Hace tres semanas, cuando empezaron los combates frontales
en Najaf entre las tropas estadunidenses de ocupación (auxiliadas por 2 mil
peleles iraquíes) y los milicianos de Moqtada al Sadr, el resultado de la
confrontación parecía evidente: se trataba de una apuesta entre los defensores
de la localidad, un puñado de fundamentalistas mal entrenados y peor equipados,
aislados en el ámbito internacional, provistos de armas ligeras y escasos de
artillería, y los invasores: tropas de la máxima potencia mundial, dotados de
equipo de alta tecnología y respaldados por la más poderosa aviación militar del
planeta, por tanques de última generación, por una estructura de inteligencia
dotada de satélites, por la poderosa (aunque no omnipotente) diplomacia de
Estados Unidos y por recursos económicos casi infinitos. Tal vez los últimos
combatientes del llamado Ejército del Mehdi resulten descuartizados hoy o
mañana. Pero aun en ese caso es impresionante la incapacidad de los sitiadores
para obtener una victoria militar rápida sobre sus paupérrimos adversarios.
La primera respuesta que se me ocurre para despejar el
enigma es que las fuerzas armadas estadunidenses ya no son lo que eran y que su
capacidad real de combate está muy por debajo de su fama. Hay varios elementos
que apuntan a un declive semejante: la reducción de las tropas regulares
operada tras la primera guerra del Golfo y la desaparición de la URSS, el
obligado envío a la línea de combate de integrantes de la Guardia Nacional --es
decir, de soldados de fin de semana--, así como la privatización descabellada
de servicios al interior de las fuerzas armadas, privatización que obliga a
depender de contratistas particulares en tareas tan diversas como el
abastecimiento de posiciones, el alimento de la tropa y hasta los
interrogatorios de enemigos capturados. Si a esos factores se suman las
enemistades crecientes entre las distintas armas, entre militares y civiles,
entre contratistas rivales y entre procónsules y marionetas, así como el sueño
imposible de los mandos estadunidenses de reducir a cero las bajas propias, es
posible visualizar una fuerza militar abrumadora en el papel, pero paralizada y
debilitada por sus problemas internos.
Algunos medios occidentales han optado por suponer que no
hay en los agresores torpeza ni debilidad, sino prudencia, y que la toma final
de Najaf se ha demorado en forma deliberada para evitar una carnicería de
civiles, la destrucción de los lugares santos de la ciudad y una reacción
furibunda de los chiítas de todo el mundo. Esa hipótesis sobrestima, a mi
entender, la sensibilidad y la agudeza del actual gobierno estadunidense, el
cual no habría tenido reparos en ordenar la destrucción de los budas
monumentales afganos si detrás de éstos se hubiesen escondido los talibanes. De
hecho, si a la administración de Bush le preocuparan las bajas civiles y las
iras musulmanas, se habría abstenido de invadir y ocupar Irak, y hoy no estaría
chapoteando en las arenas movedizas de esa nación árabe como consecuencia de la
guerra criminal y estúpida emprendida por el propio Bush hace ya casi año y
medio.
Una tercera explicación posible a la decepcionante
productividad de los esfuerzos bélicos estadunidenses en Najaf es que tales
esfuerzos no están orientados a la toma de la
ciudad santa, la liquidación del Ejército del Mehdi y la estabilización en
general de Irak, sino a impulsar las cotizaciones petroleras en los mercados
internacionales. Ese impacto del conflicto en el sur de Irak representa un
severo golpe a las economías europeas y asiáticas e incluso perjudica a la de
Estados Unidos, tomada en conjunto, pero favorece a los entornos corporativos
petroleros con sede en Texas, de los que forman parte los dos Bush. Tal vez la
destrucción y las muertes --de civiles y militares, de iraquíes y
estadunidenses-- en Najaf sean el medio escogido esta vez para optimizar las
utilidades de los accionistas amigos, y acaso el famoso clérigo atrincherado
sea un instrumento involuntario en manos de los encargados de operar las
cotizaciones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario