“No hace falta que os toméis ese
trabajo.
Ellos solos se bastan para destruirse”.
Voltaire
Micromégas
A pesar del boicot de las autoridades
–IFE y Segob– y de la ambición insolente de las televisoras
privadas, que relegaron a espacios de segundo nivel el debate entre
candidatos presidenciales; pese a la reducción del encuentro a un
intercambio descafeinado y del ejercicio de control de daños
aplicado de antemano para proteger a Enrique Peña Nieto de su propia
torpeza verbal y de su vacuidad mental; a contrapelo de los aparatos
del poder político y mediático por desinformar, la sociedad impuso
el debate como tema principalísimo de interés; lo presenció en
las señales abiertas de las televisoras o en las múltiples
transmisiones por Internet que se organizaron contra reloj; escuchó
opiniones distintas a las de la tradicional comentocracia
–controlada, también, por Televisa, TV Azteca y los seudópodos de
ambas, por medio de remuneraciones bien pagadas a teleperiodistas y
telectuales– y convirtió el debate entre candidatos en un
debate de gran escala entre ciudadanos. Ni más ni menos.
Fue, en gran medida, el triunfo de las
redes. No las redes de las porterías que pretendía vender ad
ovum el dueño de TV Azteca sino de las redes sociales, habitadas
y utilizadas de manera inteligente por sectores crecientes de
población para los cuales la tiranía televisiva es ya insoportable.
Ciertamente, el encuentro entre
aspirantes presidenciales obedeció a un diseño inflexible, pensado
para blindar a Peña Nieto de los ataques de los otros, y de sí
mismo. Pero ni eso, ni la escasa difusión televisiva, bastaron para
impedir que el priísta saliera mal librado. En la posterior danza de
encuestas fueron pocas las que lo situaron como triunfador del
debate.
El control de la opinión pública por
los medios tradicionales se ha debilitado con respecto a hace seis
años y cada vez le resulta más difícil a los concesionarios operar
como electores de facto. En
el nuevo territorio comunicativo la teledictadura no puede seguir
operando como tal, ni siquiera mediante la compra masiva de bots.
Para mantener el control tendrá que adquirir Twitter, Facebook y
Google, por lo menos, y proceder a una operación de censura masiva.
¿Alguien sabe cómo terminó el
partido que se transmitió en el 13 de Azteca? ¿A alguien le
importa? Parece que no a mucha gente. Pese a la profecía enajenante
de Salinas Pliego, el rating fue para el debate, no para el futbol.
Digamos que fue un acto de justicia ciudadana.
Podría pensarse que la justicia divina
no se ha quedaado atrás, si se atiende al dato, publicado hoy, de
que las acciones del Grupo Elektra han perdido 41% de su valor en 22
días, y que una empresa que valía 23 mil 80 millones de dólares
hoy se cotiza en 13 mil 639 millones. 71 por ciento de eso está en
manos del magnate abonero.
Pero no, no es justicia divina, sino
resultado de la opacidad proverbial con la que Salinas Pliego maneja
sus empresas y que de seguro no pasará la prueba de las nuevas
regulaciones impuestas por la Bolsa Mexicana de Valores en materia de
transparencia y eso eso que le llaman “gobierno empresarial”.
Que la
Bolsa levante y tire empresas como le dé la gana. En el ámbito de
la comunicación ya es visible la grieta y ahora hay que ocuparse de
tirar el muro.
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