26.11.07

20 de noviembre: de los
plomazos a los chiflidos

María Petrona Mori, madre de Porfirio Díaz, hacia 1854 (Wikipedia)

Las palabras “Revolución Mexicana” traen a la mente imágenes gloriosas, libros de texto, nombres de calles, fotos oxidadas de Casasola, museos, trenes rellenos de Adelitas, películas y corridos. Uno piensa en lejanos momentos que fueron luminosos para el país, tras la larga noche del Porfiriato. Uno recuerda los artículos 3°, 27 y 123 constitucionales, el reparto agrario, el Seguro Social, los murales de Bellas Artes, las bases de una política exterior soberana.

La memoria organiza una ensalada de nombres: Madero, Zapata, Villa, Obregón, los Flores Magón, Genovevo de la O, Felipe Ángeles... Rara vez, en cambio, se piensa que los máximos y verdaderos instigadores de la Revolución Mexicana fueron José Yves Limantour y Porfirio Díaz.

Este último empezó como héroe de la República, en tiempos de la Intervención Francesa, pasó por una época de político chillón (lloró de vergüenza en la tribuna del Congreso a fines de 1874 cuando no pudo pronunciar decentemente un discurso y volvió a llorar dos años más tarde, cuando, rebelado contra el presidente Lerdo de Tejada, fue derrotado por Mariano Escobedo en Icamole, Nuevo León) y acabó de dictador entreguista y asesino. Todo (su facilidad para las lágrimas y su carácter despiadado) se explica por la expresión facial de su mamá, doña María Petrona Mori, una mujer que de seguro era admirable (cuando murió su marido, ella sola sacó adelante a sus hijos) pero cuya mirada podía hacer que hasta un adulto se cagara del susto, y cuantimás un escuincle oaxaqueño al que le faltaba mucho para llegar a general.

Por mucho que haya permeado en nosotros la imagen de los hombres alborozados que decidían irse a “la bola”, no habría que olvidar que los revolucionarios no fueron a ponerse en el camino de las balas sólo por ganas de echar desmadre, sino porque no les dejaron otro camino. No se lo dejó Díaz a Madero, no se lo dejó Madero a Zapata, no se lo dejaron a Villa Carranza y Obregón.

Evocamos el bronce, los avances logrados, el desquite del pueblo, pero olvidamos con frecuencia que eso que llamamos La Revolución Mexicana fue una larga y espantosa pesadilla para quienes la vivieron: muerte, destrucción, desplazamientos, hambre, inestabilidad, incertidumbre. Tampoco habría que olvidar que el júbilo de una dictadura derrumbada fue previo a los largos años de violencia en que se vio sumido el país, primero por efecto de la contrarrevolución del espurio Victoriano Huerta, y después porque los caudillos menos revolucionarios se dedicaron a matar a los que lo eran más.

En realidad, lo que festejamos el 20 de noviembre no es la sustitución de un autócrata (Díaz) por un incauto (Madero), ni la carnicería que siguió tras el asesinato vil del segundo, sino el final de todo ese horror y su legado bueno. El régimen posrevolucionario se colgó de esa fecha porque no hay ninguna precisa para el término de la Revolución: ésta no tuvo ceremonia de clausura ni cierre definido (hay que recordar que cuando Zapata y Villa fueron asesinados ya estaba vigente la Constitución actual) y la violencia armada se perpetuó hasta bien entrado el Siglo XX en forma de alzamientos esporádicos de caudillos insumisos y bajo el manto o la sotana de la Guerra Cristera.

Carranza, Obregón, Calles y demás caciques norteños que triunfaron sobre las huestes populares de Villa y de Zapata, se robaron algunas banderas de los derrotados porque, después de siete (o diez, o doce) años de combates, pillajes y paredones de fusilamiento, y con el país hecho pedazos, éste no habría aceptado un simple regreso a la vieja paz porfiriana. Los nuevos jefes necesitaban agregar legitimidad (por más que en aquellos tiempos la palabreja no estuviera de moda) a su poderío militar y, así fuera en medio de traiciones, intrigas, corruptelas y chingaderas mayúsculas, dieron paso a la construcción de un régimen más justo, más moderno y, con todo y todo, menos antidemocrático y excluyente que la dictadura porfiriana. Al término de la lucha armada, la vida política de la República dio márgenes de acción a constructores de la Nación como Narciso Bassols, Francisco J. Múgica, Heriberto Jara y, desde luego, el general Lázaro Cárdenas del Río, y también a figuras tan contrastantes como el jacobino Tomás Garrido Canabal, asesino de curas nomás porque sí, y el brillante José Vasconcelos, quien al paso de los años se volvió un poquito nazi, y a quien se atribuye la frase “en Sonora termina la civilización y comienza la carne asada”.

Nuestra noción de la Revolución Mexicana se confunde también con los frutos –algunos muy tardíos— de las luchas armadas que tuvieron lugar entre 1910 y 1918, por lo menos: garantías individuales, obra educativa y cultural, derechos colectivos de las comunidades, ejidos, conquistas laborales, seguro social, expropiación petrolera, diplomacia independiente, carreteras, aeropuertos, refinerías, hidroeléctricas, es decir, todo lo que se desarrolló a partir de los acuerdos que permitieron poner fin, poco a poco, a las confrontaciones violentas.

Todo eso empezó a terminarse a partir de 1982, cuando llegó a la Presidencia Miguel de la Madrid, el primer tecnócrata desde tiempos de los “científicos” de Porfirio Díaz, y la regresión se aceleró y tomó rumbo definido cuando Carlos Salinas de Gortari fue impuesto como jefe del Ejecutivo federal, en 1988, mediante un fraude electoral tan escandaloso como el de 2006. De Salinas a Zedillo, de Zedillo a Fox, de Fox a Calderón, el descuartizamiento de la Nación ha mantenido un rumbo firme, claro y coherente: el país se mueve hacia un porfiriato con Internet y satélites, la sociedad vuelve a ser chusma a ojos de los poderosos, se reinstala el poder de las sotanas y las casacas militares, el país pierde su soberanía y las hordas policiales vuelven a romperles la cabeza a los disidentes, a los inconformes, a los obreros en huelga, a las comunidades rebeldes. Los inversionistas (extranjeros o mexicanos, pero preferiblemente extranjeros) se reparten la zalea de la propiedad otrora pública y uno se pregunta cuánto falta para que el grupo en el poder acabe instigando una nueva Revolución Mexicana.

El proceso parece indetenible, y quién sabe si sea más fácil contener al grupo gobernante que tumbarlo. Felipe Calderón tiene aspiraciones de Porfirio, pero las tragedias de la historia se repiten como farsa y nadie en su sano juicio pensaría, hoy, en procurar una repetición del ciclo de violencia que tuvo lugar en la segunda década del siglo pasado; el desafío actual es conseguir que los neoporfiristas que desgobiernan se larguen del poder, y lograrlo no con plomazos sino con chiflidos.

Ma. del Carmen Hinojosa Rodríguez, mamá de Felipe Calderón, en 2007

8 comentarios:

Roque Nuevo dijo...

Hola Pedro,

No más dos comentarios.

Los chiflidos sí funcionan. Así corrieron al dictador de Rumania en los años 80, literalmente con chiflidos cuando esperaba los aplausos de siempre.

Segundo, tengo que discrepar contigo en un punto pequeño: no creo que Vasconcelos fuera "un poquito" nazi, sino un nazi de verdad. ¿No ayudó a fundar el Partido Sinarquista? ¿No escribió introducciones a los libros de Salvador Borrego, libros del nazismo más vetusto?

Yo lo tengo como un Mussolini mexicano, que transitó desde la izquierda radical hasta el polo opuesto, o sea, al nazismo. O tal vez como un Justo Sierra del s. XX, que transitó desde el liberalismo hasta el reacción revolucionaria. Corrijame si me equivoco.

Un abrazo

Hugo Benitez dijo...

Hola Pedro, es muy triste reconocer el día de hoy, que el baño de sangre, solo sirvió para hacer un poema de constitución, hoy letra muerta.

De los chiflidos, funcionan, así se fue de la Rua en Argentina, y ahí por allí otros ejemplos, pero funcionan en México? En aquel fraude del 88, yo era un mocoso de 13 o 14 años. El país, había decidido con su voto, el fin del PRI , recuerdo como si fuera ayer aquella caída del sistema, que provoco los chiflidos generales y la defensa del voto en cada distrito electoral, donde literalmente cientos de personas dormían para evitar lo inevitable. Había, no sé si en todos, pero cuando menos en este centro -donde se contabilizaban los votos- un micrófono, donde la gente podía hacer uso de la palabra (algo así como un blog hablado) ese día un campesino, que parecía tener varios días ahí tomo la palabra y dijo: “ mucha de la gente que pasa por aquí, me pregunta que si no tengo otra cosa que hacer, que estar aquí? Yo les digo que si, que tengo muchas cosas que hacer, que tengo una familia, que no estoy aquí por gusto, que estoy aquí por tengo hambre y ya me canse de que me abusen” (palabras mas, palabras menos)
Hoy, sabemos, que en esos precisos momentos, en algún lugar oscuro se negociaba acallar esos chiflidos. Hoy en día el grupo en el poder puede callar estos chiflidos con unas bocinas más grandes y también a campanazos (nos callaron en el zócalo, y nos callaron con la cantidad de tinta y energía que gastamos, solo para discutir unas campanas)

El patio trasero dijo...

Estimado Pedro.

El tema de la revolución es un tema harto complicado, no olvidemos que gracias a toda esta mitología que se realizó sobre ella es como se conformó un nacionalismo que siempre fue de la mano con el Estado. El Partido oficial vació de contenido los ideales de la revolución al hacerse pasar éste como el heredero legítimo de estas premisas.

Ahora con el próximo festejo del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución me parece que se tiene una posibilidad enorme para reconstruir nuestra historia, alejándonos de aquellas fabricaciones maniqueas que tanto daño nos han hecho, conformando una ideología nacionalista que (en lo personal) es anacrónica y hasta cierto punto deleznable (y saco mi paraguas para retener las mentadas que me hagan llegar). Me parece que por el bien de nuestro país hay muchos historiadores (excelentes por cierto) que se andan partiendo el alma para ofrecernos una historia más atinada, reconociendo que no hay una sola historia sino una multiplicidad de ellas.

Pedro Miguel dijo...

Roque nuevo: Funcionan, pero no es propiamente el caso rumano: se te pasó decir que después de los chiflidos, Ceaucescu --un tirano indefendible, sin duda-- fue asesinado de fea manera.
-Dos: El Partido Sinarquista no existió nunca, y no es una mera cuestión de nombres: los integrantes de la Unión Nacional Sinarquista (UNS) no querían un partido (luego tuvieron "brazos electorales" como los partidos Fuerza Popular, Demócrata Mexicano, de la Sociedad nacionalista, etc.)
En mayo de 1987 --hace ya más de 20 años-- publiqué en La Jornada, en colaboración con María Luna, un extenso trabajo sobre el sinarquismo, y creo recordar que escribimos entonces que si bien el sinarquismo tenía algunos puntos en común con el fascismo, describirlo como un simple "fascismo mexicano" era una adulteración de la verdad y una simplificación. Tendría que hurgar en la hemeroteca.
En todo caso, cuando se fundó el sinarquismo orgánico, Vasconcelos llevaba ya ocho años de estar exiliado en Estados Unidos. ¿Ayudó a fundar la UNS a control remoto? Puede ser. No lo sé. Los delirantes del larouchismo sostienen que fue alto dirigente de esa organización; otros afirman que Vasconcelos se decantó más bien por la "derecha de los ricos" (en contraste con la "derecha de los pobres" sinarquista) y simpatizó con el PAN desde sus inicios.
-¿"Izquierdista radical", Vasconcelos? Nunca en su vida, que yo sepa. En todo caso, su inicio en la política se sitúa en el campo del nacionalismo democrático.
¿Nazi, Vasconcelos? Eso alarga demasiado este comentario, así que lo dejo para un post; ¿te parece?
Abrazo.

Hugo: Gracias por tus emotivos recuerdos del 88. Los certifico: en las noches posteriores yo recorría los distritos electorales en mi viejo Rambler y recuerdo aquellos campamentos improvisados para cuidar unos sufragios que de todos modos ya venían alterados. A diferencia de entonces, los chiflidos no pueden ser acallados porque hay un movimiento y una dirigencia dispuestos a resistir. Disiento: no pudieron callarnos en el Zócalo y en la FIL Calderón no pudo impedir que le gritaran "espurio". Este movimiento está vivo y va a cambiar al país. No te desalientes.

Pedro Miguel dijo...

Patio trasero: COncuerdo plenamente contigo en que no existe una historia, sino muchas. Disiento en la existencia de "los ideales de la revolución", porque hubo, también, muchos movimientos revolucionarios y el resultado fue una síntesis de las ideas de todos ellos. El llamado nacionalismo revolucionario está, a mi juicio, muerto, no así varios aspectos asociados a él, como la defensa de la soberanía, el principio de justicia social, los derechos colectivos, el derecho laboral presente en el Artículo 123, la educación pública, laica, gratuita y obligatoria, etc.

La musa enferma dijo...

hoooola PEMIGUE, sé que hace muucho que no ando por aquí :) problemitas que a veces le pasan a uno.
Que mal lo de los mensajes, gente nefasta, pero sabemos que así es esto, lo de las campanas sirvió perfectamente como distracción, todo lo que pasa con la iglesia ultimamente me alarma un poco, los locos que se pretenden cuerdos me dan un poco de miedo, sé que fue provocación pero quizá hay que tratar otras formas, no sé, anduve por ahi pero ya llegué después.
...
Ahora que estoy estudiando un poco más a fondo sobre la revolución, cuando leo los testimonios de esos que andaban en la bola, lo que pensaban sobre el ejército, la iglesia, el gral. Díaz y todas las imágenes de muerte que pululaban de ahorcados, muertos por los caminos, el hambre, no comparto que NO HAYA CAMBIADO NADA, algo cambió, no digo que tú lo digas, sólo que a veces eso escuchas por ahí.
...
Ahora que los chiflidos bien pueden substituir a los plomazos, aunque creo que del otro lado no chiflarían, ojalá no lleguemos a que no haya otro camino.
El gastadero del bicentenario y el centenario... bueno es algo que no me agrada, sobre todo cuando hay tanto que repensar, y analizar, sí cambiaron cosas, pero nunca llegamos a la consumación de la revolución, lo más cerca quizá con Cárdenas, en fin son tantas cosas...
En fin PEMIGUE, muchos besos, ya estaré más a menudo por aqui. Chavelita.

Pedro Miguel dijo...

Querida Muse: qué bueno tenerla por estas aguas. A mí me parece que si no se llegó a la consumación del proyecto revolucionario fue porque no había tal proyecto: las cosas se fueron modelando sobre la marcha, avanzando, retrocediendo, volviendo a avanzar. Pero es claro que el país que Zapata tenía en mente era muy distinto del de Madero, del de Carranza, del de Villa... Lo más importante, a mi juicio, es no olvidar todo lo que una vez conquistamos, y pugnar por recuperarlo, por ir más allá, y por vincularlo a un sentido democrático que los políticos posreevolucionarios no quisieron o no pudieron darle.
Abrazote.

La musa enferma dijo...

Sip, coincido totalmente contigo, :)Eso exactamente. Gracias por pasear por las lágrimas un grande abrazo para tí también.Besos.