Hace no mucho, los niños de México
expresaban sus expectativas a futuro en términos parecidos a los que
emplean los niños en cualquier país del mundo: “Quiero ser
ingeniero”, “quiero ser maestra”, “quiero ser ingeniero”,
“quiero ser bióloga”, “quiero ser cantante”, “quiero ser
piloto aviador”, “quiero ser director de cine”. Hoy, en la
franja norte del país, de acuerdo con una consulta realizada por el
Instituto Federal Electoral (IFE) (La Jornada, 19/03/2012, p.
5), los niños tienen, en su mayoría, aspiraciones distintas:
quieren seguir vivos, quieren mantener la cabeza pegada al cuello y
el cuello a los hombros, quieren que no maten a sus familiares y
quieren que cesen las balaceras en las calles.
Como el resto de la población, los
menores ofrecen respuestas contrastadas cuando se les pregunta por
la manera de resolver los problemas: “Hablando con los Zetas” o
“pidiéndoles ayuda”, contestan algunos, mientras que otros
piensan que es preferible apelar a la policía, al Ejército o a la
Marina o, más llanamente, matar a quienes generan la violencia. En
ciertas respuestas hay temor a las corporaciones públicas: “los
policías son los que hacen los problemas” y “te quitan el
dinero”.
–Yo de grande quiero ser narco
–decía un niño juarense de cuatro años de edad en un testimonio
ya censurado en Youtube.
–¿Para qué quieres ser narco?
–Para matar.
–¿Y para qué quieres matar?
–Para ser rico.
Ahora, después de un cuarto de siglo
de saqueo nacional, destrucción sistemática del tejido social,
saqueo y pillaje realizados tanto desde los poderes formales como
desde los fácticos y connivencia cínica o hipócrita de los niveles
gubernamentales con la delincuencia, matar, o que no los maten son
los horizontes deseables para una generación de menores,
especialmente en la franja fronteriza del norte. A eso ha sido
conducido el país por la oligarquía depredadora y sus sucesivos
gerentes en turno, Washington y los socios menores y desechables, eso
que los anteriores llaman “delincuencia organizada”, como si
ellos mismos no lo fueran.
Felipe Calderón entra en la recta
final de su desastre procurando heredar a quien le suceda la guerra y
la destrucción e inaugurando penales de “supermáxima seguridad”,
hipérbole que expresa, seguramente de manera involuntaria, que el
resto de las cárceles del país, sean federales, estatales o
municipales, no son confiables. ¿O que: no debiera bastar con hacer
seguras a las cárceles, sin necesidad de superlativos? Mientras
tanto, en las calles, que los niños desearían como zonas de juego y
convivencia, y no como áreas de potencial exterminio, florece la
supermáxima inseguridad.
En buena parte de los niños de México,
la visión del país es la de un campo de batalla y no es de extrañar
que no pocos de ellos se conviertan en delincuentes antes incluso del
momento en que legalmente dejan de ser niños. Son producto de su
tiempo y de su circunstancia. Otros han visto el asesinato de sus
familiares sin tener la edad necesaria para firmar un acta de
defunción en calidad de testigos. Y otros son desalojados de este
mundo por error –confusión o mala puntería– o por una maldad
que ya se salió de cauce, antes de dar la talla para un ataúd de
adulto.
Hasta los hijos de los altos
funcionarios viven la inseguridad asfixiante de la guerra. La
infancia y la adolescencia les es robada por blindajes y enjambres de
guaruras que les hace imposible la normalidad cotidiana y que tal vez
los lleve a concluir que el país en el que viven los odia y desea
matarlos.
Es urgente deshacerse de la lógica de
la supervivencia del más apto, instaurada sin tapujos durante las
dos últimas presidencias priístas, y continuada en el transcurso de
la docena trágica del panismo gobernante; del enriquecimiento grupal
como verdadera razón de ser del ejercicio del poder público, y de
esa concepción del Estado, impuesta por Calderón, como una máquina
de perseguir, encarcelar, desaparecer, torturar y matar. Para hacer
frente a la delincuencia y a la violencia el país debe incrementar
su población escolar y reducir su población carcelaria, e inaugurar
más clínicas y universidades que “centros de comando” que no
sirven para maldita la cosa, como no sea para perder soberanía
–porque están infestados de asesores estadunidenses– y para
enriquecer a un puñado de proveedores y a unos cuantos funcionarios.
La consulta del IFE refiere, además,
aspiraciones de jóvenes de entre 13 y 15 años: “Que
los políticos ya no se asocien con el narco;
que haya más igualdad, más seguridad social, que no haya más
violaciones ni desempleo; que no haya pobreza y que se cambie el
presidente; que los policías no se dejen sobornar y que no haya
discriminación”.
Es
una propuesta integral y nítida. Es tiempo de hacerles caso.
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