En otro momento de la vida nacional, la
detención y el arraigo de dos generales –un divisionario retirado
y un brigadier en activo– para investigarlos por presuntos vínculos
con la delincuencia organizada habría causado un golpe de buena
impresión. El hecho habría sido tomado por la opinión pública
como una muestra de voluntad moralizadora y como una determinación
gubernamental de limpiar las instituciones, incluso las castrenses,
de corrupción.
En el ocaso del calderonato, sin
embargo, el arresto de los uniformados de alto rango y prominente
palmarés –Tomás Ángeles Dauahare fue subsecretario de Defensa–
parece el enésimo capítulo de una procuración mafiosa, maniobrera
y extraviada. No se puede ignorar que el ex subsecretario había
venido participando en reuniones con el equipo de Enrique Peña Nieto
y, con los antecedentes de los golpes judiciales fallidos contra
adversarios políticos –el célebre michoacanazo, la
faramalla montada contra Carlos Hank Rhon, las filtraciones dirigidas
a criminalizar a tres ex gobernadores de Tamaulipas, entre otros
muchos casos–, la acción de la PGR contra los generales deja la
impresión de que es parte de una negociación brusca, sí, pero
negociación al fin y al cabo, entre las dos grandes alineaciones
partidistas del régimen: el PRI y el PAN.
En una de esas, resulta que los
generales sí han estado relacionados, con fines comerciales o financieros, con la
criminalidad. Pero bien podría ser, también, un intento por
debilitar al aspirante presidencial priísta con la perspectiva de
negociar con él una impunidad ventajosa para los principales
responsables gubernamentales de la desastrosa guerra en la qu
Calderón sumió al país.
El problema con esa clase de juegos –si
es el caso– es que pueden salirse de control, ya sea porque la
presumida culpabilidad resulta cierta, o bien porque el efecto
resulta excesivo y el candidato tricolor no resulta debilitado, sino
eliminado de la carrera –y no hay nadie más a la vista con quién
firmar un pacto de silencio y encubrimiento, salvo que se piense que
Quadri pueda ganar la elección presidencial–, o porque la
acusación puede resultan tan endeble e inverosímil que termine por
causar un impacto contrario: el derrumbe final de la credibilidad en
las instituciones que aún controla el calderonato y el repunte de un
copetón fortalecido por la victimización, pero engorilado de más
por golpe tan bajo.
Si se trata de un sainete judicial
más, habría que ver, por añadidura, la gracia que eso pudiera
causar en los círculos de la Sedena, en los cuales no escasean los
motivos de agravio.
Ah, y de última hora: que no son dos los generales detenidos. Que ya son tres.
Ah, y de última hora: que no son dos los generales detenidos. Que ya son tres.
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