Hace unos años se presentó una exposición sobre algunos de los más redomados fotomontajes de la era estalinista. En ella se exhibió imágenes de la colección David King, de Londres, en la que los abuelos soviéticos del Photoshop hicieron desaparecer de una foto al comisario Nikolai Ivánovich Yezhov, quien fue removido de su cargo poco después de ser fotografiado al lado de Stalin a orillas del Volga. Yezhov era un canalla característico del poder soviético de los años treinta y cuarenta: como titular de Asuntos Interiores, orquestó las grandes purgas entre 1934 y 1936, ordenó el arresto y el confinamiento de millón y medio de personas, de las que 700 mil fueron ejecutadas.
Inquieto por el enorme poder que había adquirido aquel verdugo, y ansioso por limpiar en alguna medida su propia imagen, Stalin inició en 1938 una maniobra perversa para deshacerse de él: lo nombró comisario de Transporte Marítimo y Fluvial, con lo que Yezhkov descuidó su otra tarea. Luego, su sucesor en el cargo, Lavrenti Beria, le aplicó la metodología que el propio Yezhkov había puesto a punto: tras ser arrestado, en abril de 1939, y acusado de espionaje a favor de las potencias enemigas, de preparar un golpe de estado, de varios asesinatos y de sodomía, fue sometido a tortura. El otrora poderoso comisario aceptó rápidamente todos los cargos que se le imputaban. Fue fusilado en secreto el 1 de febrero de 1940. Se incineró su cadáver y las cenizas fueron arrojadas a la fosa común del cementerio de Donskoi, en la capital rusa.
El 22 de abril de 1937, Stalin visitó las obras del canal Moscú-Volga y se hizo retratar allí con algunos de sus secuaces: Kliment Voroshílov, Viacheslav Mólotov y Yezhkov. Tras la caída en desgracia del último, propagandistas anónimos lo borraron de la foto por medio del pincel de aire y obtuvieron una composición convincente en la que los cuatro personajes originales quedaban reducidos a tres.
Algo similar se hizo con una imagen fotográfica de 1919 en la que podía verse a Lenin y a Trotski en la celebración del segundo aniversario de la Revolución Rusa, en la Plaza Roja moscovita. Los historiadores estalinistas recibieron la orden de extirpar todo vestigio del nombre, la imagen y la memoria del segundo de los documentos soviéticos. La instrucción era relatívamente fácil de realizar en los textos, pero no en las fotos. La segunda tarea fue confiada a un ejército de retocadores que, armados de pincel, lápiz, borrador y aerógrafo, eliminaron todo vestigio de Trotsky (y de otros líderes de la Revolución Rusa) de la iconografía oficial. Reducida al retoque de imperfecciones y a la acentuación de rasgos, la práctica se mantuvo hasta décadas después de finalizado el horror estalinista. En marzo de 1985, las primeras fotos de Mijail Gorbachov que las autoridades soviéticas distribuyeron a los medios presentaban al flamante secretario general del Partido Comunista sin su característica mancha roja en la frente.
Los nazis concedían a la propaganda y a la difamación de sus adversarios una importancia crucial. Indicativo de ello es el favoritismo de Adolf Hitler para con Joseph Goebbels, su ministro de Propaganda y sucesor por unas horas en el cargo de canciller de Alemania. Goebbels decía que “una mentira mil veces repetida se transforma en verdad”. Aunque con esa frase hacía referencia a las falsedades que según él propalaban los judíos, el hecho es que puso en práctica el principio como uno de los ejes principales del aparato propagandístico nazi.
La propaganda coordinada por Goebbels fue dirigida, prioritariamente, a la fabricación de “enemigos extranjeros” y a difundir la existencia de una “subversión judía”. “Los judíos eran representados como personas con dientes torcidos, uñas de animales, con saliva cayendo de los labios y miradas codiciosas, que seducían a una multitud de chicas jóvenes rubias”.
Dice la Enciclopedia del Holocausto: “Durante periodos que precedían la adopción de legislación o medidas ejecutivas contra los judíos, las campañas de propaganda creaban un ambiente tolerante de la violencia contra judíos, en particular en 1935 (antes de las leyes raciales de Nuremberg de septiembre) y en 1938 (antes del aluvión de legislación económica antisemita que siguió la noche de los cristales rotos). La propaganda también fomentaba la pasividad y la aceptación de las medidas propuestas contra los judíos, porque éstas aparecían representando al gobierno nazi como interviniendo y 'restaurando el orden'”.
Ya en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, Goebbels realizó uno de sus operativos propagandísticos más exitosos: para disipar las crecientes sospechas de que el Tercer Reich practicaba el exterminio en masa de hebreos, invitó a una delegación de la Cruz Roja a visitar el campo de concentración de Theresienstadt, que era un punto de tránsito hacia los campos de exterminio. En el sitio fueron instaladas tiendas y cafés y se montó un espectáculo de ópera al que asistieron todos los internos. El engaño tuvo tal éxito que se decidió rodar una película que mostrara al mundo lo bien que el régimen nazi trataba a los judíos. Una vez terminada la cinta, su director y los integrantes del reparto fueron capturados y deportados a Auschwitz, en donde hallaron la muerte.
Entre los principios propagandísticos formulados y aplicados por Goebbels se encuentran el de “simplificación y del enemigo único” (adoptar una única idea, un único Símbolo; Individualizar al adversario en un único enemigo), el de “transposición” (cargar sobre el adversario los propios errores o defectos; “si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”); el de “exageración y desfiguración” (convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave), el de “vulgarización” (toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida; cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar); el de “orquestación” (la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto, sin fisuras ni dudas); el de “renovación” (emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa; las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones); el de “verosimilitud” (construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias) y el de “silenciación” (Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines).
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