A menos de cuatro semanas para la
elección presidencial, se desvanecieron los supuestos sobre los que
se había diseñado la estrategia del PRI, que en los comicios
federales anteriores (2009) emergió como la mayor fuerza electoral
del país. El principal de ellos era que en este 2012 la disputa
presidencial podría plantearse como un referéndum en torno a la
docena trágica del panismo. El segundo, que Acción Nacional no
podría salir con bien de esa prueba, habida cuenta de los saldos de
catástrofe de eso que el lapsus de alguien convirtió en “Vicente
Calderón”: desde la renuncia del guanajuatense a encabezar una
transición democrática hasta la masacre provocada por las
estrategias fallidas o perversas del michoacano, pasando por la
galopante corrupción en las administraciones de ambos y el manejo
económico decepcionante, por decirlo suave, en el lapso 2001-2012.
El tercero, que el Revolucionario Institucional estaba lo
suficientemente bien posicionado para cosechar los frutos del
desencanto, tanto por la persistencia de sus aparatos corporativos en
los ámbitos estatales –la madura ingeniería de la compra y
coacción del voto– como por su alianza restaurada con las
aplanadoras mediáticas de siempre, las mismas que se encargaron de
fabricar un candidato con los mismos instrumentos publicitarios con
los que se lanza un nuevo producto al mercado. Por añadidura, el
priísmo calculaba (cuarto supuesto) que las izquierdas electorales
no serían capaces de abandonar la zona de escasa visibilidad a la
que fueron confinadas después del fraude electoral de 2006 y que no
podrían, en consecuencia, ir más allá de su voto duro ni obtener
beneficio electoral alguno del referéndum antipanista.
El PRI esperaba aplicar su estrategia
en un entorno social desarticulado y atomizado, formado por
individuos asqueados de la política y preocupados en lo fundamental
por sobrevivir o, en el mejor de los casos, por construir
perspectivas de certidumbre o de éxito personal, así fuera en medio
de un país que naufraga. Contaba, pues, con la destrucción del
tejido social causada por un cuarto de siglo de neoliberalismo
gobernante, el descrédito de lo colectivo y la resignada aceptación
del individualismo conformista que se aferra con las uñas a unas
reglas del juego presentadas como las únicas posibles. Basado en ese
cálculo, diseñó una campaña muy parecida, en el fondo, a la
publicidad de las compañías de seguros: te vendo tranquilidad,
confianza, solidez, estabilidad, certezas, salas de estar con
chimenea y ventanas que dan a un jardín con pasto muy verde, rostros
sonrientes y felices, familias armónicas.
Lo que el PRI no tomó en cuenta es que
el referéndum que perdió el PAN ocurrió hace seis años, en 2006
(por eso, es inexacto afirmar que la campaña de la aspirante
presidencial panista “se cayó”: es que, simplemente, nunca
“levantó”), y que lo que ahora se decide es la aceptación o el
rechazo del PRIAN en su conjunto. El ánimo social no va a someter a
referéndum a seis o doce años de desgobierno, sino a tres décadas
de declive nacional sostenido, y ante ello, la campaña priísta en
curso es tan improcedente e inverosímil como si en Estados Unidos el
Partido Republicano hiciera campaña con consignas pacifistas.
Sería injusto, sin embargo, atribuir
únicamente al tricolor la imprevisión y el fallo de cálculo. La
verdad es que ninguna de las fuerzas políticas con registro fue
capaz de prever la emergencia de #YoSoy132 ni la rápida e
insospechada generalización de principios y reclamos que han sido
sembrados desde hace mucho tiempo por las izquierdas que
incursionaron en el escenario electoral, por los zapatistas de
Chiapas, por el movimiento lopezobradorista, por la resistencia de
los trabajadores electricistas, por las movilizaciones magisteriales,
por los comuneros de Atenco, por los deudos de los mineros de Pasta
de Conchos, de los niños muertos en la Guardería ABC, de las
víctimas inocentes de la guerra de Calderón.
Las crecientes movilizaciones sociales
de última hora, representadas en los 9 caracteres de #YoSoy132, no
piden el sufragio por López Obrador sino que exigen las condiciones
para emitir un voto libre, informado, consciente y efectivo. Si esas
condiciones se logran, el 1 de julio la ciudadanía habrá de decidir
entre seguir en el modelo de país implantado desde los años ochenta
del siglo pasado o llevar a la nación por un nuevo camino. Ese es el
verdadero sentido del referéndum que se avecina.
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