.7.10

Cosas de Gesto


En sus noches de insomnio, el pintor Gesto se pregunta cómo sería la humanidad si la inteligencia no hubiese brotado en el orden de los primates sino en las familias cánida, felina o úrsida. Olvídense, claro, de anfibios, reptiles y pájaros, porque esos tipos de vertebrados poseen una bóveda craneana tan pequeña que no sería capaz de albergar ni una fantasía erótica de George W. Bush. Tampoco se puede depositar muchas esperanzas en los bóvidos, en los porcinos, en las diversas clases de roedores o en cualquier otro grupo herbívoro, porque el desarrollo del cerebro requirió de ingentes cantidades de carnita, digan lo que digan vegetarianos y macrobióticos: si Dios o Darwin hubiesen querido destinarnos a cortar el pasto con el hocico, nos habrían puesto los ojos a los lados de la cara, y no en la posición más bien frontal que caracteriza a los cazadores. Así pues, nuestros únicos parientes cercanos posibles eran los perros, los osos, los gatos o los changos. Y nos tocaron estos últimos.

Gesto recuerda la media docena de textos de ciencia-ficción que hablan de esas alternidades de la evolución que jamás ocurrieron –el canis sapiens, el felis sapiens, el ursus sapiens–, y se entusiasma un poco al imaginar criaturas que corresponden más bien al ámbito de la mitología, embotelladas en el tránsito urbano, ensimismadas en la necedad de una ecuación, ocupadas en planear un genocidio o arrobadas mientras escuchan una sinfonía. Pero al adentrarse un poco más en la exploración de la idea, encuentra implicaciones poco deseables:

“Si la inteligencia hubiese surgido entre los perros, piensa, seríamos más lascivos y más sucios de lo que somos; si tuviéramos gatos por parientes, estaríamos más chiflados de lo que ya estamos; y si la razón hubiera nacido entre los osos, seríamos más torpes y gruñones de lo que somos, y ni uno sólo de nuestros especímenes, macho o hembra, tendría unas nalgas mínimamente decentes”.

Se resigna, entonces, ante el hecho de que nos tocó ser, simplemente, patéticos y simiescos, y que nuestros defectos y virtudes antropoides nos han llevado a hacer la Gioconda y a hacer Auschwitz, la televisión y la trigonometría, la contaminación planetaria y la colocación en la Luna de un puñado de nuestros ejemplares, así fuera por unos pocos fines de semana.

“Eso somos, pues”, piensa, mientras da vueltas en la cama. Como no logra conciliar el sueño, se incorpora, se rasca un sobaco, a continuación se huele los dedos para regodearse en el olor de su axila, se pone una bata y se dirige a su taller. Allí, mientras escucha el Concierto n° 2 de Rajmáninov, se dispone a un duelo a muerte contra un lienzo en blanco. No tiene muy claro qué pintará, pero lleva en la mente la idea esencial de la belleza.


2 comentarios:

Menganita dijo...

Sencillamente estupendo!
Me gustan los textos que hacen volar a la imaginación, este es uno de ellos; a veces entre tanto revoloteo de realidad hace falta algo así, se agradece...
Saludos.

Anónimo dijo...

¡Maravilloso texto!