En términos planetarios el crimen organizado lava cada
año un billón (millón de millones) de dólares, suma que representa 4 por ciento
del producto bruto mundial, según la Oficina de la ONU contra la Droga y el
Delito. Cuatro de cada cien centavos de peso o dólar, cuatro céntimos de cada
euro, viene del comercio de seres humanos, del secuestro, de la explotación de
los adictos, de la múltiples formas de convertir presupuestos para la salud y
la educación en fortunas personales, del abuso sexual de niños, de la
reactivación de los mercados clandestinos de armas.
Ya que uno no puede impedir que los asesinos, los ladrones y
los traficantes de gente sigan dedicados a sus ocupaciones sería un alivio no
tener nada que ver con sus dineros. Pero los cerebros bancarios del mundo, esos
ángeles impecables que pueblan los pisos superiores de los rascacielos de
París, México y Manhattan, los pulcros operadores del tránsito mundial de
divisas, fondos e inversiones, posgraduados y eficientes, adorables en la
intimidad e imponentes en público, han creado una red discreta, pero indudable,
que permite la comunicación y la interacción financiera entre la producción de
esclavos sexuales y la producción de tomates, entre el saqueo de las arcas
públicas y la industria de la construcción, entre las balaceras de los narcos y los
créditos inmobiliarios para recién casados.
Gracias a los operadores líderes del sistema financiero
mundial (presidentes de consejos de administración, gerentes de región,
ministros de finanzas), los delincuentes de gran calado pueden respirar aires
de libertad y opulencia, recibir el reconocimiento público y hasta darse el
lujo de fundar organismos de caridad: a fin de cuentas ellos aportan 4 por
ciento de los caudales que manejan las grandes instituciones transnacionales de
crédito. Éstas, a su vez, disfrazan amorosamente ese dinero manchado y lo
disimulan entre los ríos de cuentas empresariales y personales honestas. La
tarea de los grandes centros de operación monetaria, que son, al mismo tiempo,
las lavanderías planetarias, consiste en procurar la convivencia civilizada
entre la humanidad legal y la criminal y en auspiciar el mestizaje irremediable
de los esfuerzos limpios con los empeños turbios con el propósito de dar un
grado uniforme de suciedad a los dineros que circulan en el mundo: hay que
agradecerles que 4 por ciento de los 15 pesos que gastaste en tu torta o de los
400 que ganaste en el día tengan un componente de sangre y mierda introducido
por un gerente bancario inescrupuloso en una operación remota que ni sospechas.
¡Ah!, los gobiernos dicen estar muy preocupados por las
facilidades que logran los asesinos, los genocidas, los corruptos y los
tratantes de esclavos, clientes preferentes en el Citibank y el Riggs, pero la
verdad es que si se impusiera un mínimo rigor en la comprobación del origen
legal de los fondos que ingresan a los sistemas bancarios, la economía se
contraería de inmediato en 4 por ciento.
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