23.10.12

¡Especista!



La semana pasada en el municipio de Zaragoza, Coahuila, unos lugareños capturaron a una osa que vagaba cerca de sus casas. Dieron aviso a los bomberos y a elementos de protección civil y luego, todos juntos, maltrataron al animal y se tomaron fotos con él. La procuraduría estatal de Protección al Ambiente (Propaec) reportó que el úrsido fue sometido “utilizando medios no adecuados, ocasionando daños a la integridad física del ejemplar” (ulceraciones superficiales en la parte izquierda del hocico y quijada) y que éste “se encuentra decaído, como un reflejo del confinamiento y producto de la forma en que fue capturado”. El suceso fue desplegado de inmediato por buena parte de los medios, y divulgado masivamente en las redes sociales. El maltrato causó indignación y las autoridades locales anunciaron castigos ejemplares para los responsables.

Ciertamente, los actos de crueldad innecesaria hacia algunas especies son expresiones de vileza y estupidez, además de que constituyen un delito tipificado en leyes y reglamentos; es pertinente y necesario erradicar de la sociedad las tendencias a solazarse en el dolor ajeno, sea de humanos o de animales. Pero resulta significativo el hecho de que esta sociedad, sumida en una violencia desbocada que se cobra diariamente decenas de muertos –baleados, descabezados, descuartizados, disueltos en ácido–, haya dejado pasar, mientras se indignaba por el maltrato de la osa, la cuota cotidiana de bajas humanas causada por los ajustes de cuentas entre los poderosos: el episodio de Zaragoza y su despliegue tuvieron como telón de fondo, por ejemplo, la muerte de cuatro individuos a manos de efectivos militares en Nuevo Laredo; la tortura de cinco policías de Lerdo, Durango, por sus superiores; la ejecución de dos desconocidos en Chalco; un homicidio a balazos en Ocotlán, Jalisco; un fallecimiento en una riña en la cárcel de La Pila, en San Luis Potosí; un asesinato a balazos en Monterrey, otros dos en Coahuila y dos más en Chihuahua.

El expresar este contraste me valió ser acusado en las redes sociales de insensible y de promotor de la crueldad hacia los animales. Recibí un alud de comentarios graciosos, como que “la vida de un animal vale lo mismo que una vida humana” (sin especificar si esa equidad incluye a las chinches), que la osa maltratada cuenta “con un sistema nervioso tan complejo como el nuestro” o uno que promovía “la solidaridad con los semejantes, sean éstos de cualquier especie” (sic). Y una reiterada descalificación ideológica convertida en epíteto reprobatorio: ¡especista!

Ese neologismo fue acuñado hace cuatro décadas por Richard D. Ryder y desde entonces algunos grupos de defensa de los animales han popularizado su uso como arma arrojadiza para tundir a laboratorios que experimentan con seres vivos, a los peleteros y a los sectores avícola y ganadero. Uno de los usuarios más beligerantes y destacados de ese adjetivo es Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA, por sus siglas en inglés), fundado por Ingrid Newkirk en 1980 y que opera principalmente como distribuidora de eutanasias para mascotas en desgracia.

Hay enunciados ideológicos que provocan náusea instantánea. Uno de ellos es la consigna franquista “muera la inteligencia, viva la muerte”, pronunciada por el generalote José Millán Astray en la Universidad de Salamanca en 1936. Otro es la insultante comparación formulada por Newkirk: “En los campos de concentración fueron aniquilados seis millones de judíos, pero seis mil millones de gallinas morirán este año en mataderos”.

Una conclusión ética de obvia resolución es que la lucha por los derechos humanos y las acciones para prevenir y erradicar la crueldad innecesaria hacia ciertas especies animales (relativizo porque no he sabido de un defensor de animales que recurra a la eutanasia digna como método para combatir una plaga de ratas en su domicilio) son causas civilizatorias y necesarias y que no tienen por qué ser mutuamente excluyentes, aunque resulte discutible si es correcto o no establecer prioridades. Algunos suscribimos sin reservas la sentencia de Aimé Césaire: “un hombre que grita no es un oso que baila” y tal vez estemos equivocados. El hecho es que la semana pasada la bulla mediática por el plantígrado maltratado encontró un eco formidable en un sector del activismo social y que desde antes el país parece haberse resignado a su ración diaria de asesinatos. En esos días las decenas de humanos muertos no fueron, ni juntas ni por separado, tema de interés para el respetable. Desde luego, la osa no tuvo la culpa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El problema no son las ideas sino los fundamentalismos.

Defender animales es humano, pero hacerse pendejo y no defender a la patria ante presidentes espurios (fecal y copetes) es de hormigas.