La semana pasada los secretarios estadunidenses de Defensa,
Donald Rumsfeld, y de Estado, Colin Powell, reconocieron que las elecciones
previstas para enero próximo en Irak podrían ser “parciales”, “imperfectas” y
“difíciles”, y que no se realizarán, en todo caso, en la totalidad del
territorio iraquí. El diagnóstico es optimista y autocomplaciente, pero aun así
causó el enojo de Carlos Valenzuela, comisionado de la división de Asistencia
Electoral de la ONU, para Irak. En declaraciones a la BBC, el funcionario dijo
que los “comentarios de esa naturaleza dan una mala impresión” y causan
“molestia” en la Comisión Electoral Independiente de Irak, entidad que ha
recibido respaldo y asesoría de diversos países y organismos --el IFE de
México, para empezar-- y busca, en palabras de la uruguaya Karina Pirelli, jefa
del señor Valenzuela, “organizar una elección transparente y limpia en la que
sea escuchada la voz del pueblo”.
Aprovechando el viaje, el señor Valenzuela informó: “hasta
el momento la Comisión Electoral está en el proceso de establecer sus oficinas
en las diferentes partes del país y no ha tenido ningún tipo de problema hasta
el día de hoy (sic) para hacer el reclutamiento de oficiales electorales”. En
junio pasado, en México, el presidente de la cosa electoral iraquí,
Aziz-al-Hindawi, aclaró: “no nos vamos a meter en confrontaciones con la
oposición armada de Irak porque no tenemos otra arma más que llamar a
elecciones pacíficas y transparentes”. Qué alivio: la guerra y los comicios se
jugarán en pistas separadas. A fin de cuentas la realidad es tan compleja que
permite la existencia simultánea de mundos paralelos. Mientras en uno de ellos
Irak se desangra combatiendo a sus invasores, en el otro los iraquíes acuden a
las urnas en medio de arbustos bien cuidados y un aire limpio y transparente.
Quién sabe qué pastel, sedante y alucinógeno al mismo
tiempo, se comieron los personajes electorales del tipo del señor Valenzuela.
Eh, pssst, oigan, despierten un poquito, que quien está hablando de
dificultades es el experto Donald Rumsfeld, gerente ejecutivo de ellas y floor
manager del
set en el que ustedes ruedan su telenovela cívica. Pongan un poco de atención y
escuchen su mensaje: les está diciendo, de una manera cortés, que muy
probablemente ustedes no podrán ir a ningún lado fuera de la zona verde y tal
vez no deban ni siquiera asomar la nariz fuera de sus oficinas con aire
acondicionado.
Las noticias provenientes de Bagdad no permiten soñar con
una normalización del país árabe. La situación allí de las fuerzas de ocupación
y sus apéndices --gobierno provisional, Comisión Electoral y demás-- empiezan a
evocarme las imágenes de la embajada estadunidense en Saigón en abril de 1975.
Tal vez eso no sea más que un pensamiento optimista de mi parte, pero más allá de
mis percepciones lo que está teniendo lugar en Ramadi, Samarra, Faluya, Mosul,
Kirkuk y Nayaf, además de la propia Bagdad, se llama guerra. No es una
confrontación de ideas y programas ni se trata de persuadir con argumentos o
formar mayorías de sufragios, sino de aniquilar física, política y moralmente
al enemigo y a sus aliados.
En esas circunstancias, la única manera lógica y bien
intencionada de intentar el cese de los combates y la conducción del proceso
iraquí a un curso de normalización sería la promoción de pláticas de paz. Si
hubiera una pizca de realismo y buena fe en los organismos de la comunidad
internacional, tendría que estarse realizando, a estas alturas, un trabajo
diplomático de convencimiento entre los mandos de los bandos en pugna --los
gobiernos de Washington y Londres, por un lado, y las organizaciones chiítas,
sunitas y laicas de la resistencia nacional, por el otro-- para sentarlos en
una mesa de negociaciones de la que habría de salir, en primer lugar, un cese
del fuego, después un armisticio y por último un tratado de paz que incluyera
la organización de elecciones. La realización de comicios constituyentes en la
situación actual es sólo un empecinamiento de los ocupantes para dar cobertura
política a su agresión y está, como empiezan a reconocer hasta los altos
funcionarios estadunidenses, condenada al fracaso. El organismo electoral que
tanto defiende el señor Valenzuela lleva una aplastante carga de verdad en su
nombre: es la Comisión Electoral Independiente de Irak, es decir, no depende
para nada de las realidades del país en cuestión y su supuesta misión no tiene
viabilidad alguna en el Irak martirizado y violento de hoy en día. Se trata,
señor Valenzuela, de una más de las oportunidades laborales y de negocio
creadas al amparo de la ocupación militar, de una tomadura de pelo a la opinión
pública internacional y de una farsa desvergonzada.
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