Ahora la democracia más débil del mundo está entrando en la
recta final de su rito renovador polarizada entre la protesta ruidosa, pero de
difícil traslado al ámbito de los resultados electorales, y una masiva y
trágica resignación que recuerda la actitud de las reses camino al matadero. El
andamiaje comicial está herido de desprestigio porque hace cuatro años George
W. Bush llegó a la Casa Blanca después de quedar en segundo sitio frente a su
oponente demócrata en la suma total de votos y porque ganó a la mala la mayoría
de sufragios en Florida, el estado gobernado por su hermano que le dio, a la
postre, los electores de segundo grado que requería. Dicen los despachos de
prensa que, ante el nuevo empate técnico cantado por las encuestas, los estados
mayores del presidente y de John Kerry, su rival, han pasado a la táctica de
disputar voto por voto, convencidos, como están, de que la más pequeña
diferencia será crucial en el contexto de una elección muy pareja. Pero con los
antecedentes de 2000 y en la perspectiva de diferencias mínimas, uno pensaría
que ambos partidos han de estar afinando operativos para
robarse unas cuantas urnas en estados clave o en debilitar la presencia de
ciertos núcleos de población en las filas ciudadanas, como lo hicieron,
documentadamente, los republicanos en Florida con los votantes negros.
Más allá de cualquier intención irónica, las elecciones de
este año en Estados Unidos tendrían que contar con la presencia de los
observadores del Centro Carter y de la Organización de Estados Americanos. Si
hace cuatro años Bush y los republicanos hicieron fraude desde la oposición,
habrá que ver de lo que son capaces ahora que pelean el poder desde el poder.
Pero ni el espléndido clamor de los antibushistas ni la doble moral de la
democracia pontificadora y arrogante que prescribe en otras tierras la limpieza
electoral de la que carece en su propia casa me impresionan tanto como esa
disposición al sacrificio de la mayoría silenciosa. Pierda o gane Bush, muchos
millones de ciudadanos lo beneficiarán (de nueva cuenta) con el sentido de su
sufragio, a sabiendas de que con ello estarán abriendo la puerta a cuatro años
más de mentira, muerte, corrupción y desigualdad extrema.
Esos gringos puritanos que tanto se escandalizaron con las
conductas sexuales de Bill Clinton y con los ocultamientos iniciales de los fajes húmedos
entre el presidente y Monica Lewinsky han soportado a pie firme, en el
cuatrienio siguiente, la mendacidad de un señor al que no se le mueve un
músculo de la cara cuando afirma que la destrucción de Irak (y de sus
habitantes, así como de mil señoras y señores, jóvenes y señoritas de Estados
Unidos) estaba justificada, pese a que el pretexto inicial, las armas de
destrucción masiva, eran desde el principio una engañifa inverosímil. Con todo,
la víctima principal de Bush no es la verdad, sino la vida de muchos seres
humanos. El Pentágono no se da abasto para mantener siquiera una apariencia de
control en el desgarrado territorio de Irak y muy pronto tendrá que mandar más
tropa. Y no serán cuerpos de elite --marines, rangers,
boinas verdes--, porque ésos ya están destacados allá, y tal vez ni siquiera
soldados profesionales. Serán reservistas y miembros de la Guardia Nacional, es
decir, oficinistas barrigones y muchachos que se enrolaron para facilitarse la
manutención de los estudios, o despachadores de pizzería que querían hacerse
con unos dólares adicionales los fines de semana.
Algunos de esos honestos ciudadanos estadunidenses --los más
afortunados-- serán enseñados a torturar y asesinar civiles, otros perderán una
pierna o una mano y algunos más no volverán nunca a sus oficinas, a sus
universidades o a sus pizzerías. Tendrán, eso sí, un nicho de media pulgada en
las ediciones especiales en las que The New York Times rinde
homenaje a los caídos.
Lo peor de todo es que, a estas alturas, tal vez no logren
escapar de ese destino ni siquiera votando contra Bush, es decir, a favor de
Kerry. No, corrijo: lo peor de lo peor es que muchos irán a sufragar con
orgullo y convencidos de que la preservación de ese ritual merece cualquier
sacrificio.
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