Esta moneda que está en el aire sólo
tiene dos caras: la de la continuidad y la del cambio. Quienes, de
entre los habitantes de esta mancha urbana, piensen honestamente que
el país va bien y que debe seguir por el rumbo que lleva, quédense
tranquilamente esta tarde en sus casas, en sus trabajos y en sus
entretenimientos, relájense si pueden, pónganse pantuflas y vean la
tele y, sobre todo, no intenten transitar en auto por las calles del
centro. Éstas se encontrarán colmadas por quienes piensan lo
contrario, es decir, por quienes están hasta la madre de la
violencia sin sentido, la miseria a la vista, la desigualdad
ofensiva, el déficit de trabajos, escuelas, viviendas, hospitales y
dignidad, la corrupción flagrante, el autoritarismo desembozado, la
simulación, la frivolidad insolente, la mentira y el miedo.
Ustedes, los que están a gusto porque en
la ciudad y en el país proliferan centros comerciales con pisos de
mármol; los que consideran que ésta es una nación de oportunidades
y en franco crecimiento, un estado de leyes respetadas y cumplidas y
una tierra de bienestar: con todo respeto y cordialidad, mejor ni se
acerquen a Reforma, a Avenida Juárez o al Zócalo; no es que alguien
vaya a agredirlos o que vaya a agudizarse la inseguridad ni que vaya
a temblar –acaso llueva–: es que, simplemente, se encontrarán
con cortes de tránsito y con avenidas y calles convertidas
provisionalmente en peatonales por el flujo de la multitud. Para qué
pierden el tiempo en el embotellamiento agónico, para qué hacen
corajes, para qué echan a perder su felicidad.
Por su parte, quienes crean que en
México la cuota de sangre ha llegado a niveles intolerables; quienes
consideren que la pudrición en las oficinas públicas no debe
permitirse más; quienes experimenten angustia, tristeza y enojo por
la pobreza y el desempleo multiplicados; quienes no tengan ningún
deseo de que la rueda de la historia empiece a caminar hacia atrás;
quienes estén hartos de los atropellos policiales y militares;
quienes crean, en suma, que es posible, deseable, necesario e
indispensable alterar el rumbo seguido por la nación de 1988 en
adelante, vénganse al Ángel de la Independencia a las cuatro de la
tarde y dispónganse a una caminata larga rumbo al Zócalo. Vamos al
cierre de campaña de López Obrador.
No es asunto de ideologías, de
partidos ni de simpatías o animadversiones personales. No es un
asunto de la izquierda o de la derecha, de pertenencias a tal o cual
sector –empresarios, asalariados, agricultores, profesionistas,
estudiantes, administradores o comerciantes–, a tal o cual edad,
religión, región, identidad de género o tendencia sexual.
Ésta es una convocatoria para todos
aquellos convencidos de que el país debe rendirse a la legalidad y
el derecho, como no se rindió en 2006-2012; que debe cambiar, como
no cambió en 2000-2006; que debe crecer como no creció en
1994-2000, que debe modernizarse, como no se modernizó en 1988-1994;
que debe emprender una renovación moral como la que no emprendió en
1982-1988; que debe administrar honradamente su abundancia, como no
lo hizo en 1976-1982; que debe emprender una verdadera apertura del
poder, como no pudo hacerlo en 1970-1976.
Quienes prefieran la confianza a la
sospecha; quienes consideren más pertinente construir universidades
y refinerías que cárceles y centros de comando; quienes crean que
el Estado debe vigilar el cumplimiento de las obligaciones
ciudadanas, sí, pero sobre todo, y antes que nada, garantizar las
libertades individuales y los derechos humanos y colectivos; quienes
le encuentren sentido al rescate de la población antes que al
rescate de los bancos; quienes se opongan al desmantelamiento y el
remate de los jirones que quedan de propiedad pública; quienes no
vean en la soberanía nacional y en la popular meros anacronismos
demagógicos y populistas; quienes estén dispuestos a tomarse en
serio el precepto constitucional según el cual la soberanía dimana
del pueblo, vénganse al cierre de campaña de López Obrador.
Es, la de hoy, una cita multitudinaria
previa al encuentro en y con las urnas que le espera al país el
domingo próximo. Es una fiesta, porque el inicio de la
transformación es una posibilidad real, próxima, al alcance de la
mano. Y ha de ser también una advertencia para disuadir al régimen
de cualquier intento de adulteración de los resultados electorales,
una demostración de fuerza tranquila, cívica y pacífica, para que
los adversarios coaligados –Calderón, Elba Esther y Peña Nieto–
sepan que no tienen margen para ensayar un tercer fraude electoral
en contra del sentir mayoritario. Por eso en esta ocasión no basta
con ser miles, ni decenas de miles, ni cientos de miles. Hemos de ser
un millón, o más. Debemos dejar testimonio que el compromiso con el
país, el sentido social de la vida y la buena voluntad aún gozan de
capacidad de convocatoria, y que es posible dejar atrás el prolongado y doloroso tiempo
de canallas.
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